Murió Paul Auster, el más argentino de los escritores norteamericanos

Escribe Olga Cristóbal

Tiempo de lectura: 4 minutos

Murió Paul Auster, a los 77, a la vez un escritor de culto y un best seller leído en todo el mundo.

“El más emblemático de los escritores neoyorquinos de su generación” selló su pacto con los lectores argentinos con “La ciudad de las últimas cosas”, una novela de 1987 en la que muchos porteños creyeron ver anticipada la crisis del 2001. Una ciudad en la que las calles, las personas, los bares, desaparecían apenas se dejaban atrás. Un mundo donde solo quedaban las ruinas de lo que habíamos amado.

“El más argentino de los escritores norteamericanos”, sin embargo, se había ganado el fervor de los lectores del Río de la Plata antes, con la magnífica Trilogía de Nueva York. La soledad, los vericuetos de la ciudad, los secretos de familia, el azar que se impone una y otra vez sobre la comprensión y sobre la voluntad.

La vida del chico de ojos enormes no fue fácil. Su primera novela, Ciudad de cristal, fue rechazada por 17 editoriales antes de ser publicada por una pequeña editorial californiana, en 1985. Recién con La invención de la soledad -donde ajusta cuentas con el abandono del padre- su carrera comenzó a despegar. “No es que sintiera que lo disgustaba - escribió allí-. Solo parecía distraído, incapaz de mirar en mi dirección.”

Ficción y autobiografía, azar y contextos, el destino del mundo y los pequeños desgarros de la memoria son la fórmula con la que Auster urde las historias que una obra prolífica.

En el Diario de invierno, ajusta cuentas con la propia vida, consigo mismo. “Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto. Has entrado en el invierno de tu vida”, se dice en el “Diario de invierno”, un monólogo en el que Auster, cumplidos los 65, examina el camino recorrido y se despide de todo lo que no volverá. Contar la propia vida para mirar de frente la vejez. A la muerte, sin embargo, la veía lejana: “Estoy rodeado de amigos que murieron o tienen cáncer o tuvieron un ACV. Tengo suerte. La vida termina en algún momento, pero no me voy a rendir todavía”.

Alguna vez Auster dijo que esperaba que la muerte lo encontrara reviejo y escribiendo. No pudo ser, lo mató un cáncer de pulmón con el que había coqueteado conscientemente. “Me preocupa mi pasión por los cigarrillos, pero no quiero parar”, le dijo en una entrevista a Patricia Kolesnicov.

Auster empezó a leer a los 9 años, sumergido en la biblioteca de un tío. y a escribir a los 12, solo para divertirse. No se imaginó escritor hasta cruzados los 25. Militó en el trotskismo mientras estudiaba en la Universidad de Columbia, exactamente en el Socialist Workers Party. Participó en la revuelta estudiantil de 1968 y conoció a su primera esposa, la escritora Lydia Davis, con la que pasó hambre en Europa, tuvo un hijo y de la que no ha vuelto a hablar desde que se divorciaron, al regreso a América.

También fue marinero en un barco petrolero, traductor, profesor de inglés en Francia y Portugal, cuidó una granja cerca de París. Por ese entonces soñaba con estudiar cine en París, como le dijo al director Wim Wenders en 2017, en la revista Interview. “La razón por la que no insistí fue, fundamentalmente, porque era tan grotescamente tímido en ese momento de mi vida. Me costaba tanto hablar delante de un grupo de más de dos o tres personas que pensé: ‘¿Cómo voy a dirigir una película si no puedo hablar delante de los demás?’”.

Con el regreso, a partir de los años 80 -aunque había nacido en New Jersey- Auster convirtió a Nueva York, o más precisamente a Brooklyn, en su patria. “El santo patrono del Brooklyn literario”, lo despide el New York Times.

“Auster jugó brillantemente a lo largo de su carrera en el juego del posmodernismo literario, pero con una sencillez de lenguaje que podría haber salido de una novela de detectives”, dijo Will Blythe, autor y exeditor literario de Esquire, en un correo electrónico. “Parecía ver la vida misma como una ficción, en la que uno mismo evoluciona exactamente como un escritor crea un personaje”.

Alguna vez explicó que su obra surge “de un profundo nihilismo, la desesperación por el futuro del mundo y ciertos aspectos del ser humano”. Su evocación del marxismo está impregnada de nostalgia: “Nos guste o no el marxismo, el hecho es que dio esperanzas”.

Auster solía subrayar sus gustos del pasado. Evitaba las computadoras y escribía a menudo con pluma fuente en sus cuadernos. “Los teclados siempre me han intimidado”, declaró a The Paris Review en 2003. “Un bolígrafo es un instrumento mucho más primitivo. Sientes que las palabras están saliendo de tu cuerpo, y luego las clavas en la página. Escribir siempre ha tenido esa cualidad táctil para mí. Es una experiencia física”.

En 2021 había publicado La llama inmortal de Stephen Crane, un libro sobre un escritor social estadounidense de fines de siglo XIX. “Los Estados Unidos de la última parte del siglo XIX son muy parecidos a los de hoy”, dijo entonces, en una entrevista. “La misma distancia entre ricos y pobres, una tremenda brecha. Tuvimos un largo período en el siglo XX en que los sindicatos fueron muy fuertes y había protección para los trabajadores, pero en los últimos 50 años, con el neoliberalismo y la victoria del mercado, creamos las mismas desigualdades que existían entonces”.

Los últimos años de neoyorquino fueron una pesadilla. En noviembre de 2021 su nieta Ruby, de 10 meses, murió después de tomar un cóctel de heroína y fentanilo que el papá, que dormía la siesta a su lado, había dejado inadvertidamente al alcance de la beba. Cuatro días después de lo que la Justicia caratuló como un “homicidio involuntario”, Daniel Auster fue encontrado muerto por sobredosis en una estación de subte. Hacía años que padre e hijo no tenían relación.

Ni el duelo ni el cáncer le impidieron seguir escribiendo o denunciando la pauperización y la barbarie. A principios de 2023 publicó “Un país bañado en sangre”, un ensayo sobre los asesinatos en masa en los Estados Unidos, donde historiza la brutal familiaridad norteamericana con las armas de fuego, a razón de más de una por habitante. Su última novela, Baumgartner, salió el año pasado. Habla del duelo y de la vejez de un hombre. Con optimismo hablaba de lo que se abría con los años. No pudo ser.

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