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Gustavo Zorzoli, profesor y ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, declaró en una entrevista para Infobae que si no se libera internet “no habrá muertos, pero sí millones de adolescentes analfabetos….”. Aludió también a la pérdida del año académico (Infobae, 13/5).
El ministro de Educación, Nicolás Trotta plantea que "no es el momento de evaluar, es el momento de aprender” y que “es más importante cuidarnos que aprender”. Aprender y evaluar lo aprendido han quedado relegados a un futuro indefinido. Esto es un reconocimiento de que la “continuidad pedagógica virtual” no es una salida. Estas declaraciones representan una renuncia a desarrollar un plan educativo ajustado al contexto actual. La pandemia dejó expuestos problemas estructurales profundos como la pobreza y el hacinamiento en el que viven gran parte de los chicos y los adolescentes en la Argentina. Este escenario de pauperización, unido a décadas de políticas de vaciamiento y al sostenimiento de la provincialización del sistema educativo sin recursos, hacen a un combo explosivo.
El pasado viernes fue presentado ante el Consejo Federal Educativo un estudio de campo realizado por Unicef entre el 8 y el 15 de abril de 2020, sobre 2678 hogares urbanos de todo el país, referido al impacto de la suspensión de las clases presenciales.
El estudio revela datos como los siguientes: "3 de cada 10 alumnos no reciben correcciones de las tareas por parte de sus docentes", "Reciben menos acompañamiento los estudiantes que más lo necesitan", "El 23,4% de los adolescentes afirmó no haber tenido contacto con sus docentes desde que comenzó la cuarentena.". Los resultados fueron levantados y ampliamente difundidos por los medios de comunicación.
El informe licua la responsabilidad estatal y oscurece la inequidad social, para poner el foco en contrarreformas educativas, laborales y salariales a la actividad de la docencia.
La responsabilidad que se endilga a la docencia naufraga bajo el peso de la desinversión educativa histórica de las diferentes administraciones, de la obsolescencia de origen de los equipos tecnológicos entregados por los gobiernos y de la falta de conectividad que alcanzan a estudiantes y docentes. En muchas de las casas, los dispositivos (computadoras o celulares) son de uso compartido por toda la familia. Si a esto se le suma la crisis económica y social, la desigualdad en el acceso a la educación preexistente a la pandemia toma ribetes explosivos y redundará, es posible, en una mayor deserción escolar.
Por otra parte, los docentes tienen que acumular dos o tres cargos para llegar a un sueldo que pese a esto sigue quedando por debajo de la canasta familiar. Esta situación representa una sobrecarga de tareas enorme, que se ve profundizadas para profesores curriculares y de educación media dado que deben planificar actividades para muchos cursos lo que equivale a decenas y decenas de estudiantes. A esto hay que sumarle las tareas administrativas y las videoconferencias institucionales y con los estudiantes, así como el acompañamiento afectivo y social a las familias en situaciones que hacen, muchas veces, a cuestiones extra pedagógicas. Mientras tanto muchos de los y las docentes son madres y padres en pandemia y tienen que atender a sus propios hijos en cuarentena asistiéndolos en sus responsabilidades escolares o están a cargo de adultos mayores.
Si bien la conectividad es necesaria la educación no se reduce a un servicio de internet. Además de garantizar dispositivos y WiFi, hay que ir por un ingreso masivo a la docencia, desdoblamiento de comisiones y salarios dignos por cargo para que realmente puedan abordarse a todos los estudiantes y permitir un verdadero aprendizaje.