Escribe Julián Asiner
Un rejunte de izquierdistas pide patente de corso internacional
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Una serie variopinta de grupos y grupejos de izquierda buscó proveerse de protagonismo internacional a través de una declaración. Como siempre sucede cuando se pretenden amalgamar posiciones políticas de lo más heterogéneas, el menjunje parió un verdadero engendro reaccionario. Entre los firmantes del adefesio aparecen el SWP de Gran Bretaña, el aparato oficial del PO de Argentina, pequeños grupos trotskistas y ex trotskistas de diferentes países de América y Europa y hasta el MLPD de Alemania, un partido de cuño maoísta-estaliniano. La impronta del SWP, una corriente con 80 años de historia, es un testimonio de su descarrilamiento político.
Desde el título mismo, el panfleto convoca a un completo dislate. Propone, en efecto, que “detengamos (sic) la carrera de los capitalistas hacia la guerra”. Se trata una prédica del más rancio pacifismo, porque la guerra se encuentra inscripta en la propia dinámica del capitalismo imperialista, que no pude ser ‘detenida’ sino convertida en una revolución socialista, o sea en una guerra contra el capital y sus Estados. El viejo orden, tampoco muy pacífico, que siguió a la formación histórica de los principales Estados nacionales, ha concluido en forma irreversible con el reparto del mundo entre las grandes potencias, a través de dos guerras mundiales y una cadena de guerras coloniales. La tendencia al militarismo afloró ya en el período preimperialista, a partir de los Estados que ingresaron tardíamente en la economía mundial, como fue el caso de Alemania. El desarrollo del imperialismo y las guerras imperialistas define la actualidad histórica de la revolución proletaria internacional. El texto de estos bagayeros del turismo político se retrotrae a una etapa histórica superada, y esto en medio del desarrollo de una tercera guerra mundial. Para ofrecer un ejemplo, la guerra de exterminio del pueblo palestino no puede ser ‘detenida’ sin la destrucción del Estado de Israel, algo que advierten en forma dramática cotidiana los voceros liberales del sionismo. El manifiesto bagayero completa su pacifismo fuera de época cuando asigna la tarea de ‘detener’ el rearme y la guerra un “frente de masas explotadas y oprimidas”, una categoría “populista” que esta reñida con la revolución socialista dirigida por la clase obrera.
La convocatoria antiarmamentista carece, por otra parte, de una caracterización de la guerra imperialista en curso. El texto pasa por alto el giro fundamental impreso a la situación mundial por la guerra entre la OTAN y Rusia por el reparto del espacio euroasiático. Ante los reveses militares sufridos en el terreno, Trump inicia una ofensiva para repartir a Ucrania con la oligarquía rusa, que deja al descubierto, de un lado, las contradicciones entre el imperialismo norteamericano y el europeo y, del otro, la tentativa de cooptar a Moscú como socio menor en el reparto de los expolios. El frente bagayero no tiene nada para decir respecto a este descuartizamiento de Ucrania, y lanza al aire la consigna de la “fraternización de los soldados y obreros rusos y ucranianos”, sin defender el derecho a la autodeterminación de Ucrania ni a la reconstrucción sobre nuevas bases de la unión de las repúblicas soviéticas. En este aspecto, los bagayeros carreristas del PO traicionan las sucesivas resoluciones votadas en los congresos del Partido Obrero. Cualquier acuerdo entre EE.UU. y Putin, forzosamente inestable y forzosamente traicionero, muy lejos de “detener” la carrera armamentista, sólo potenciará la guerra mundial en desarrollo a nuevos escenarios, como ahora mismo en Medio Oriente, África y el sur de Asia.
Este frente de ocasión, que no tiene por base un programa ni una organización, reivindica que “se opusieron a ambos campos imperialistas en la guerra de Ucrania, así como en todos los demás conflictos”. De esta manera asume la línea histórica del SWP, que pone en términos de igualdad a los imperialismos norteamericanos y europeos, agrupados en un bloque, con los regímenes restauracionistas de Rusia y China, que representarían al otro. Esta simplificación equivale a igualar el imperialismo que representa la culminación histórica del desarrollo del capital financiero, con otros dos Estados que representan una desarrollo histórico por completo diferente, contrarrevolucionario hasta el tuétano, a partir de una destrucción de Estados obreros transitorios y la restauración capitalista. El objetivo de guerra del imperialismo mundial, la recolonización de los Estados restauracionistas, difiere del objetivo de estos últimos, que reclaman el derecho a participar del expolio imperialista mundial.
Los límites de este abordaje de “campos imperialistas” se hacen palmarios al momento de caracterizar la guerra económica y política entre Estados Unidos y China, en cuanto a América Latina. Según la lente de los oportunistas británicos, América latina habría caído bajo la influencia del “imperialismo chino”. En consecuencia, llaman a “no alinearse con los BRICS”, al cual presentan como un instrumento semicolonial. Incluso denuncian que Cuba, Nicaragua y Venezuela -a los que meten en una misma bolsa- “están experimentando retrocesos reaccionarios al unirse a un campo que está en contra de Occidente”. De un plumazo, estos ‘gentlemen’ suprimen la diferencia entre la dependencia e incluso la dominación política que ejerce el imperialismo yanqui en América Latina, con el intento de las burguesías nacionales, incluido el gran capital agrario, de aflojar esa dominación mediante acuerdos comerciales con Rusia y China, como es el caso, especialmente, de Brasil. Argentina fue boicoteda por el primer gobierno de Trump por importar la vacuna Sputnik, la cual anticipó la vacunación contra el coronavirus, hasta que terminó imponiendo, bajo el gobierno de Biden, el monopolio absoluto de Pfizer y Moderna. Los trotskistas latinoamericanos defendemos el derecho nacional de América Latina a comerciar con quienes quiera, en oposición al boicot norteamericano, mientras denunciamos las condiciones de superexplotación de cualquier tipo de inversión capitalista y le oponemos los derechos y aspiraciones laborales y sociales de los trabajadores. Los regímenes sociales y políticos de Rusia y China son superexplotadores y superreaccionarios, a los que enfrentamos con todos los métodos de la lucha de clases nacional e internacionalmente.
La declaración se asume defensora de la política del derrotismo revolucionario de los bolcheviques frente a la guerra mundial y afirma que “el principal enemigo está en casa”. A renglón seguido aclaran, sin embargo, que esto sería solo válido para “los países imperialistas” (nos preguntamos, si ese sería el caso, para el internacionalismo bagayero, de la Rusia de 1917, un imperialismo antiguo, por un lado, y naciente, por el otro, y al mismo tiempo una semicolonia del imperialismo anglofrancés). En cambio, respecto de las burguesías nacionales de los países oprimidos, solo manifiestan que “el enemigo de nuestro enemigo no es nuestro amigo”. Esta definición es conscientemente ambigua. Desde las resoluciones de la III Internacional sobre las colonias, ha quedado establecida la distinción entre movimientos y gobiernos nacionales que colaboran con el imperialismo, y los movimientos nacionalistas revolucionarios, como ocurrió con la dirección de la Revolución Cubana. En el desarrollo del rearme y la guerra, esta distinción es fundamental, porque las burguesías nacionales se encuentran entrelazadas con el rearme imperialista a través de numerosos vínculos –desde el pago de la deuda externa hasta la participación en las cadenas internacionales de producción que alimentan el militarismo en forma expresa. Cuando una reunión internacional, cuyo objeto es impulsar la autoproclamación de sus participantes, arriba a estas conclusiones antisocialistas, es necesario denunciarlas como una operación confusionista contra la clase obrera.
Cuando el documento “consensuado” (¿se pueden consensuar principios y estrategias?) trata la situación en el Medio Oriente, se observa su naturaleza decididamente reaccionaria. Al rechazar el genocidio en Gaza y los ataques imperialistas contra Yemen e Irán, introduce un “saludo” a lo que denomina “la rebelión obrera y popular contra los regímenes del Líbano e Irán”, o sea contra el “frente de la resistencia” contra Israel; los firmantes del texto apoyan los movimientos de rebelión en tiempo presente que tienen lugar contra Hezbollah, en Líbano, contra el gobierno teocrático de los ayatolas. Pero no caracteriza a esas rebeliones en cuanto a su base social, programa y dirección política, cuando al mismo tiempo son apoyadas por el imperialismo en el marco de su campaña de genocidio en Gaza. O sea que dan un apoyo incondicional y se lanzan a un seguidismo sin delimitación política de ninguna clase. No hacen lo que hicieron Lenin y Trotsky cuando se diferenciaron, de inmediato, contra la línea de la dirección del partido bolchevique, del gobierno burgués que usurpó la Revolución de Febrero, y de los mencheviques, que dirigían los soviets; los mencheviques fueron caracterizados como agentes del imperialismo. En todo proceso de rebelión popular, en especial cuando carece de una fuerza revolucionaria fuertemente implantada, se desarrolla una tentativa revolucionaria mayormente inconsciente, y una tentativa consciente de confiscar esa rebelión, con la posibilidad incluso de promoverla expresamente. En 1946, la oligarquía boliviana y el partido comunista desataron en Bolivia una revolución popular para instaurar un gobierno de los patrones del estaño. En 1959/60, al contrario, el morenismo caracterizó a la Revolución Cubana como una maniobra del imperialismo norteamericano contra un giro nacionalista de la dictadura de Batista. El imperialismo impulsa su propia rebelión en Irán para completar la masacre de Palestina.
Después de haber declarado que los movimientos burgueses nacionalistas en los países oprimidos “no son nuestro enemigo”, la reunión bagayera propone torpemente derrocarlos de la mano del imperialismo. El tema de Irán no es nuevo. Ya fue debatido entre Altamira y Alex Callinicos, principal dirigente del SWP, en Buenos Aires el año pasado. Allí Altamira afirmó: “El compañero Callinicos señaló que el imperialismo es un sistema. Eso hay que tenerlo siempre presente. Ahora, les hago una pregunta: si Israel, Estados Unidos y la Unión Europea atacan a Irán, ¿defendemos o no defendemos a Irán, al Irán que mata a mujeres que no usen velo? ¿Lo defendemos o no?”. La pregunta de Altamira no obtuvo respuesta por parte de Callinicos, aunque ahora este nuevo texto nos la proporciona: el SWP y sus laderos no solo no defienden al país oprimido sino que promueven la remoción incondicional de sus gobiernos, con independencia del carácter de la dirección política de esa remoción, incluso si está en sintonía con el imperialismo mundial.
El imperialismo es un sistema -como decía Callinicos- pero, como todo sistema, contradictorio, no plano, con distintos niveles y clases de imperialismo, y de Estados nacionales opresores y oprimidos. Ignorar esta diferencia puede convertir a los izquierdistas en “idiotas útiles” de las potencias imperialistas. Clasificar a Trump, la UE, Putin, China, Irán, Hezbollah, Hamas, el castrismo, como una “masa reaccionaria única”, se asemeja a la tesis largamente sostenida por Nahuel Moreno, acerca del “Frente Contrarrevolucionario Mundial”. En efecto, las corrientes lambertista y morenista, en los años ’60, sostuvieron que todas las direcciones pequeñoburguesas, burocráticas y nacionalistas eran agencias del imperialismo. De aquí derivó el morenismo la tesis de la “revolución democrática”, que envolvía a la contrarrevolución con banderas democráticas. Es con este planteo que apoyó la guerra de la OTAN contra Serbia, la disolución de la Unión Soviética, la guerra del imperialismo contra Bashar al Assad y, de nuevo, a la OTAN contra Rusia, disfrazada como una guerra por la independencia de Ucrania. Al promover al grupo bagayero, los carreristas del aparato traicionan las posiciones históricas del Partido Obrero.
El oportunismo se refleja nítidamente en el texto cuando tiene que abordar el problema de la lucha contra lo que denomina la “extrema derecha”, que para los firmantes “ha surgido gracias a los desastres sociales producidos por las políticas neoliberales”. El planteo asombra por lo curioso, porque hasta nuevo aviso no se conoce política más neoliberal que la de los gobiernos de extrema derecha –Trump, Bolsonaro, Milei. La otra curiosidad es que absuelve políticamente de los “desastres sociales” a los nacionales y populares y centroizquierdistas; por eso el electorado argentino ve al aparato del PO como una colectora del kirchnerismo. El texto evita la palabra “fascismo” a lo largo de todo el texto de la declaración, a pesar de los asaltos de turbas guionadas por el aparato político y militar, contra el Capitolio norteamericano y el Planalto brasileño. En un texto dedicado al “rearme”, que es votado en los parlamentos de la ‘democracia’, se evita discernir las tendencias al fascismo que acompañan a las grandes crisis económicas y a la guerra. En febrero pasado, en Argentina, hubo una gran marcha antifascista, que el aparato del PO ha preferido ignorar en su sesión de internacionalismo bagayero.
El texto, sin embargo, no le escapa a la política identitaria, que divide a los trabajadores de acuerdo a orientaciones sexuales o nacionales, al apoyar la lucha contra “el patriarcalismo individual y colectivo (?)”, “la discriminación de las minorías”, “la destrucción del medio ambiente”, etc., sin la menor caracterización histórica ni social. No figura, desde ya, una política para formar brigadas obreras de autodefensa contra la represión estatal y las bandas fascistas, en pleno estadío de “rearme’ y guerras internacionales. El aparato del PO logró imponer en el texto el planteo de desarrollar “un movimiento popular con banderas socialistas”, aunque con otras etiquetas.
Los firmantes coinciden en que la respuesta de la clase obrera y de las masas frente a la guerra “no ha sido suficiente”, y atribuyen con descaro esa responsabilidad a “la bancarrota política de la llamada ‘izquierda’, ahora completamente cooptada por el establishment capitalista”; o sea a ellos mismos. Un sincericidio para quienes vienen de formar un interbloque con el PJ en el Congreso Nacional. Pero tampoco atribuyen la responsabilidad de la falta de una oposición consecuente a la guerra a la “burocracia sindical”, a la que nunca mencionan. El SWP no se ha querido meter con la burocracia traidora de las Trade Unions, que bancan al imperialismo inglés. Es ilustrativo que el SWP publicó una nota acerca de la Argentina en la que saludan “el golpe más importante y contundente que ha recibido el régimen de Milei hasta la fecha”, en referencia al paro dominguero de la CGT del 10 de abril.
El texto se queja de una “corrosiva extensión del individualismo”. La atomización política de la clase obrera es atribuida a la psicología de los trabajadores, no al sabotaje de la unidad de clase por parte de la burocracia. Este “corrosivo” planteo lo firma la organización que promueve “Crespo Conducción”.
El elenco firmante, por su puesto, renuncia a cualquier referencia a la reconstrucción de la Cuarta Internacional. Su programa y estrategia son simplemente ignorados. Buscando un denominador común digerible para el rejunte, llaman a formar una “nueva Internacional”, sin principios ni delimitación política –por eso rehuyen a la Cuarta. El abandono de la IV Internacional tiene siempre el propósito de reemplazar su programa por la nada misma. No es este el método histórico del Partido Obrero, como lo demuestran los cinco puntos que iniciaron el Movimiento por la Refundación de la Cuarta Internacional, y luego su Programa, aprobado en un Congreso Internacional, con delegados electos, en Buenos Aires. En un reciente evento León Trotsky, en esa misma ciudad, el aparato del PO difundió un panfleto que dice defender ese programa, que ahora simplemente pisotea.
En resumen, la declaración no aporta nada políticamente pero sirve para tomar dimensión de lo que ocurre cuando los principios revolucionarios son reemplazados por la maniobra organizativa y el oportunismo. Si la reunión bagayera pretende desarrollar un movimientismo internacional con banderas reaccionarias, más sano sería que cada grupo continúe su política ajena al socialismo por separado.