Escribe Lucas Giannetti
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En medio de la agudización de la guerra comercial, en particular con China, Trump avanza sobre los mercados asiáticos a través de acuerdos bilaterales y con una agresiva política agroindustrial que golpea sobre todo a Argentina y Brasil.
A comienzos de junio, una misión diplomática vietnamita visitó Estados Unidos para arribar a un acuerdo comercial. La misión asiática centró sus actividades en el estado de Iowa, productor por excelencia de soja, y cerró un acuerdo por el cual la más importante empresa importadora de materias primas de Vietnam, Khai Anh Binh Thuan Co., arribó a la adquisición de 1 millón de toneladas de harina de soja a AGP, cooperativa moledora de soja, que cuenta con su propio puerto en el estado de Washington con una capacidad operativa de 6 millones de toneladas de harina de la oleaginosa. De conjunto las “empresas de Vietnam y el estado de Iowa firmaron cinco memorandos de entendimiento sobre el comercio de productos agroindustriales valorados en aproximadamente 800 millones de dólares (Bichos de Campo 3/06/). De esta manera Trump le ha soplado a Argentina el principal socio comercial en esta materia, presentándole a Milei una buena ocasión para twittear una de sus frases de cabecera, “Roma no paga traidores”. Es tal la importancia de Vietnam para el mercado oleaginoso que Milei por medio del decreto 290/2025 designó a un “Agregado Especializado en el Área Agroindustrial de la Embajada de la República en la República Socialista de Vietnam”. Hasta esta designación la Argentina contaba con seis Agregadurías Agrícolas en el exterior, ubicadas en Brasil, China, Estados Unidos, India, Rusia y en Bruselas, desde donde entabla relaciones con la Unión Europea.
La misión comercial vietnamita estuvo encabezada por el ministro de Agricultura y Medio Ambiente. El aumento de las importaciones de productos norteamericanos tiene como propósito menguar los aranceles adicionales que Trump le impondría a partir de julio. Las extorsiones arancelarias por parte de Estados Unidos a Vietnam le han impuesto, además de la harina de soja, la compra de 900.000 toneladas de maíz y trigo por un valor de 250 millones de dólares y la empresa “Vietnam-Japan Nutrition Technology JSC firmó un contrato con el Grupo POET para importar 100.000 toneladas de burlanda de maíz (DDGS por sus siglas en inglés) y 100.000 toneladas de harina de soja por un valor total de entre 60 y 70 millones de dólares” (ídem). A futuro Vietnam tiene en carpeta la ampliación del uso de bioetanol, lo que implicaría un aumento de la importación de maíz y del combustible orgánico desde Estados Unidos, golpeando a la producción maicera argentina. La extorsión de Trump a Vietnam se centra básicamente en que el país asiático debe tener una balanza comercial deficitaria en relación con lo comerciado con EE.UU, si no, se le aplicarán aranceles adicionales del 46% a todas las importaciones provenientes del país del sudeste asiático a partir del mes que viene.
Las presiones y acuerdo bilaterales de EE.UU. no se reducen a Vietnam. La administración Trump avanza sobre Japón, Malasia y Corea del Sur, entre otros países, para que incrementen la compra de maíz estadunidense, golpeando a los complejos agroindustriales de América del Sur. Para lograr esta penetración en los mercados asiáticos en el marco de la guerra comercial, los EE.UU. ha tenido una política de ampliación de la “capacidad de trituración en los estados sojeros del denominado Midwest, para volcar la producción de aceite a los fabricantes de biodiesel y diésel renovable, moviendo la harina de soja hacia los puertos del Pacífico desde donde llegan a los países asiáticos con un flete oceánico significativamente más barato que desde los puertos de Argentina, Brasil e incluso del Golfo de México” (La Nación, 4/06/). De esto se desprende la importancia del control de los corredores bioceánicos, un aspecto fundamental del tablero de la guerra comercial.
En el mercado mundial de harina y aceite de soja, si bien la Argentina ha perdido terreno a manos de Brasil y Estados Unidos en los últimos años, lidera las exportaciones mundiales, que, en 2024, dejaron divisas por un total de 17.000 millones de dólares, sobre un total de 20.000 millones de dólares del complejo oleaginoso (La Nación 4/06). El retroceso argentino se evidencia en el 62% de crecimiento de las exportaciones de Brasil y del 51% de los Estados Unidos, “mientras que las de la Argentina solo (crecieron) un 22%, lo cual hizo que nuestro país perdiera nueve puntos porcentuales de participación en el comercio global, al pasar de 46% en 2013/14 al 37% en la última campaña” (ídem).
Según especialistas en la materia, la retracción de la producción sojera argentina se debe a un “estancamiento y declinación” del complejo oleaginoso argentino, que pasó de producir 62 millones de toneladas en la campaña 2014/2015 a 44 millones de toneladas en 2021/2022. Hace una década atrás el complejo agroindustrial poseía una capacidad operativa para llevar adelante una trituración y procesar 70 millones de toneladas de harina de soja. Desde el sector señalan que la reversión tendencial se debe al mantenimiento de las retenciones por todos los gobiernos de los derechos de exportación, de los cuales abrevan para llevar adelante el pago meticuloso y sistemático de la deuda externa. Las patronales agrarias que veían en Milei un salvoconducto para terminar de una vez y por todas con los derechos de exportación, están velando las armas y presionan a una devaluación que equiparen los altos costos de producción que hoy tienen los productores. Desde su carácter parasitario el gobierno liberticida le ofrece al capital agrario que se suban a la bicicleta financiera o a la especulación de la deuda pública. Los efectos de la guerra comercial en la Argentina tienen sus consecuencias directas en una acentuación del ajuste por parte del gobierno liberticida sobre las masas en pos de los cumplimientos financieros y el sometimiento a los designios del FMI, que alimentan la caja de la guerra de las grandes potencias imperialistas.