Escribe Olga Cristóbal
Tiempo de lectura: 5 minutos
La “solución final” para que Medio Oriente no sea “un infierno”, según había amenazado Trump, sería la limpieza étnica, expulsar a los gazatíes después de que Israel los sometió, con el concurso de Estados Unidos y Europa, a 15 meses de bombardeos, hambruna y todo tipo de crímenes de guerra sin lograr rendirlos. La matanza no ha cesado, aunque los medios no destaquen que Israel viola el alto el fuego cotidianamente. Desde que entró en vigor, Israel asesinó a más de 80 palestinos en Gaza, 49 de ellos en Rafah. Decenas de civiles que regresaban a sus barrios devastados.
Dando la espalda a las críticas, Donald Trump insistió esta semana con su propuesta de que los palestinos “puedan vivir sin violencia en otros países”, en principio Egipto y Jordania, y dejen Gaza expedita para explotar los yacimientos de gas y convertirla en un paraíso turístico.
Trump se alinea así con el sector del gobierno israelí que pretende reeditar la Nakba de 1948 para instalar colonos y asentamientos a la manera de lo que están haciendo en Cisjordania. La semana próxima, Netanhayu será el primer mandatario recibido por Trump en esta segunda presidencia.
Con todo desparpajo, Trump mintió conversaciones con el rey Abdullah II de Jordania y con el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, “un amigo al que he ayudado mucho y estoy seguro de que nos ayudará”. El gobierno egipcio desmintió enfáticamente cualquier contacto. “Nunca se puede tolerar ni permitir debido a su impacto en la seguridad nacional egipcia”, ha manifestado Al Sisi en una rueda de prensa.
Egipto y Jordania fueron los primeros países en firmar tratados de paz con Israel y son los más cercanos a Estados Unidos en la región, pero no quieren exponerse a la furia popular que generaría colaborar con la expulsión de los palestinos. Los gobiernos árabes consideran a los palestinos, además, un incontrolable factor de desestabilización política (Haaretz, 27/1).
Jordania y Egipto “enfrentarían una oposición interna abrumadora si sus pueblos los vieran complacientes con una segunda Nakba palestina”, coincidió Hasan Alhasan, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en Bahrein.
A partir del cese del fuego, Egipto hasta aceptó abrir el paso de Rafah, cerrado a cal y canto mientras Israel masacraba a la población de la ciudad. Pero hasta ahí.
Del mismo modo que Qatar y los saudíes, ambos países se relamen ante la posibilidad de participar del fabuloso negocio de la reconstrucción de la Franja.
La propuesta de Trump, aclamada por los Gvir y los Smotrich, también fue tomada con reserva incluso por jefes del partido Republicano en Estados Unidos. El senador Lindsey Graham -“uno de los más fervientes defensores de Israel en el Congreso”- dijo a CNN que no creía que la idea fuera “demasiado práctica”. No solo porque “una afluencia de refugiados a los países árabes vecinos podría desestabilizarlos y representar una amenaza existencial”, sino porque “coincidir con la propuesta de Trump provocaría una amplia indignación popular, un riesgo insostenible para esos gobiernos” (CNN, 28/1).
El Senado estadounidense también le puso un freno (54 a 45 votos) al proyecto de ley que pretendía imponer sanciones a la Corte Penal Internacional por sus órdenes de arresto contra Netanyahu y su exministro de Defensa, Yoav Gallant. La medida, aprobada por la Cámara de Representantes, no alcanzó los 60 votos a favor que necesitaba para confirmarse.
La limpieza étnica propuesta por Trump fue rechazada por varios países de la Unión Europea que tienen enfrente la papa caliente de la promesa de Trump de apropiarse de Groenlandia. España defendió la solución de dos Estados y Francia tildó de “inaceptable” cualquier “desplazamiento forzado” que sería “un grave obstáculo a la solución de dos Estados y un factor de desestabilización de nuestros socios Egipto y Jordania”.
Borrar Palestina del mapa, sin embargo, es un sueño añejo de Trump. El diario Haaretz, de Tel Aviv, recuerda que durante su primer mandato “hubo rumores constantes de que su administración presentaría un plan para dar a los palestinos tierras en la península del Sinaí, a expensas de Egipto, como una especie de compensación por permitir que Israel se anexara Cisjordania y pusiera fin al sueño de un Estado palestino”.
En tanto, la policía israelí arrestó a 12 personas en Jerusalén Este por “mostrar alegría” (sic) y celebrar en la noche del martes la liberación de un preso palestino. El preso en cuestión, Ashraf Zugayer, fue liberado después de pasar más de 20 años en prisión “por transportar milicianos de Hamas” (EP, 29/1).
Israel quiere consolidar sus avances. El ministro de Defensa Israel Katz aseguró que las tropas permanecerán “de manera indefinida” en el Monte Hermon, una localidad estratégica en los Altos del Golán -un territorio ocupado por Israel desde 1967-. El ejército ya difundió imágenes de la construcción de alojamientos, cocinas y centros médicos (Reuters, 28/1).
Tras la caída del régimen de Bachar el Asad, el ejército israelí ocupó una zona de los Altos del Golán, anexada por los sionistas aunque había sido declarada zona de amortiguamiento sin presencia militar en 1974. Netanyahu justificó la ocupación para garantizar la seguridad de los colonos que ocupan los Altos del Golán.
La decisión fue criticada por algunos países árabes y por la ONU, cuyo secretario general, António Guterres, afirmó que supone una violación del acuerdo territorial entre Israel y Siria, de 1974. Los habitantes del lado sirio han protestado contra el despliegue de soldados israelíes y piden a la comunidad internacional que detengan el avance.
Israel y el Líbano acordaron -es un decir- una nueva tregua hasta el 18 de febrero. Sucedió después de que Israel anunció que no piensa retirarse de El Líbano. El domingo había vencido la tregua de 60 días entre Hezbollah e Israel, un alto el fuego de 60 días firmado después de que los ataques israelíes dejaron más de 3.800 muertos y 1,2 millones de desplazados.
Cumplido el plazo, Israel debía retirarse del sur de Líbano, Hezbollah al norte del río Litani y el ejército libanés y fuerzas de la ONU quedarían como responsables de patrullar la “zona de contención”. Sin embargo, Netanyahu anunció que no cumpliría su parte del acuerdo con la excusa de que el Estado libanés aún no ha reemplazado totalmente a Hezbollah mediante el despliegue de tropas y llamó a los libaneses desplazados a no volver a las fronteras.
Hasta la Deutsche Welle ha tenido que admitir que el ejército libanés y las fuerzas de paz de la ONU ya se han desplegado en muchas aldeas antes de la fecha límite, mientras que los sionistas mantienen ocupadas por lo menos una docena.
El nuevo presidente libanés, Joseph Aoun, un cristiano maronita, denunció "la continuación de las violaciones israelíes por tierra y aire", lo que significó "las explosiones de casas y la destrucción de pueblos fronterizos, contrarias al acuerdo".
El domingo, cuando se supo que Israel mantendría la ocupación, estallaron movilizaciones que rompieron los controles de carretera instalados a lo largo de la frontera. La respuesta israelí dejó solo el lunes 24 muertos y varios cientos de heridos.