Escribe Marcelo Ramal
Intervención de Marcelo Ramal en la mesa organizada por el Grupo de Filosofía de la Biología UBA.
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El martes 25 de agosto Marcelo Ramal participó junto a otros docentes e investigadores de la charla virtual “¿Algo huele mal? Megafactorías de cerdos en Argentina. Perspectivas académicas críticas”, organizado por el Grupo de Filosofía de la Biología UBA.
También participaron Maristella Svampa (CONICET); Patricia Digilio (UBA); Valeria Berros (UNL-CONICET); Bibiana Vilá (UNLu-CONICET) y Rafael Lajmanovich (UNL-CONICET). A continuación, reproducimos la intervención de Marcelo Ramal.
Estamos asistiendo en este anuncio y pre-acuerdo sobre la cuestión de la megafactoría de cerdos, a la reiteración degradada de una cuestión que ya vimos en la Argentina al menos en las últimas tres décadas, y que podríamos, a modo de hilo conductor, representar de la siguiente manera: cuando el país asiste a una bancarrota económica y social muy manifiesta, aparece milagrosamente algún emprendimiento productivo o filón económico que se presenta como estratégico y que promete rescatar al país de su quiebra. Esto es lo que vimos a partir de la incorporación de las variedades de semillas transgénicas y del desarrollo de una explotación agrícola vinculada indudablemente con una internacionalización económica, pero también con una presencia creciente del capital internacional tanto en lo que tiene que ver con los agrotóxicos, las semillas y el propio desarrollo financiero del negocio agrario, como es el caso de los pooles de siembra.
En esta línea tuvimos también, saliendo por un momento de lo agropecuario, el caso del fracking en Vaca Muerta, que en su momento se presentó como un impulso que lograría sacar a la Argentina de un pantano. En el medio tuvimos la megaminería, y de un modo general, cuando se piensa en este conjunto de anuncios, oportunidades y emprendimientos, encontramos dos denominadores comunes: uno tiene que ver con la integración de estos fenómenos a una operación más general del capital financiero, ya que siempre operaron como garantía para el pago de la deuda externa argentina, por un lado; y luego constituyeron un fenómeno de extraordinaria depredación de las fuerzas productivas y del medio natural en la Argentina, incluyendo a la fuerza productiva fundamental que son sus trabajadores.
Este es el vínculo que encontramos con una historia que sin dudas si se produjera o se avanzara con este proyecto se encontraría en una línea que involucra de alguna manera a la producción avícola y vacuna. Recientemente hemos visto como es particularmente en este tipo de industrias en donde las condiciones sanitarias y laborales de quienes trabajan allí son más degradantes, y en los diferentes episodios de contagios por Covid19 los frigoríficos han jugado un lugar tremendo en la Argentina, tanto como a nivel mundial, y es muy conocido que la producción avícola y vacuna en el mundo está sostenida sobre trabajadores precarizados, tercerizados e inmigrantes.
Es indudable que los contagios, pero también los efectos zoonóticos, vinculan, por un lado, a animales hacinados y agrupados en condiciones indignas y a trabajadores que son sometidos a esta condición.
El caso que estamos viendo ahora se integra a este proceso con sus particularidades, porque aparece China. Indudablemente cuando hablamos de China no podemos sustraer esta operación económica de las rivalidades internacionales, del escenario de la guerra comercial que atraviesa hoy al capitalismo mundial, pero dentro de esto encontramos también el vínculo entre la operación económica de las megafactorías de chacinados y la cuestión de la deuda.
En estos días también estamos escuchando que el gobierno argentino discute la posibilidad de transformar en dólares parte de ese crédito inmanente llamado “swap” que el Estado Chino mantiene en las reservas del Banco Central Argentino. El gobierno argentino necesita transformar en dólares esos yuanes porque las reservas del Banco Central están languideciendo porque deben responder a la exigencia de los acreedores internacionales. Entonces la burocracia gobernante en China, con su “swap” asegura indirectamente el pago de la deuda, y quién puede dudar que esa operación de intercambio de yuanes por dólares se encuentra sutilmente vinculada a esta operación de depredación ambiental.
Sin embargo, nadie está interesado en que Argentina pague la deuda externa. La deuda externa es una suerte de tributo a perpetuidad dirigido a condicionar la orientación social y económica de un país. Si Argentina coloca la megafactoría de cerdos pagará parte de los intereses, otra parte se capitalizará engrosando la deuda externa y por lo tanto el circuito de endeudamiento permanecerá y los llamados proyectos de exportación servirán para sostener un determinado pago de intereses.
Es importante entender el vínculo del problema de la deuda y la orientación social del país. La clase dirigente, la burguesía del país no concibe determinados proyectos para pagar la deuda. La deuda existe como factor que diseña su orientación. En otras palabras, no producimos cerdos para pagar la deuda, sino que tenemos una deuda para obligarnos a poner megafactorías de cerdos.
¿Estamos ante un régimen alimentario, ante un régimen productivo de un sector en particular? En nuestro punto de vista estamos ante una relación social, es decir ante un régimen social determinado. El vínculo entre ese régimen social, que es el de la acumulación de capital y el de la explotación del trabajo asalariado, es decir el capitalismo, es inseparable de este fenómeno de degradación que estamos señalando. Esto no es algo novedoso, el capitalismo como organización social ha sido un depredador serial de las fuerzas productivas y de la propia naturaleza.
Para el capital, el reloj, es decir el tiempo, es una variable implacable y crucial: el capital necesita reproducirse y valorizarse en el menor tiempo posible para reencontrarse con su valor y volver a acumularse en una escala ampliada.
¿Qué consecuencia tiene esto? En el período de la revolución industrial los capitalistas prolongaron la jornada laboral a 14 y 16 horas por día con el objetivo de acelerar el tiempo de reproducción del capital, el factor tiempo. Por ese mismo motivo la máquina que debió haber sido un factor de alivio sobre el trabajo humano se transformó en una nueva esclavización.
El factor tiempo es un elemento degradante en el vínculo de la producción capitalista con el medio natural, porque no permite la reposición de los recursos del medio ambiente que han sido tomados o han sido absorbidos y el capital entra en la voracidad de consumir a los seres vivos, los animales, los recursos naturales y los vegetales en el menor tiempo posible.
Si estamos hablando de actividad agropecuaria, al tiempo le podemos agregar otro objetivo voraz del capital: el espacio. Es decir, agrupar en este caso a las especies animales en el menor espacio posible para ganar suelo con el objetivo de reproducir al capital en otras actividades agrícolas también. Este es el punto que muestra hasta donde se ha llegado en la voracidad que reclama un proceso que se ha demostrado es contaminante en muy diferentes aspectos.
Hay que tener en cuenta el momento en el cual esta actividad es colocada en la Argentina y se abre este debate. Porque se dice, por un lado, que la pandemia y la crisis del Coronavirus abriría paso a un mundo cooperativo o a un mundo solidario; es decir que el capitalismo enfrentado a su propia barbarie reconsideraría los alcances de ella.
Sin embargo, estamos viendo como la vacuna, muy lejos de construir un escenario de cooperación científica internacional se va transformando en la geopolítica de la vacuna y de los grupos capitalistas aliados a los estados.
¿Qué tiene que ver esto con este episodio que estamos discutiendo?
Después de haber leído, verificado y estudiado el vínculo entre el origen de la pandemia del Covid y estas mega-explotaciones porcinas que han llevado al traspaso de virus entre diferentes especies, después de haber verificado esto y que esto adquiera la evidencia que ha adquirido ¡no se vaciló en firmar un convenio! Es decir, sin haber salido de la pandemia, se ha firmado un convenio pandémico.
Cuando se dice que el capitalismo es un régimen social ciego, o como dijo el geógrafo socialista Panocuec, “el capitalismo es la fuerza gigantesca de un cuerpo desprovisto de razón”, acá tenemos al cuerpo desprovisto de razón.
Es decir, en el capitalismo, en este episodio pequeño de un país llamado Argentina, donde alguien firma un convenio para llevar adelante una actividad pandémica, en los umbrales de la pandemia, tenemos este cuerpo desprovisto de razón.
Esto nos enseña que este régimen social no tiene corrección. No puede enderezar su rumbo, ni aún bajo los golpes de las mayores catástrofes. Entonces, indudablemente está planteada una reorganización social, que el mundo exige bajo las formas más diversas: bajo las vías de las rebeliones populares, de los levantamientos que hemos visto también estos meses pandémicos, incluso allí donde está el corazón del capitalismo y de la propia pandemia: Estados Unidos.
A partir de esto es importante ver una conclusión respecto de qué nos enseñan estos episodios al menos en el plano económico y político. Este proceso de degradación ambiental que hoy estamos concentrando en la cuestión de la mega-explotación porcina, es inseparable de un escenario más general de declinación del capitalismo como organización social.
Tenemos que incluir, insertar, las cuestiones de la barbarie ambiental en el escenario más amplio de la barbarie social. Porque efectivamente, y dada esa realidad a la luz de todo este escenario, uno puede decir que la humanidad se enfrenta a un gran dilema: o el colapso ambiental se subsume, se incluye, se infiltra o se une al desarrollo de esta barbarie social más general a la que estamos asistiendo, donde va a estar la guerra y los antagonismos nacionales planteados a una escala probablemente nunca vista; o la lucha que todos estamos viendo contra estas expresiones degradadas de uso del medio ambiente se une a una lucha más general por el socialismo concebido de la única manera que fue concebido por quienes lucharon o lo concibieron, que es en el plano internacional.