Qué representa para los trabajadores el acuerdo nacional que propone Cristina Fernández

Escribe Jorge Altamira

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Un texto de la Vicepresidenta, con motivo del décimo aniversario del fallecimiento de su esposo, desató toda clase de críticas y menores apoyos. En el caso de la llamada 'corpo', los comentarios se confunden con la manipulación intencionada. Es que después de meses de atribuirle a ella el gobierno del país, en desmedro del Presidente, califican su desmentido a estas denuncias o caracterizaciones como una artera crítica a Alberto Fenández, porque lo estaría responsabilizando de la onda devaluatoria del peso, al menos desde que se llegó a los acuerdos de deuda con los fondos internacionales. Palos porque bogas, palos porque no bogas.

El kirchnerismo y CFK han apoyado sin desfallecer al gobierno. ¿Hay una prueba más contundente de esto que su adhesión al arreglo de la deuda externa, a la negociación de un nuevo pacto con el FMI, a la conformidad con la desvalorización, por parte del gobierno, de las jubilaciones y salarios – inclusive al voto a favor del informe de la ONU que condena al gobierno de Venezuela por violación a los derechos humanos? CFK dio el ok al acercamiento al gobierno de Netanyahu y a la promoción de una ley que identifica al anti-sionismo como un delito antisemita. Son definiciones tanto estratégicas como de principios. Si como entienden algunos y algunas, la ex Presidenta se ha replegado en el silencio para oficiar como guardiana última en caso de derrumbe de la gestión política en curso, esto no hace más que reafirmar un compromiso político de defender el Estado y el conjunto de sus instituciones. Después de todo, pretende ser absuelta de los cargos de corrupción que se tramitan en la Justicia, no por la Historia, como una vez proclamó Fidel Castro, sino por esas mismas instituciones. Cuando CFK subraya la centralidad política de la institución presidencial – lanza un compromiso hipotético de que no visualiza reemplazar a Alberto Fernández.

Pandemia y crisis de régimen

La peculiaridad del texto de Cristina Fernández es que reconoce la impotencia del régimen vigente para tratar dos problemas fundamentales – de un lado la pandemia, del otro lo que llamó el sistema bimonetario, o sea la carencia de un régimen monetario propio, por parte de Argentina. A la “confianza” que reclaman las grandes patronales y el macri-radicalismo, la expresidenta opone la “incertidumbre” – o, más sencillo, la sociedad capitalista ha perdido la brújula. Reconoce, por esta vía, que el poder político sería incapaz de contener la irrupción de una situación revolucionaria. Del lado opuesto a esta caracterización, se encuentra el trumpismo internacional (y el radi-macrismo vernáculo), que asegura que la pandemia no representa ningún desafío estratégico para el capital, mucho menos histórico, y que así lo probará la aparición de una o más vacunas. No menciona en este escapismo ideológico el derrumbe de los sistemas de salud en todo el mundo capitalista; la carga económica insoportable del sistema farmacéutico para la inmensa mayoría de la población; la rivalidad, rayana en la agresión, entre los estados capitalistas, para imponer la vacuna propia; el derrumbe de las finanzas públicas, y por lo tanto, en última instancia, del sistema monetario, acentuado por el rescate del Estado a las corporaciones capitalistas.

Para decirlo con una frase remanida: la culpa no es de nosotros, dice CFK, “es el capitalismo, estúpido”. La prueba es que los estados no pueden gestionar la pandemia, ni desde el punto de vista económico, ni sanitario, ni social. Los pesos que han ido a la compra de dólares los ofreció el gobierno de los Fernández, a través del financiamiento bancario de los gastos de pandemia, los subsidios a las patronales, los créditos bancarios subsidiados al capital e incluso los impuestos a las transacciones financieras en divisas – el gobierno ya ha devaluado el peso cuando llevo el llamado ‘dólar ahorro’ a 140. La expresidenta interpela a las corporaciones y a la ‘oposición’ de si tienen otra receta que esta, con todas sus limitaciones y contradicciones, y los convoca a un acuerdo. Debemos suponer que sabe que el llamado cae en saco vacío. Las crisis capitalistas acentúan los antagonismos entre los diferentes capitales – sería absurdo que ocurra lo contrario. El lucro que busca el capital no es ‘social’, es privado. CFK debe estar pensando en el Presupuesto 2021, que la ‘opo’ rechazó en comisión, pero podría votar a favor en el recinto con carácter general. El problema es que ese proyecto de Presupuesto es una ficción, por la misma razón de que el peso se devalúa a nivel internacional e interno. Para septiembre se prevé una tasa mensual del 3 por ciento.

El otro escollo insalvable que señala la Vicepresidencia es el carácter “bimonetario” del dinero en Argentina. Es el reconocimiento de que el país carece de autonomía política. La caracterización es, sin embargo, confusa. De un lado porque la mayor parte de los países tienen un régimen ‘bi-monetario’. Los ‘70 del siglo pasado fue la era del “euro-dólar” – la circulación del dólar en el sistema bancario europeo. La bancarrota de 2007/8 mostró que la creación del euro no había superado la dependencia de la Unión Europea del dólar: los bancos en Europa fueron rescatados gracias a la apertura de una línea de crédito de la Reserva Federal al Banco Central Europeo. Lo mismo volvió a ocurrir en 2010 y 2012, y, claro, en los meses recientes. En otros países las reservas internacionales en dólares sobrepasan por lejos las necesidades de caja del comercio exterior; la moneda del país circula sobre la base de un activo específico – la divisa norteamericana. Las exportaciones norteamericanas representan el 20% del comercio mundial; el uso del dólar como unidad de cuenta y medio de circulación llega a un 50%; el 75% de las reservas internacionales en su conjunto están constituidas, en cambio, por dólares. En la década del 90, China había convertido su excedente comercial en títulos públicos de Estados Unidos.

Cuando se considera a Argentina, el pergamino de la expresidenta se desluce por completo. El gobierno kirchnerista vació el Fondo de Garantías de Anses, el activo del Banco Central y parte del Nación, con su política de “desendeudamiento”. Les transfirió a ellos la deuda externa a medida de los vencimientos, a cambio de billetes norteamericanos. La deuda pública, sin embargo, siguió creciendo. Desde la crisis de deuda de 1976 hasta ahora, el régimen monetario fue llevado a la disolución por la vía de los default de deuda externa, cada diez años, más o menos, produciendo una enorme concentración de capitales a fuerza de una caída enorme de los niveles de vida. No puede haber nunca un régimen monetario autónomo, frente a una deuda pública de un monto similar al PBI, en moneda extranjera. El intento de evitar la dolarización del sistema monetario mediante la creación de moneda del Banco Central conduce simplemente a la inflación y a la bancarrota. El sistema bancario crea moneda contra garantías patrimoniales o de ganancias futuras; la simple emisión de papel no crea riqueza ni alternativa de creación de riqueza. El fenómeno argentino es mundial, como lo prueba que la deuda pública internacional es más del ciento por ciento del PBI del conjunto de los países. El ministro Guzmán aseguró, durante bastante tiempo, que superaría estos problemas mediante la creación de “un mercado de capitales doméstico” (una vieja promesa de los gobiernos K), y en estos días ha comenzado a emitir deuda pública ajustada al dólar o directamente en dólares.

La crítica neoliberal al emisionismo ‘populista’ desarrolla un cretinismo inverso. Dice que la liquidación del circulante en ‘exceso’ produciría la estabilidad monetaria, sin aclarar que ello llevaría a una parálisis completa de la economía. Descuenta que la ‘confianza’ desataría una ola de inversiones, sin importar si existe la oportunidad del lucro. El dinero circulante no son solamente los billetes sino las cuentas de ahorro y a plazo corto o mediano; la supresión de este ‘excedente’ devolvería a Argentina a una economía de trueque. Es el entramado de todas estas contradicciones lo que ha llevado a acuñar la expresión “tormenta perfecta”, no para Argentina sino para todo el sistema mundial. El señalamiento de una crisis sistémica, por parte de CFK, ha recibido una respuesta mediocre, rayana en el analfabetismo, de parte de la meritocracia criolla. Este tipo de impasse ha sido la señal, en el curso de la historia del siglo XX, de las irrupciones de fascismo, por un lado, y el bolchevismo, por el otro. La historia se repite, decía Hegel – de los trabajadores y de los socialistas depende que sea como epopeya y no como tragedia y farsa.

El ‘acuerdo nacional’ y los trabajadores

El mundo del trabajo y el activismo obrero acaban de recibir la confesión de bancarrota del régimen vigente, por boca de la líder política más significativa de este mismo régimen. La izquierda del régimen convoca a la derecha del régimen a un acuerdo, para salvar, ni más ni menos, que a ese régimen común. Para agravar el impasse, la derecha responde que no acepta el acuerdo. Más allá de unos y otros, ese acuerdo no tiene la capacidad de ofrecer una salida. Lo prueba el hecho de que CFK no colocó sobre la mesa un programa para ese objetivo.

Frente al arrasamiento de las condiciones de vida y de la vida misma, que provoca la pandemia capitalista, los trabajadores debemos producir nuestro propio acuerdo – mediante la deliberación, la organización y la lucha. El régimen se declara impotente, pero no por eso renuncia a descargar esa impotencia sobre nuestras espaldas. La necesidad de un acuerdo de la clase obrera es el contenido que tiene nuestro planteo a favor de un congreso de trabajadores.

Es claro que los sindicatos no están encabezando este llamado, porque la burocracia forma parte del otro acuerdo que tampoco va a ocurrir. Ello no representa, sin embargo, un obstáculo para desarrollar esta iniciativa, a traves de congresos parciales y pronunciamientos, y una campaña por un congreso de trabajadores y por pronunciamientos. El verdadero obstáculo es la incomprensión que haya de nuestra parte acerca del estado de impasse extrema del estado y el gobierno de la clase explotadora, no solamente en Argentina sino, incluso con más potencia, en otros países.

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