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Donald Trump decidió anunciar su prometido “plan de paz y prosperidad” para Palestina en la Casa Blanca, rodeado por barras bravas que lo ovacionaron de pie setenta veces en un par de minutos. Ahí se encontraban, obviamente Benjamin Netanyahu, la claque sionista neoyorquina, tres representantes de los emiratos árabes del Golfo y la extrema derecha norteamericana. Netanyahu es un reo de la justicia israelí por corrupción y de la justicia penal internacional por crímenes de guerra. La ‘propuesta’ sentencia a muerte por enésima vez al pueblo de Palestina y al derecho a la autodeterminación nacional de Palestina.
El lugar del acuerdo de Oslo, firmado bajo el gobierno de Bill Clinton y avalado por las Naciones Unidas, en1996, es ocupado ahora por una decisión unilateral del gobierno de Estados Unidos, que pasa a oficiar de creador de derecho internacional. En Oslo se había determinado la creación de un estado palestino que incluía a los territorios ocupados por Israel a partir de la guerra de los seis días, con pequeñas modificaciones territoriales. Este acuerdo no despegó de tierra en ningún momento, incluso cuando existía el consenso que el estado palestino no gozaría de soberanía política, pues quedaría bajo la supervisión militar del estado sionista, entre tantas otras restricciones. Daba un saludo a la bandera al derecho al retorno de los árabes palestinos expulsados de sus tierras, para ofrecer un salvoconducto retórico a la OLP ante sus bases. Los firmantes, Isaac Rabin y Yasser Arafat, murieron en circunstancias violentas: el primero a manos de un terrorista israelí, el segundo, a manos de un servicio de seguridad, cuya identidad se sospecha, pero no se ha podido establecer.
La ‘paz’ y la ‘prosperidad’ que Trump no solamente promete sino que, fiel a su histrionismo, asegura, convierte a los territorios ocupados en suelo del estado sionista, autoriza la anexión completa del Valle del Jordán, y deja acordonados a los árabes palestinos en un territorio que es el 20% del reconocido por el acuerdo de Oslo y 10% del que heredó luego de la Nakba – la expulsión sangrienta de la población árabe en lo que el sionismo etiqueta como “la guerra de la independencia” (1948). El planteo corona la expansión de los colonos sionistas en territorio ocupado, a fuerza de confiscación de tierras y propiedades árabes palestinas, y la destrucción masiva de viviendas y terrenos agrícolas.
Un ghetto en tierra santa
Lo que Trump y Netanyahu denominan estado palestino, constituye en realidad un ghetto dentro del territorio de Cisjordania. Anshel Pfeffer, un columnista de Haaretz, advierte, con la fina ironía que destaca a algunos judíos, que Netanyahu aplaudió el acuerdo con la convicción de “que va a fracasar” - o sea con la certeza de que incluso el ghetto va a ser anexado con el tiempo, sin la población árabe, para dar lugar a una usurpación completa de todo el territorio limítrofe con Jordania. Es lo que piensa también su ministro Nathan Bennet, quien rechaza la sola anexión de los territorios ocupados, y no de toda Cisjordania. El partido de Netanyahu, Likud ahora, Betar en la década de los 30, viejo aliado del fascismo italiano, sostiene incluso que el Gran Israel, que reivindica su programa, incluye también al territorio de Jordania.
Como lo mejor es enemigo de lo bueno, Trump prefiere otorgar un territorio a esos ghetos, que se vincularán con otros poblados en Cisjordania, por medio de túneles y puentes, bajo custodia del ejército sionista. A esto, Trump lo denominó “contigüidad” territorial.
El cotidiano Haaretz dedicó un editorial a otra cuestión: la decisión, ni más ni menos, de agrupar en ese conglomerado de ghettos a unas diez ciudades con mayoría de árabes israelíes en los ghettos, para que Israel sea habitada solamente por judíos. Los árabes con ciudadanía israelí constituyen poco más del 20% de la población de Israel. En el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz por el ejército rojo, el delirio de un estado étnico puro reaparece bajo el impulso de quien se considera la democracia más completa del mundo y por un estado que dice reivindicar la memoria de seis millones de víctimas judías de los campos de concentración hitlerianos. Hace más de un año, Trump intentó ir más lejos, al proponer asignar a los judíos norteamericanos una doble nacionalidad – estadounidense y judía. Una vez que den ese prometido paso, los fascistas brancaleone de Netanyahu se van a encontrar con el problema de la diferenciación del propio judaísmo, entre aquellos de origen europeo oriental, los de la Europa española, la africana y la mesoriental. Si el hilo comunitario pasa a ser, por el contrario, la religión, la cosa se pone incluso peor, por la abundancia de ateos que alberga el judaísmo y el número creciente de matrimonios y familias diversas. El dislate no debe extrañar, porque, ideológicamente, el fascismo es la lógica del delirio.
La bancarrota del nacionalismo palestino
Aunque la Liga Árabe ha rechazado la avanzada de Trump, como lo ha venido haciendo retóricamente desde siempre, la prensa internacional adscribe Egipto y a Arabia Saudita entre los que apoyan el proyecto. El mapa político de Medio Oriente se rediseña entre los campos de la revolución y la contrarrevolución, allí donde dominaba el conflicto estados árabes versus estado sionista. El socorro de Netanyahu al régimen egipcio todavía no fue pagado por completo por el dictador Sissi. El mismo Putin, que ha liberado el espacio aéreo de Siria a la aviación (¿israelí? ¿judía? ¿sionista?), no encontró mejor momento para indultar a una ciudadana (¿…?) detenida en Rusia. Los Fernández que supimos conseguir no han abierto el pico sobre este planteo de anexión territorial, que viola resoluciones internacionales, ni qué decir del grupo de Lima, ocupados por entero en las andanzas de Guaidó. Ni la UE da señales de que advertir acerca del giro político internacional que significa el rediseño unilateral del mapa político y del derecho internacional por parte de EEUU, que ha decidido ignorar las propias normativas acordadas por el conjunto del imperialismo mundial y la ex burocracia soviética (hoy Rusia) desde la última guerra.
Fuera del repudio de práctica, la novedad fue la advertencia de Abuhd Abbas, de que disolvería la Autoridad Palestina, el proto estado que él preside y que está reconocido por la ONU y numerosas naciones. Lejos de representar un anuncio de pasaje a la clandestinidad, para comenzar una guerra nacional, la disolución de la Autoridad ha sido interpretada como un abandono de las funciones policiales que la Autoridad Palestina ejerce contra su propia población, en acuerdo con el Shin Bet, el servicio de seguridad del sionismo. Esta auto disolución culmina la completa bancarrota política y moral de la Autoridad y las direcciones palestinas, que se valieron del espejismo de los dos estados para mantener a su pueblo en el inmovilismo y para hacer suculentos negocios con la ‘ayuda’ extranjera. Con variaciones, lo mismo se puede decir de Hamas, el gobierno de la Franja de Gaza.
La guerra
La limpieza étnica de palestinos que anuncia Trump se encuentra condicionada por un contexto internacional más amplio. Se trata de la alianza entre un conjunto de potencias árabes e Israel, para modificar el mapa político del Medio Oriente. De emergente aislado, el estado sionista se convierte en pivot de una alianza internacional con estados árabes. Esta política genera una fisura descomunal con estados como Irán y Turquía, y acerca la posibilidad de una guerra generalizada. Es una perspectiva que contradice, sin embargo, las hipótesis de guerra del estado mayor del Pentágono, que trabaja sobre un escenario de guerra que tiene del otro lado a Rusia y a China. Los estados mayores de estos dos países no ven probablemente con malos ojos un empantanamiento de EEUU en Medio Oriente. El alto mando sionista y el ex jefe de su ejército, Benny Gantz, hoy candidato opositor a Netanyahu, apoyan decididamente la ocupación del Valle del Jordán, al que definen capciosamente como la frontera ‘natural’ de defensa de Israel. Es lo que pensaron del Rhin los franceses y los alemanes durante siglo y medio, mientras se mataban entre ellos en dos guerras nacionales y, luego, en dos guerras imperialistas. Claro que no existían los misiles ni los drones.
El convenio de anexión forzosa que han suscripto estos dos reos, uno por violación constitucional (a la espera que lo convoquen por crímenes de guerra) y el otro por corrupción pública por la justicia de su país y por crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional, ampliará el campo de las guerras nacionales y las revoluciones sociales en una geografía en la que hoy mismo crecen unas y otras – en Irak, Irán, Líbano, Argelia, Sudán.
Nuestra lucha
Necesitamos desarrollar una campaña de oposición a la anexión sionista-norteamericana. La red de alianzas de Israel en América Latina crece en forma sostenida, apoyada por una colaboración entre los servicios de inteligencia. Lo prueban la declaración pro-sionista de Bolsonaro en la inauguración de su mandato y el reciente viaje de Alberto Fernández y Kicillof. Esperamos que los diputados del Frente de Izquierda presenten un proyecto de resolución en el Congreso, como parte de esta campaña, avalado y firmado por las numerosas organizaciones antiimperialistas que hacen presencia en Argentina. Es necesario que sea una bandera destacada en la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora y en el día de conmemoración de nuestros treinta mil compañeros desaparecidos. Las mujeres de Palestina, oprimidas entre las oprimidas, necesitan el apoyo de los luchadores y trabajadores de Argentina.