Tiempo de lectura: 5 minutos
Un reciente debate televisivo en tn puso de manifiesto los límites y las imposturas del candidato de la pretendida derecha antisistema, pero no sólo de él, en el abordaje de la crisis nacional.
Javier Milei se chicaneó largamente con la economista kirchnerista Fernanda Vallejos. Por debajo de los choques, sin embargo, sorprendieron al recaer en los mismos yerros conceptuales, a veces, y en coincidencias estratégicas, en otras. Vimos a Milei y a Vallejos lamentarse por la escasez de “dólares que no se pueden fabricar”. Ninguno de los dos recabó, sin embargo, en primer lugar, que el ingreso de esos dólares depende de la posición relativa del país en la economía mundial, o sea del rendimiento del trabajo en los diferentes países. Se trata de la vigencia de la ley del valor, que pena a los países donde el trabajo necesario aplicado a la producción es superior al que valida el mercado mundial. El saldo de las reservas internacionales depende, a su vez, del nivel de la hipoteca financiera, en este caso de Argentina, y de la volatilidad del capital que especula con las tasas de interés diferentes en los distintos mercados. En un programa salpicado de alusiones a la “historia del pensamiento económico”, Milei y Vallejos actuaron como los mercantilistas primitivos, que en el siglo XVI atribuían el atraso de Inglaterra a la falta de oro, sin comprender que la cosa era al revés – que sólo una mayor productividad del trabajo podía aumentar el peso de Inglaterra en el comercio mundial e incrementar las reservas monetarias. Fue lo que ocurrió ulteriormente. Esa penetración comercial no era otra cosa que la potenciación del trabajo humano. No fue un “error” de Adam Smith la elaboración de la teoría valor-trabajo, como dice Milei, sino la comprensión acerca de lo que funda la riqueza en el capitalismo. Esa comprensión convirtió a la economía política en ciencia.
El valor “subjetivo”, determinado por las ´preferencias´ de los individuos, sólo podría servir para un estudio de mercado, pero de ninguna manera para explicar el funcionamiento de la economía mundial, los ciclos económicos y menos que nada las crisis. Desde un punto de vista histórico, el subjetivismo ha sido motivado por la necesidad de negar la condición irreductible del trabajo como creador de valor y, por lo tanto, de la clase obrera. Los economistas se sumaron a la lucha del capital contra la fuerza de trabajo con este ‘aporte teórico’, o sea el subjetivismo, en especial cuando arreciaba la lucha de clases y el desarrollo de los sindicatos. La hostilidad visceral hacia el mundo del trabajo caracteriza a todos los defensores “ideológicos” del capital. Milei reconoce que él atrasa 400 años y más en materia económica cuando reivindica a los escolásticos españoles del siglo XVI. Si Smith, y definitivamente Marx, elevaron a la economía política a la condición de ciencia, Milei la convierte en misticismo y religión.
Estatismo y Banco Central
Los libertarios son ‘anti-estatistas’ cuando se trata del mal llamado “gasto social”. Aquí no aplican la teoría subjetiva del valor, aún cuando se trata de un expendio (educación, salud) que el trabajador en la lucha y el ciudadano con el voto han consagrado como prioritarios en su mapa de “preferencias”, como dirían los Milei. Pero se transforman en estatizantes a la hora de los megarescates a los bancos y a las corporaciones capitalistas. En 2002/3, el Banco Central y el Poder Judicial encabezados por Blejer y Prat Gay y la Corte menemista salieron al rescate de los bancos con dos medidas extraordinarias y caras: la Justicia valuó los activos bancarios a la par o valor nominal, y no al precio de mercado, en ese momento un precio de quiebra y liquidación, para que pudieran presentar un balance positivo y recibir en consecuencia enormes redescuentos del Banco Central. Los Milei, Espert y López Murphy no abrieron la boca en ese entonces ante este emisionismo feroz. Tampoco se valúa ahora a precio de mercado a las Leliq, cuando se sabe que si el Banco Central las pagara en lugar de renovarlas indefinidamente, las haría caer al piso. Ni qué decir de la renegociación de la deuda externa, donde Martín Guzmán se compromete a pagar a la par, sin quitas, títulos que el mercado está cotizando a 30/35% de su precio nominal. Está bien que Milei reivindique a los escolásticos españoles: estafas de este porte sólo se pueden justificar en un concilio, aunque la Biblia las condene.
El mismo personaje que en 2016 calificó como “un acontecimiento histórico” a la designación de Sturzenegger al frente del Banco Central, ahora dice querer “disolver” ese Banco y prohibir el uso de los depósitos en los bancos con fines crediticios. En ese ese caso, el crédito sería financiado por el capital de los mismos banqueros. Es lo que ocurre, precisamente, con los ´modernos´ fondos de diferente tipo, que reciben aportes sin ofrecer otra garantía que la de sus propias inversiones, y que no son regulados por un Banco Central sino por sus propias normas (clearing de derivados). Un régimen monetario sin garantía ni supervisión del Banco Central reforzaría la actuación de los fondos internacionales que casi quiebran el sistema bancario norteamericano (el caso del Long Management Capital en el 2000) y que se desarrollaron ampliamente después de la gran crisis de 2008. “Avance Libertad” es el grito de BlackRock, Templeton y otros, que vaciaron a Argentina bajo el macrismo. El jefe de BlackRock fue designado para gerenciar las operaciones con títulos públicos y obligaciones privadas de la Reserva Federal de EEUU – un mercado de 20 billones de dólares. ¡Pero la Reserva Federal es el Banco Central de EEUU y el mundo todo! Milei y quienes le soplan el ‘anarcocapitalismo’ fingen ignorar la crisis capitalistas cada vez más intensas y frecuentes, que los bancos centrales jamás podrán evitar, pero que salen al rescate del capital después que estallan. En “A dos Voces”, Milei rechazó la “estigmatización” a los paraísos fiscales, desde donde operan los fondos internacionales – los mismos que vaciaron Argentina bajo la gestión Macri-Sturzenegger-Caputo, y que fueran magullados por el derrumbe final de aquel gobierno.
Estatismo y FMI
Pero cuando el capital financiero recala en la deuda pública –como ocurriera con estos fondos en la Argentina- no vacila en exigir que los organismos internacionales le hagan cumplir a los Estados sus obligaciones nacionales. O sea, pagar. El FMI es una organización para-estatal. Muy significativamente, Milei apoyó en “A dos voces” el acuerdo que se anticipa con el FMI. En este punto, se dio la mano con la “nacional y popular” Vallejos. O sea que el enemigo de los garantes nacionales de última instancia –el Banco Central- quiere rescatar al garante de los garantes, es decir, al Fondo Monetario Internacional. Milei es, por lo tanto, más que un estatista - es un “supraestatista”, estatista del parasitismo económico. Defiende la institucionalidad mundial del capital financiero, incluso y sobre todo cuando está en juego una operación como el financiamiento de una fuga de capitales contra el país. El acuerdo con el FMI es estatismo al cuadrado por otra razón sencilla: obligará a emplear todo el peso del Estado argentino contra la población trabajadora. Por caso, para volver a reformar negativamente el régimen previsional, un aspecto central de todos los acuerdos de ´facilidades extendidas´ firmados por el organismo. Los BlackRock han lucrado largamente con los fondos privados de jubilaciones, que en Argentina volverán a ser presentados como complemento o alternativa ante la miseria previsional. El otro pilar de esta escalada estatal es una reforma laboral, dirigida a convertir a la clase obrera argentina en una legión de monotributistas. La juventud, que hoy se gana la vida trabajando en las aplicaciones de reparto, sabe que el libertarianismo la condena a un régimen de sobreexplotación a perpetuidad. El de Milei es un anarco capitalismo disminuido, cuando se lo compara con la Ucede de Alsogaray, que se hizo cargo de la década menemista (las privatizaciones kirchneristas en Santa Cruz) y remató a precio vil el patrimonio estatal.
El planteo de Milei debutó como un anacronismo en el siglo XIX; hoy se reduce a una bravata que abrazan gobiernos como el de Trump y Bolsonaro, con su propio costo político.