Escribe Jorge Altamira
La reunión del G-20 en Indonesia
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En los márgenes de la reunión del Grupo de los 20 (G-20), en la isla de Bali, Indonesia, tuvo lugar una reunión de tres horas de duración entre Joe Biden, el presidente de Estados Unidos, y Xi Jinping, de China. El G-20 reúne a diez grandes potencias y a otras diez periféricas. Se trata de una reminiscencia del llamado período de ‘globalización’, que pretendía mostrar un mundo integrado, sin interferencias geopolíticas. En esta ocasión dieron el ausente el ruso Putin, el mexicano López Obrador y el brasileño Bolsonaro, que fueron sustituidos por sus respectivos cancilleres. En Bali, el propósito de los asistentes será salvar las apariencias del pasado, pasando por encima de la cuestión de la guerra; un intento de volver a condenar a Rusia por la invasión de Ucrania, por enésima vez, probablemente encuentre el rechazo de China, India y Sudáfrica, en primer lugar, y también de Brasil y de México. Se podría consensuar una agenda sobre el cambio climático, pero nuevamente será sólo para la tribuna.
La línea de la reunión de Biden con Xi la bajó un día antes el Financial Times, que reclamó “encarrilar o encauzar el conflicto” entre EEUU y China, pero sin renunciar a ninguna de las cuestiones del conflicto mismo. Washington no debe bajarse del objetivo de imponer su supremacía tecnológica sobre Pekin ni abandonar la política de bloqueo de insumos para la fabricación de ‘chips’ o a la exclusión de las tecnológicas de China de la Bolsa de Nueva York. Pero debe cambiar la modalidad: debe estar dispuesta a que el litigio sea conversado por parte de las autoridades de uno y otro país. Tampoco debe dar algún paso atrás en la militarización creciente del Indo-Pacífico, ni de Taiwán, pero debería negociar una contención de Corea del Norte, que ha reaccionado a este despliegue bélico con demostraciones de poder misilístico. Biden reclamó a Xi el desmantelamiento de la injerencia estatal en la economía, incluido el cese de las cuarentenas contra el Covid, debido al perjuicio económico que causa al capital privado. China ha acrecentado esa intervención como consecuencia de la quiebra del sector inmobiliario y la repercusión en el sistema bancario, de un modo no muy diferente al aplicado por Estados Unidos y la Unión Europea frente al derrumbe de las Bolsas. En cuanto al Covid, China lidia con la circulación del virus en una población de 1.400 millones de habitantes, en el contexto internacional desfavorable del levantamiento de todas las medidas de combate a la pandemia. Biden confrontó a Xi por las obras de infraestructura que impulsa China en otros países, bajo el sistema de Ruta de la Seda, mientras lanza una contraofensiva en ese terreno por medio del Banco Mundial y otras entidades financieras controladas por Estados Unidos. Biden reclama que las deudas contraídas por los Estados que han adherido a la Ruta sean tratados en paridad a las deudas por esos países en los mercados internacionales. El encarrilamiento del conflicto que propone Biden no llega a ser una tregua o alto del fuego, sino una declaración abierta de la intención de seguir con la guerra entablada en el campo económico y militar. La Secretaría de Seguridad Nacional de EEUU ha calificado a China como el principal adversario estratégico. La política del encauzamiento es, en definitiva, un reconocimiento de una situación que ha alcanzado un estadio explosivo.
Los comunicados que uno y otro país dieron a conocer una vez finalizada la reunión son diferentes, pero ninguno aborda la cuestión de la guerra desatada por la OTAN para imponer la adhesión de Ucrania a ese bloque político-militar. Esto ocurre cuando el retiro del ejército ruso de la orilla derecha de la región de Kherson ha disparado versiones encontradas en cuanto al curso ulterior de la guerra. La aprobación de una mayor ayuda militar a Ucrania, de parte del Senado de Estados Unidos, denuncia la intención de reforzar la guerra, por parte de la OTAN. Lo mismo se desprende de los anuncios de Ucrania enseguida después de esta victoria. Varios miembros de la OTAN consideran, sin embargo, que es oportuno aprovechar las ganancias en el terreno para negociar un alto el fuego. Algunos especialistas militares observan que Ucrania no buscó convertir la retirada en un desbande militar ruso, en función de facilitar un cese de hostilidades. El ala pro-rusa de la prensa internacional minimiza el alcance de lo ocurrido en Kherson, y antes en Kharkov, y señalan que Rusia se apresta a movilizar 300 mil tropas al terreno, y convertir sus conquistas militares en inexpugnables. Ucrania no tendría los recursos humanos para una guerra de larga duración, mientras Rusia reivindica haber neutralizado las sanciones en su perjuicio. El invierno podría imponer una pausa a las operaciones militares, en tanto que el frío sometería a la población europea a enormes sacrificios y muertes. Ha circulado incluso la intención de las autoridades ucranianas de evacuar Kiev, la capital. En cualquier caso, la rusificación de Ucrania es una causa reaccionaria perdida. Putin ha respondido a la guerra de la OTAN con una guerra contra Ucrania. El régimen de Putin está agotado –sólo queda saber si lo abatirá un golpe o una revolución.
En las vísperas de la reunión de Balí, Olaf Scholz realizó un viaje a China, que una mayoría del gabinete alemán intentó impedir. Algunos medios de prensa señalan a la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania como una agente de Washington. Alemania se encuentra en una encrucijada: necesita el mercado de China, pero podría ser arrastrada a un boicot de ‘chips’ por parte de Estados Unidos. Para encauzar las relaciones con China habrá que hacer lo mismo con Alemania, y también con Rusia –aunque sea en el tiempo limitado del encauzamiento. La perspectiva de contener la explosión en un conflicto que hasta ahora no pudo ser contenido, está destinada al fracaso. Este conflicto no envuelve solamente a los escenarios geopolíticos descriptos, sino, en última instancia, a los económicos, sociales y políticos en su conjunto, y al interior de las grandes potencias. Se ha llegado a la situación actual luego de un largo período de ‘encauzamiento’, llamado globalización, cruzado por numerosas guerras.
La clase obrera internacional necesita adoptar una visión de conjunto. Es hora de impulsar un movimiento contra la guerra y contra el imperialismo. El mayor bloqueo que enfrenta la creación de este movimiento es el apoyo del progresismo y la izquierda democratizante internacionales a la OTAN. Caracterizan a la guerra como un efrentamiento entre la democracia y el autoritarismo, cuando se trata de una guerra por la dominación mundial, determinada por la caducidad histórica del capitalismo. El movimiento contra la guerra debe partir de una ola de pronunciamientos contra esta guerra, y por la unidad internacional de los trabajadores.