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Ricardo Iorio fue, junto a Norberto “Pappo” Napolitano, el mayor referente del rock pesado de la Argentina. Acaba de fallecer de un paro cardíaco en el hogar campestre de Coronel Suárez que habitaba desde hacía varios años. En las redes sociales, dos o tres generaciones de trabajadores lamentan su partida. Su música y su poesía fueron un aliciente para muchísimos jóvenes, entre las décadas del 80 y 2000.
Iorio fue parte fundamental de V8, la banda pionera del género y también la más emblemática. Su aparición en el BA Rock, apadrinados precisamente por Pappo, cuando todavía no tenían ningún álbum editado, fue un verdadero sopapo a los ´hippies´ de la generación anterior. Corría el año 1982 y la renovación del rock nacional a favor de un estilo más directo y menos enredado que el jazz rock o el rock sinfónico, que estaban en boga, era irreversible. Sin embargo, V8 y otros exponentes de la nueva camada (Los Encargados, La Torre, Memphis) que pasaron por el escenario de aquel mítico festival tuvieron que sobrellevar los tomatazos que les lanzaba un público todavía poco preparado para su irrupción.
V8 marcó a fuego el surgimiento del heavy metal en nuestro país. Su música brutal y su lírica siniestra y combativa -” Luchando por el metal” fue el título de su debut discográfico- definirían la identidad de la banda. De la diáspora de V8 brotarían varios de los mayores exponentes del género de la década siguiente, empezando por Hermética, el segundo proyecto animado por Iorio, y que marcaría su evolución musical y lírica. El cuarteto grabaría tres álbumes y un EP que probablemente resumen lo mejor que ha dado el metal argentino. A caballo de canciones cruzadas por la desesperanza y la amargura que interpelaron a la juventud sumergida en la pobreza y la desocupación durante el menemato, Hermética congregó a un compacto grupo de seguidores en todo el país. Hundió raíces en las barriadas del conurbano, pero también en las de la Patagonia y las de la Puna. La leyenda de ´la H´ crecería con los años. Finalmente, Iorio se separaría de sus compañeros en malos términos. Entonces el bajista y ocasional cantante pasaría a liderar Almafuerte, en sociedad con el virtuoso guitarrista Marcelo “Tano” Marciello, mientras los demás exintegrantes de Hermética fundaban Malón. En sus primeros álbumes, sobre todo, Almafuerte continuaría la senda de ´la H´, completando lo mejor de la discografía de Iorio hasta mediados de los años 2000 y alcanzaría su máximo poder de convocatoria. En el último tiempo, había emprendido una carrera solista en cuyo repertorio convivían himnos metálicos, tangos y milongas, e incluso algunos covers inverosímiles, como el que le dedicó al duo sueco Roxette.
Hijo de un verdulero italiano y un ama de casa de ascendencia tehuelche, Ricardo Iorio se crió en una casa humilde, en la localidad de Caseros, partido de Tres de Febrero. Políticamente adhirió al nacionalismo, que se fue haciendo cada vez más rancio con el correr de los años. En el último periodo, mostraría simpatía por la agrupación filo nazi de Alejandro Biondini. Alguna vez acuñó la frase “¿Quién te dijo que el rock es de izquierda?”. En sus labios, la sentencia resulta inapelable. En muchos recitales lanzaría diatribas contra el Partido Obrero. En el hombre convivían un fuerte anhelo de liberación, una natural vocación por la rebeldía, el odio fundado contra la policía y un desprecio profundo hacia la impostura, con su veta mística y una ideología reaccionaria.
Iorio recibió el cariño y la admiración de músicos y colegas, no sólo de la tribu metálica, sino también de otros estilos, desde los Redonditos de Ricota y Flema hasta Babasónicos y los Fabulosos Cadillacs. En su última comunicación, durante la noche anterior a su muerte, le envió un afectuoso video al productor y líder de Los Pericos, Juanchi Baleirón. Contra todo prejuicio, Iorio apreciaría el talento en distintos géneros, excepto en el caso de la cumbia y, en particular, de la cumbia villera, para la cual no ahorraría toda clase de descalificaciones.
En los últimos años, con su salud deteriorada por el trajín, los vicios y algunos dramas personales, cada vez más replegado sobre sí mismo, su obra se impregnó de resentimiento. Alejado de la Capital, de todos modos, siguió tocando y girando por todo el país.
El rock argentino perdió a uno de sus mejores poetas, un batallador contradictorio que, en su mejor momento, llevó consuelo adonde no había nada más que dolor.