Escribe Jorge Altamira
El derrotismo del profesor Rolando Astarita.
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No hace falta ser un exégeta kautskiano de Marx para saber que la victoria electoral del ultraderechista Milei no constituye un avance político de la clase obrera. Tampoco lo habría sido una victoria de Massa, es necesario decirlo. Lo que Rolando Astarita, un profesor marxista de economía, evade, en posteos en las redes y libelos en sus blogs, sin importarle tergiversar nuestros planteos, es cómo caracterizar esa victoria en un período que no es de reacción política ni de derrotas estratégicas de la clase obrera, sino de tendencias prerrevolucionarias. Esto no sólo en Argentina sino, con sus peculiaridades, a nivel internacional.
En estos términos el artículo con el que Astarita evita polemizar, señala que “el ascenso de Milei al gobierno es un salto nuevo en la crisis política, porque podría convertirse en el último eslabón entre la situación presente y una situación revolucionaria”.
No hay en esto nada original, ni que no tenga el aval del proceso histórico. Fue lo que previmos -y luego ocurrió- con el triunfo electoral de De la Rúa-Álvarez en octubre de 1999: dos años después estallaban el 19 y 20 de diciembre, y un período de ocupaciones de fábricas y nuevas movilizaciones, que alcanzarían su punto mayor el 27 de junio de 2002, al día siguiente del asesinato de los compañeros Kosteki y Santillán. Muchísimo antes de esto, el triunfo de Frondizi en mayo de 1958 dio lugar a una huelga general indefinida en enero de 1959, precedida por rebeliones de estudiantes secundarios y de obreros petroleros, entre agosto y octubre. El golpe de Onganía, en junio de 1966, desató primero dos grandes huelgas indefinidas -la de portuarios y ferroviarios- y, finalmente, el Cordobazo y todo el resto de alzamientos obreros en las provincias. El ascenso de Perón, en septiembre de 1973, desató grandes luchas y, al final, la huelga de junio-julio de 1975, dirigida por Coordinadoras Obreras. Cuando Astarita cuestiona la caracterización que hace Política Obrera de la situación presente, se escupe encima. No es la primera vez que lo hace, es más bien un hábito, porque el mismo desprecio por la perspectiva de una rebelión popular lo manifestó tres meses antes del Argentinazo. Para nuestro crítico de la Academia, la tierra es plana: a toda crisis le sigue una recuperación y a esta una nueva crisis, que afecta por igual, dice, aunque de un modo diferente, a obreros y patrones. Es la aburrida danza del Capital.
Astarita marcha por la línea recta: “después de una elección reaccionaria, viene un período reaccionario”. Los episodios políticos singulares (Astarita no lo sabe), como las elecciones últimas, deben ser caracterizados de conjunto y a partir de la caracterización del período. En especial cuando las elecciones fueron cuatro -las de gobernadores, las PASO, las generales y el balotaje- ¡todas con resultado distinto! Durante seis meses, Argentina fue una especie de Reṕública de Weimar o de Rusia posmonarquía.
Situación particular y etapa política son, en general, manifestaciones contradictorias. El pronóstico político no es una profecía, ni se trata de algo instalado en el futuro. El pronóstico que sirve como guía de acción se convierte en su contrario, en determinación de la práctica inmediata. Ilustremos con ejemplos.
El Congreso de Stuttgart de la Internacional Socialista (1907) planteó que una guerra mundial conduciría a una situación revolucionaria, con lo cual hizo un doble anticipo: la guerra y la revolución. Lo que no anticipó es que ella misma, en la guerra, traicionaría a la revolución. Lenin se lo recordaría a los que comenzaron a abrazar el pacifismo cuando la primera guerra transcurría su segundo año. La guerra imperialista era la manifestación más alta de la reacción política; Lenin, sin embargo, llamó a transformarla en una guerra civil revolucionaria. El ascenso de Hitler, al revés, no fue un fenómeno aislado o único; tuvo lugar en un período de reacción política y, él mismo, marcó una derrota estratégica del proletariado. El golpe de Estado que dio Franco, en España, en este mismo período, desató una revolución proletaria que sólo había previsto Trotsky, quien había empezado a hablar de Revolución Española en 1931, y una guerra civil. Los períodos políticos internacionales y nacionales no están coordinados, están cruzados en forma dialéctica, como la parte y el todo.
A menor escala, por cierto, las victorias de Pinochet y Videla también tuvieron un carácter contrarrevolucionario; fueron precedidas por una gigantesca traición de las organizaciones obreras, que produjeron derrotas obreras de distinto alcance, más en Chile que en Argentina. Esta tendencia fue revertida por la victoria de la Revolución Sandinista en 1979. A partir de los años 80 y la derrota de la revolución obrera en Polonia, tendrá lugar un período reaccionario de restauración capitalista bajo formas políticas democráticas. En definitiva, la victoria electoral de Milei no ha dado lugar solamente a un gobierno que debuta débil, también es un nexo con tendencias de lucha precedentes. Milei está obligado y decidido a implementar el mayor ataque económico y social que se recuerde en Argentina.
En cuanto al Programa de Transición, Astarita lo critica, como buen kautskista. Karl Kautsky se formó en el período de los programas dobles –el reformista, inmediato, y el maximalista, en un futuro distante-, sin conexión entre ellos. Para Astarita el Programa de Transición comete el error de desarrollar la tendencia revolucionaria en una situación política y en las masas antes del día del Juicio Final. Es un reformista. ¿Cuál es el método de Trotsky? Decir primero lo que es, no como un hecho en sí sino para sí, o sea histórico. Escribe: “La Cuarta Internacional ya ha surgido (…) de las más grandes derrotas que el proletariado registra en la historia”, a causa de “la degeneración y la traición de la vieja dirección”. ¡Las “más grandes derrotas”! A su vez pronostica “que las devastaciones y los males de la nueva guerra, que desde los primeros meses dejarán muy atrás los sangrientos horrores (¡horrores!) de 1914-18 desilusionarán pronto a las masas (…). El problema de la conquista del poder por el proletariado se planteará con toda su amplitud”. Este señalamiento, formulado en la “noche de la historia”, anticipó el ascenso revolucionario que tuvo lugar en Europa a partir de 1943 y en Asia, con la Revolución China. Para hacer planteos como este es necesario tener una sólida formación teórica y, por sobre todo, temple.
Calificar la victoria de Milei como “reaccionaria” es indudablemente sesgada, porque nada dice de la alternativa, la victoria de Massa, que la academia de Argentina presentó como una defensa de la democracia. Política Obrera –y Altamira en especial– caracterizó al conjunto del proceso electoral de “reaccionario” porque, a diferencia de Astarita, caracterizó la agenda de los tres candidatos principales, más allá de sus singularidades. Astarita llega tarde, va a nuestra rastra; es que los kautskistas se dedican a explicar el pasado, a veces en forma brillante, otras en forma burda, pero no a delinear un pronóstico que sirva de guía de acción. Kautsky fue capaz de pronosticar una revolución en la Rusia atrasada, pero nunca en la Alemania moderna, su propio país, para luego traicionar a la primera con el propósito de impedir su repetición en la segunda.
Es instructivo, en el esfuerzo por encontrar los nexos entre acontecimientos de distinto tipo y la etapa en su conjunto, el caso de la victoria del Partido Conservador en las elecciones de 1925 en Gran Bretaña, contra el gobierno laborista. León Trotsky no demoró en dar su veredicto acerca de ese resultado. Trotsky caracterizó el ascenso del conservador Baldwin en los siguientes términos: “si la burguesía inglesa consiguiera reasociar el Imperio, volver a ocupar su situación anterior en el mercado mundial, levantar la industria, dar ocupación a los sin trabajo, aumentar los salarios, el desarrollo político (de la clase obrera) sufriría un retroceso. Pero (¡pero!) … todo nos anuncia el agravamiento y el ahondamiento de las dificultades que Inglaterra atraviesa en la hora presente y, por consiguiente, la aceleración del ritmo de su desenvolvimiento revolucionario”. En 1926 , un año más tarde, estalló la única huelga general indefinida de la historia de Gran Bretaña. Trotsky no es Kautsky, ni Política Obrera es Astarita.
Nuestra corriente, Política Obrera, no solamente ha anticipado ‘ascensos’, sino también retrocesos: fue la única que señaló que la huelga general de junio-julio de 1975 había concluido en una derrota de carácter político, a partir de lo cual se iniciaba la cuenta regresiva de un golpe militar. Es también interesante leer los capítulos de “La estrategia de la izquierda en Argentina”, nuestra crítica al MAS, donde militaba Astarita. El MAS pronosticaba que la victoria de Menem conduciría a la revolución proletaria y al gobierno del MAS. El resultado miserable de este pronóstico impresionista debe haber sido traumático para Astarita. Nuestra crítica advirtió este error con un año de anticipación. La revolución proletaria no debe ser confundida con situaciones revolucionarias o prerrevolucionarias, ni con grandes luchas. Nuestro método es universal, pronostica a partir de lo que realmente es, no de prejuicios; no depende de la moda del momento.
La caracterización de la etapa o el período político es crucial para caracterizar la transición abierta por la victoria electoral de Milei. La bancarrota financiera excepcional que atraviesa Argentina no tiene que ver con la cuenta del balance público, sino que es el punto de explosión de las contradicciones del desarrollo capitalista. La misma burguesía advierte que hay una crisis de régimen económico. No hace falta agregar que Milei es la expresión política de este punto de explosión; el nuevo gobierno, que se pretendía inédito, se arma con los retazos de partidos en disolución, o sea la ‘casta’ fracasada, en el marco de instituciones políticas insolventes.
Bien mirada, toda la discusión sobre la “agenda Milei” tiene como telón de fondo el choque con la clase obrera y el socialismo. Es el carácter de la época. La confrontación con los trabajadores se anuncia histórica. Astarita, en cambio, augura un futuro de pasividad obrera, con un argumento ideológico, prekautskiano, a saber, que las masas, lejos del “socialismo” han sido “conquistadas” al libertarianismo o al neoliberalismo. Moda verano-otoño 2023/4. Con un simple trazo elimina todo lo que tenga que ver con la realidad objetiva, de un lado, debajo del palabrerío, y el antagonismo entre el capital y el trabajo, por el otro. Planteado por un exégeta de El Capital, esto constituye una capitulación teórica en toda la línea.
Astarita alude a las “representaciones ideológicas ultrarreaccionarias que adoptaron muchos de los que votaron por Milei”, como la xenofobia o el pedido de “mano dura”. Es decir que Astarita caracteriza que, en Argentina, hay un comienzo de desarrollo fascista de las masas; entre Milei y Massa habría entonces una diferencia de principio; sin embargo, él asegura que votó en blanco. La xenofobia y la mano dura habrían dado un salto en calidad. Pero Argentina, ¿tiene recursos para dar de comer a esos obreros fascistas en grado de tentativa? El profesor de economía ha dado su propio salto a la filosofía ideologizada. Pero el capital financiero quiere un gobierno de “seguridades jurídicas” y “estado de derecho” para garantizar la propiedad, no las que ofrece la Junta Militar de Myanmar. El fascismo en las naciones históricamente atrasadas y económicamente débiles, necesitan que sea importado; solas, esas naciones sólo pueden experimentar el bonapartismo. En un cuadro revolucionario, sin embargo, y la perspectiva de una guerra civil, podría emerger un fascismo ‘dependiente’, reclutado, quizás, por los actuales ‘negacionistas’, encabezados por la vice Villarruel, a la que Milei no dio aún el Ministerio de Defensa. Milei ha vendido al capital financiero otra cosa, una reestructuración capitalista sin dictadores ni guerra civil, a través del acceso al mercado financiero y al comercio mundiales. El aparato potencial del fascismo se encuentra en las barras bravas de la burocracia sindical, no en las masas que votaron a Milei para repudiar a la burocracia sindical y a sus barras. O entre los grupos de choque del macrismo. Esta deriva del voto popular a Milei es reaccionaria, pero todavía en carácter de deriva. También ha votado, por caso, contra el FIT-U, que se derrumbó electoralmente, convertido en aparatos carreristas en disputa, sin principios, con un programa enteramente nacionalista; una ‘casta’ de rango inferior.
En un remate previsible, Astarita llega a la conclusión, como Kautsky, de que “el sistema capitalista demostró tener una durabilidad mayor de la que en su momento pensaron Marx o Engels”. Para Astarita, en realidad, el sistema capitalista es intrínsecamente ‘duradero’; no hay nada en él que presagie su estallido, un error que, de acuerdo a él mismo, se aloja en la obra del mismo Marx. En este punto tenemos una coincidencia, aunque probablemente no ha entendido a Marx. Astarita trata a la conciencia socialista como Kautsky, es decir como una acumulación paulatina; contrariamente a Hegel, para quien la idea universal no es inmune a los vaivenes y contradicciones de la Historia. La totalidad de la clase obrera mundial ya ha sido anarquista, socialista y comunista –tres corrientes en disolución-. La ‘idea universal’ ha perdido el protagonismo que se le atribuía; su programa ha sido pervertido, ahora sólo quedan el capitalismo y los trabajadores de carne y hueso barridos por un sistema en declinación o decadencia, que junto con cada progreso técnico aumenta la frecuencia de las guerras y su letalidad. El mismo Astarita encuentra oportuno comparar al obrero moderno con el ‘ludita’, que rompía la maquinaria para detener el desempleo. Astarita quizá no perciba que termina coincidiendo con “el fin de las ideologías”, que es la ideología del capital financiero internacional.
La revolución es el resultado del estallido de contradicciones históricas objetivas, no de una evolución lineal de la ideología de la clase obrera. Esta fluye y refluye, adquiere plenitud y se adapta; el Programa de Transición expresa la comprensión de este proceso histórico concreto. Al final predomina lo que predominó siempre: la fuerza elemental de las masas por su supervivencia y por la vida. Desde los esclavos y los siervos hasta el proletariado moderno se han levantado contra la explotación. Mencheviques y reformistas repudiaron siempre esta caracterización de la fuerza elemental de los explotados. Lo de ellos era acompañar la “maduración” de la conciencia de clase, como un maestro Siruela organizado en corriente política. Se trata, en definitiva, de una controversia definitivamente resuelta, entre el materialismo histórico, de un lado, y el idealismo especulativo, del otro.
La irrupción de esa fuerza elemental entra, necesariamente, en contradicción con las élites políticas de la izquierda, incluso las revolucionarias, cuando no están atentas a este desarrollo contradictorio y abrupto de la conciencia de clase. Esta es, precisamente, la causa o el orígen de la “crisis de dirección”, que sus adversarios ven como una excusa del marxismo para justificar lo que serían sus ‘fracasos’. Pero como decía Samuel Beckett, “fracasa”, pero “fracasa mejor”. En una grave miopía política, Astarita también tira al canasto doscientos años de luchas mundiales encarnizadas de la clase obrera contra el capital; de revoluciones obreras, triunfantes y derrotadas. La tesis de la pasividad de la clase obrera tira al cesto de basura la tesis de que "la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”.
No hay revolución más tardía y “fracasada” que la revolución burguesa, que ‘demoró’ 200 años en aparecer en escena para tropezar muy pronto con el obstáculo de la clase obrera creada por ella. Con esta diferencia fundamental: que esta vez no se trata de reemplazar una forma de explotación por otra, sino de abolir toda forma de explotación, y que es conducida por una clase social sin experiencia previa de ‘dominación’ política.
Esta respuesta a Astarita obedece a nuestro enorme interés acerca de la orientación de los activistas y luchadores que enfrentan una etapa confusa que está llena de posibilidades revolucionarias. Por eso nuestra respuesta expone un método. También obedece a la necesidad de exponer la regresión teórica y política gigantesca de una izquierda que se reclama marxista.
Esta izquierda se ampara en la excusa del conservadurismo político del proletariado para difundir con mayor fuerza su propia estrategia conservadora, en una época de crisis capitalistas históricas; derrumbe del medio ambiente de la humanidad; de guerras de extinción, de rebeliones populares y huelgas activas.