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Nacido como Jalacy Hawkins en Cleveland, Ohio, Estados Unidos, el cantante de blues *que este año cumpliría 95 años, tuvo una vida artística que sobresalió por su originalidad. Desde su debut en 1951 cuando se unió al guitarrista Tiny Grimes, con quien grabó algunos temas, no cesó en su afán creativo. En sus inicios, creció artísticamente en el *chitlin circuit, para luego trascender con todo hacia el público blanco y sus temas, especialmente uno de sus hits, fueron recreados por los más diversos artistas.
¿Qué fue el chitlin circuit? En los años treinta, en Indianápolis, los hermanos Sea y Denver Darious Ferguson deciden revitalizar la vida cultural local, que había sido azotada por la Gran Depresión, generando un circuito escénico que atrajo hasta la ciudad a los principales artistas negros del momento. Así, fundan la agencia de contratación Ferguson Brothers y en poco tiempo queda establecida una variedad de locales que sirven como centros de libre expresión para músicos, actores y toda clase de artistas e intelectuales afroamericanos. Con el paso del tiempo, la cantidad de escenarios supera la treintena y se expande por ciudades como Atlanta, Chicago, Austin, Nueva York, Detroit, Washington o Philadelphia. Esta ruidosa red es la semilla de lo que más tarde pasó a llamarse chitlin circuit.
Desde sus inicios, el chitlin circuit fue considerado como un refugio frente a la segregación, un conjunto de lugares de tolerancia y aceptación donde el color más desfavorecido de la población norteamericana podía liberar sin tapujos sus ansias de expresión artística. Si se piensa en un gran artista negro y estadounidense que haya triunfado durante los tres primeros cuartos del siglo XX, lo más probable es que su carrera despegase y se consolidase bajo el amparo del chitlin circuit. Fue el caso de Duke Ellington, James Brown, Screamin’ Jay Hawkins y se podrían nombrar otros tantos y tantos.
En ese contexto opresivo, Hawkins aprendió trucos que le sirvieron cuando se encontró actuando ante públicos blancos. Si las circunstancias lo permitían, se negaba a aparecer si no se le pagaba antes de salir al escenario, y en efectivo. Debió de ser durante estos años cuando Jalacy dejó de ser conocido como tal y se creó el personaje de Screamin’ Jay Hawkins, sin duda en homenaje a su tendencia natural a la sobreexpresión y el griterío.
Fue a partir de este momento cuando Screamin’ Jay Hawkins encuentra su voz y puede dar forma a un estilo particular e inclasificable, a medio camino entre el blues, el soul *y el *rock & roll, pero siempre con una vuelta de tuerca tendiente al exceso y un sentido del humor claramente teatral. De hecho, se adelantó en más de una década al “Shock Rock” de Alice Cooper, ya que Hawkins salía a escena de una manera muy peculiar.
Iba enfundado en pieles de leopardo, colgantes de marfil, capa de vivos colores y un hueso en la nariz que le daba un aspecto tétrico similar al de los chamanes y hechiceros vudú. Sus raíces afroamericanas y sus guturalidades constantes, mezcladas con su voz de barítono, hacían el resto. Su dominio de la expresividad facial y corporal eran sublimes, mostrándonos a un loco que realmente daba mucho, mucho miedo. Pero el efecto más aterrador y sorprendente era el micrófono. Estaba unido a una calavera humana (llamada Henry) en la que solía apoyar un cigarro encendido. Culminando el efecto diabólico ideó un ataúd del que emergía en algún momento puntual del show.
Su mayor éxito fue “I Put a Spell on You”, en la que somete con una maldición a la amante que lo abandonó. La primera interpretación grabada de “I Put a Spell on You” fue un *blues *ralentizado, con espacio para que los otros músicos se luzcan; la siguiente, hiperdramatizada, ofrecía un muestrario de gritos, risotadas y gruñidos. Esa es la que quedó para la historia.
Lo extraordinario es que “I Put a Spell on You” no alcanzó el éxito en la voz de su creador. Los conductores blancos en la radio encontraban ecos eróticos en su frenesí; sus colegas negros, en lucha por los derechos civiles, rechazaban sus sugerencias de vudú y canibalismo. Pero el tema triunfó con las versiones de Alan Price, Creedence Clearwater Revival, Brian Ferry y Nina Simone (que lo usó incluso para dar título a su autobiografía). En 2015, volvió a ser éxito en la voz de Annie Lennox, tras su inclusión en la banda sonora de “Cincuenta sombras de Grey”.
Con su repertorio solía pensar en términos de provocación, como un Marilyn Manson cualquiera: escribió incluso “Constipation Blues”, donde relata un episodio de estreñimiento y su resolución, mediante una oda repleta de flatulencias y otras onomatopeyas de dolor y esfuerzo. Screamin’ Jay Hawkins podía presumir de un dominio de la voz absoluto que le permitía realizar toda clase de efectos sonoros al tiempo que cantaba. Así, sus gritos se alternaban con balbuceos y demás sonidos indescifrables que, en algunas ocasiones, pretendían imitar dialectos extranjeros en un ejercicio de parodia que hoy en día habría ofendido a unos cuantos colectivos. Repasando algunas de sus letras no es difícil dar con expresiones como “minja njung”, “ijajio magiau”, “baumiaamibau miaaa”, “bling blang blung”, “et fujoun” o “asum maumau kissum”.
Junto a su música, Screamin’ comenzó a desarrollar en el cine sus dotes actorales, convirtiéndose en un personaje de culto en cada una de sus apariciones en la pantalla grande. En 1984, Jim Jarmusch filmaba su primer largometraje, “Stranger Than Paradise” (Más extraños que el paraíso). En ella, uno de los personajes llegaba de Hungría con un casete en el que escuchaba sin parar “I Put a Spell on You” en la versión original de Screamin’ Jay Hawkins. A Jarmusch lo apasionaba el costado histriónico de Screamin’ y lo convocó para su tercera película, “Mistery Train”, en la que por primera vez Hawkins dejaba de lado sus canciones para interpretar a un conserje de un hotel de cuarta en una ciudad de Memphis desolada.
A 95 años de su nacimiento, la obra de Screamin’ Jay Hawkins sigue vigente, curiosa y atractiva como pocas en el vasto panorama del blues norteamericano.