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Luego de las PASO del 11 de agosto, que dieron como ganadora a la dupla F-F frente a Macri-Pichetto por 47 a 32% y que profundizó la crisis del régimen político y social tras la corrida cambiaria de 48 horas y la devaluación del peso en un 30% (que amenaza con profundizar ese escenario), la izquierda emitió balances sobre los resultados y la crisis en marcha. El mercado bursátil se desplomó un 40%, el segundo colapso más grande en el mundo desde 1950. Desde El País se dijo que la Argentina está “al borde del colapso” y que van a venir largos 4 meses de “vacío de poder”. El NYT compara esta crisis con la del 2001 y pronostica un default. Desde el FT, quien responde a los intereses del capital financiero global, se advierte que los “mercados” van a poner a la Argentina “de rodillas”.
El proceso electoral mismo está en ruinas. La paradoja de esta elección es que fue un rotundo rechazo a Macri y a sus políticas de ajuste, pero el rechazo encontró a otro agente de los intereses del capital financiero como elemento para expresarlo. Esto pone de manifiesto una contradicción insoluble en sus propios términos. La clase obrera, que ha sido el elemento activo del rechazo a Macri y su política, ha cedido la responsabilidad de llevar adelante sus propios intereses a un agente de los intereses que combate. Esto es necesario para poner en crisis el régimen, pero no suficiente para poner en pié uno propio (para eso se necesita la intervención consciente de la vanguardia y el impacto de ella en la conciencia de las masas obreras). La lucha por reivindicaciones mínimas y transicionales pone en cuestión el problema del poder porque no pueden ser resueltas bajo este régimen político y social, algo no comprendido para la izquierda (y que es la base del programa de transición de la IV Internacional). El régimen político y social tambalea. Si existe un “doble poder”, no es entre el gobierno de Macri, de un lado, y F-F, del otro, sino entre es esta determinación popular (que todavía no ha podido corporizarse mediante la organización independiente de los trabajadores) y el macrismo, mediado o arbitrado en una transición por el bloque k-pejotista. La transición ‘constitucional’ entre cadáveres se encuentra bajo el caso de las masas que aún deben encontrar su canal propio.
La experiencia de las masas con las instituciones burguesas ingresa en una nueva fase, de ilusión precaria, por un lado, y de agotamiento definitivo, por el otro. La consigna de Asamblea Constituyente se inscribe en esta transición, que debe ser motorizada por la creación de organismos independientes de las masas. Sin embargo, la izquierda rechaza acelerar esa experiencia, y dinamita ese puente con las masas y con un futuro gobierno obrero (que desaparece del eje de su agitación).
La izquierda nucleada en el FIT-U y fuera de él, entra en la etapa actual de la crisis en forma improvisada, porque no la previó, ni impulsó, condicionada por un fuerte electoralismo. Sus planteos ahora de paros y movilizaciones siguen subordinados al propósito de corregir en octubre el desplome de votos del domingo pasado. La principal tarea para actuar en medio de la crisis es comprender su dinámica y profundidad, porque “sin teoría revolucionaria no hay Partido revolucionario” y menos acción revolucionaria.
Desde el PO la primera reacción fue reconocer que era necesario un cambio en la política del FIT-U y reclamó la “intervención” de la clase obrera. Para el PTS el eje del escenario es el debate en el Congreso junto a la “movilización”. Para IS se trata de una crisis política más, para el MST de una crisis “institucional” y propone que “las masas decidan”, y para el NMAS de una “crisis de gobernabilidad”.
Nicolás del Caño pidió “abrir el Congreso” para debatir un plan de emergencia. El PTS pone expectativas en una Cámara que ha sido la responsable del ajuste, del co-gobierno entre peronistas y macristas, y que tiene una mayoría compuesta de aquellos que llevaron adelante la devaluación junto a quienes la apoyaron. Más sencillo, una cueva de agentes del capital.
Para el PTS se impone “que el Congreso discuta un freno urgente al saqueo del pueblo trabajador y que los sindicatos se movilicen para obtenerlo”. El “saqueo” (capitalista) es una categoría que introduce la izquierda democratizante, en oposición a la explotación (capitalista), y que procura distinguir a la burguesía que ‘saquea’ de la que ‘solamente explota’. En una categoría estarían los dueños de la deuda externa y en la otra el capitalista ‘de a pie’. El problema es que los segundos son también acreedores financieros del estado y los primeros no le hacen asco al control accionario de las empresas industriales. El PTS re-introduce de este modo al ‘neoliberalismo’ (de los ‘saqueadores), o sea la defensa ‘nacional y popular’ del llamado ‘mercado interno’. El PTS hace un plagio vulgar de David Harvey, el teórico de la “acumulación por desposesión”, que cree haber descubierto una nueva frontera histórica para el capital. Para el PTS sería necesario sacar a los “saqueadores” (una parte de la burguesía) para solucionar los problemas económicos y sociales que amenazan a la economía capitalista mundial. Esta revisión acerca de la naturaleza del capitalismo fue explicitado en el spot publicitario del Partido Obrero (fracción oficialista) sobre “La casa de papel” (‘los bancos roban’) y en el bizarro planteo de cancelar las Leliq mediante impuestos a los bancos o, como pregona Guillermo Moreno, saldar los bonos del Tesoro cobrando un impuesto a los capitales locales. Hay toda una corriente de pensamiento de la izquierda que tiende a ver que una parte del capital debe ser “expropiada” en aras de otra. El rescate del capital (un sector) es presentado como una expropiación del capital (el otro sector), desconociendo los vínculos mercantiles y accionarios entre unos y otros.
El PTS y Nicolás Del Caño proponen que el Congreso sesione para “debatir de cara al pueblo en el Congreso, con transmisión televisada del debate. Nuestro planteo es que sesione el Congreso, la oposición tiene los números para sesionar. Hay que tomar medidas de emergencia” (LID, 14/8). Dice “que el salario aumente con la inflación, que por cada punto de suba de precios haya un punto de suba en los sueldos”. Esto no lo hará el congreso, cuya agenda es ‘desindexar’ los salarios y jubilaciones de la inflación, en especial la de F-F. Esa reivindicación debe partir, sin embargo, de la recuperación de los ingresos de los trabajadores ‘desposeídos’ en los últimos años, o sea un salario y una jubilación mínimas igual al costo de la canasta familiar.
Cuando el PTS reclama la “nacionalización del sistema bancario y la creación de un banco estatal único para evitar que los especuladores se fuguen las reservas y proteger a los pequeños ahorristas que siempre son estafados”, evita señalar el control obrero y el rechazo a la indemnización. Es decir que son nacionalizaciones burguesas que pagan los contribuyentes y que sirven a la burguesía demandante de crédito. En la misma línea se encuentran los comentarios por Twitter de Pitrola y Solano previos a las elecciones, para que la crisis la paguen los capitalistas financieros o los ‘especulativos’. Todo indica que se desarrolla una izquierda populista.
El pedido de “paro nacional de 36 horas y un plan de lucha para que esta crisis no la sigan pagando las mayorías populares”, sorprende, en primer lugar por su vaguedad, porque las demandas concretas son sustituidas por un planteo que dice que los obreros podrían dejar “de pagar la crisis” bajo el capitalismo. El otro aspecto es que “el plan” de lucha supone una dirección, que hoy es fundamentalmente la burocracia sindical. La agitación por una huelga general se coloca en otro plano: suscitar una iniciativa de las propias masas y las organizaciones de fábrica. Es necesaria la relectura de Rosa Luxemburgo y León Trotsky acerca de las condiciones y el carácter de una huelga política de masas.
El 12 de agosto el Comité Ejecutivo del PO publicó un balance titulado “El derrumbe del macrismo reclama la intervención de la clase obrera” (PO, 12/8/19), es decir que Macri se habría derrumbado sin la intervención de la clase obrera. El planteo es curioso, porque desnuda una ideología economicista de la crisis política, o una revisión de la naturaleza del albertismo, que habría precipitado ese derrumbe con su política de “coalición” (Kicillof) entre los K y los gobernadores. Es muy claro que esta reconciliación del oficialismo del PO con la ‘acción directa’, es un vano intento por borrar dos años de electoralismo, que tampoco ha sido dejado de lado. El Nuevo MAS es menos grosero, aunque groseramente contradictorio, porque dice que “La contradicción entre la actual crisis y las vividas en 1989 o el 2001 es que todavía no han irrumpido las masas” (“Un mazazo que abre una crisis de gobernabilidad”, 15/8), después de recordar que la victoria de FF el pasado 11 es una “expresión distorsionada de las jornadas de diciembre de 2017”. ¿En qué quedamos? Las masas son la clave para interpretar la crisis actual, no un factor accidental, como lo prueban las movilizaciones de mujeres más grandes de la historia; las estudiantiles; las de los movimientos sociales; las luchas contra los despidos, incluso las salariales. La cuestión sería entonces la orientación política de ellas, no su existencia: en definitiva el abordaje electorero de la izquierda, que repercute en su escaso reclutamiento, numerosas deserciones y crisis políticas.
La derrota catastrófica de Macri que pone en jaque al conjunto del régimen político y social capitalista, fue construida por las jornadas de rechazo de la reforma previsional del 14 y 18 de diciembre de 2017, por el rechazo al 2x1 que concentró millones en todo el país, por los tres paros generales arrancados a la burocracia de la CGT y los paros arrancados a la burocracia de la CTA, por las rebeliones educativas y por los paros y la lucha docente a lo largo y ancho del país, por las ocupaciones de fábricas, por las huelgas mineras, petroleras, gráficas, Mielcitas, Ran-Bat, Kimberly, Cresta Roja, la 165, Canale, y muchas otras más.
Desde el PO oficialista plantean ahora que “(es necesaria) una campaña de otras (¡!) dimensiones (sic), donde el centro (¡!) esté puesto en la movilización de los trabajadores para enfrentar la tentativa de descargar la crisis sobre sus espaldas (…) Esto plantea al Frente de Izquierda combinar la campaña que se inicia con métodos de movilización que vayan más allá (¡!) de lo estrictamente electoral”. Las ‘dimensiones’ de las ‘campañas’ anteriores no eran las adecuadas (electoreras); el ‘centro’ no era la crisis de régimen político; iban ‘más acá’ del electoralismo. Tenemos que ‘cambiar’, inyectemos (“combinemos”) al electoralismo ‘la movilización’. La radiografía de un balance vergonzante no podría ser más contundente, ni tampoco la finalidad de mantener a muerte la finalidad estratégica electorera. Dicho esto, la gran mentira: “El Frente de Izquierda-Unidad ingresa a esta nueva fase de la crisis con autoridad por haber logrado un resultado electoral que permitió superar la trampa de polarización que se pretendió crear, estableciendo una línea de resistencia electoral de cara a ir por más en octubre”. ¿Todo esto se logró con una campaña de “dimensiones” electoralistas, donde “el centro” no era la movilización y que era, incluso, “estrictamente electoral”? Da vergüenza la grosería de la manipulación; como lo demostró Ramal en esta página, el FIT, ahora U, retrocedió en medio de la mayor crisis económica-política de dos décadas.
Acto seguido plantean que “La diferencia conseguida por la fórmula Fernández-Fernández es de tal magnitud que ya es un hecho que se trata del nuevo gobierno que reemplazará al difunto macrismo. El sistema electoral vigente no ha podido dar cuenta de la situación y agrava la crisis en marcha”. Al final resulta que las elecciones no han servido para contener la crisis sino que las han agravado, precisamente lo que había advertido la Tendencia del Partido Obrero. Ahora plantean que habría un “doble poder” entre Macri y FF, cuando hasta ayer les asignaban a estas representaciones diferenciadas del gran capital el mismo casillero en el tablero de la crisis política, al punto que llamar a echar al gobierno del FMI, Macri, en la perspectiva de una Constituyente Soberana y un Gobierno de Trabajadores, la caracterizaron como funcional al kirchnerismo. Ocurrió lo contrario: dejar el monopolio de la oposición al macrismo en manos de la propaganda FF, ha sido funcional a una mayor votación al kirchnerismo en detrimento de la izquierda.
A pesar de la intención de modificar las ‘dimensiones’, el ‘centro’ y la ‘estrechez electoral’, las conclusiones del oficialismo son siempre las mismas. “Advertimos, dicen, contra la ilusión de que una votación todavía superior en octubre le otorgará al nuevo gobierno mayor fortaleza para una negociación con el FMI y la banca acreedora, lo que serviría al menos para atenuar los padecimientos de los trabajadores. (…) Ya en el pasado, la confianza depositada por los trabajadores en gobiernos capitalistas, terminó siendo una trampa mortal a la hora de enfrentar sus políticas confiscatorias y explotadoras”. Estamos ante un planteo imperdible, pues en lugar de llamar la atención de las masas hacia la estrategia que reclama el derrumbe político y económico a los trabajadores, los llama a que cambien el voto en octubre. Aquí, el electoralismo no es ya sólo una política, es un método, una estrategia. Incluso agregan de su propia cosecha que “una negociación con el FMI y la banca acreedora” podría “atenuar ¡al menos! los padecimientos de los trabajadores”, aunque no sería el caso de un nuevo gobierno K.
En definitiva, la victoria de FF abre una etapa de la “contención”; incluso la “Liga de los Gobernadores” pasaría a “jugar un papel clave para pilotear la crisis, jugar un rol decisivo en la contención popular y garantizar una transición controlada”. La contradicción bordea el absurdo a la luz de lo que ocurre en Chubut y ya ocurrió en Santa Cruz, sólo que ahora a escala nacional.
Es en una perspectiva electoralista que aparece la propuesta de “un Congreso del Frente de Izquierda-Unidad abierto a todos los trabajadores, la juventud y la mujeres que luchan”, pues “podría atraer no sólo a parte del electorado que nos acompañó o que lo hizo por otras fuerzas de izquierda” y que “sería un fuerte impulso a la campaña electoral”. En efecto, una “Carta a los partidos del Frente de Izquierda y de Trabajadores – Unidad”, de parte del oficialismo-PO, dice que “la intervención del FIT-U en todo el proceso de la crisis, colocando en el centro de nuestra agitación política la agenda de la clase obrera y los sectores populares, y el involucramiento de la mayor parte de la vanguardia obrera y juvenil en la campaña electoral del FIT-U, será un aspecto decisivo para pelear por consagrar diputados de la izquierda tanto por la provincia de Buenos Aires como por la CABA”. Ya con la corrida cambiaria a cuestas, la crisis política y la bancarrota electoral, el PO esgrime un destello más de parlamentarismo senil. El parlamentarismo tardío de la dirección del PO se conjuga con el recalcitrante del PTS. No ha entendido, como se ve, que la conquista de votos es siempre, para un partido revolucionario, un sub-producto de su intervención en la lucha de clases a lo largo de un período, y no la consecuencia de una improvisación mediática de última hora.
Desde IS se apela a un “plan de emergencia” (“Por aumento salarial, no pago de la deuda y otras medidas de emergencia ante la crisis: Exijamos paro de 36 horas y plan de lucha”, 14/8), pero no está señalada la perspectiva política de esta lucha, de modo que queda en manos de la burocracia sindical, ligada política y socialmente a los bandos patronales. El sujeto social que lleva adelante esas medidas, la clase obrera, sólo se convierte en tal si tiene una perspectiva política, que no puede ser la de la burocracia o los K y los gobernadores. El planteo de IS es sólo un factor de presión (no un agente de la salida a la crisis capitalista).
Reclama “que nadie gane menos que la canasta familiar”, algo similar a la “emergencia alimentaria” de Lavagna y AF. En otra nota dice: “Con los millones de votos que obtuvo, (AF) tiene el poder político para exigir que el gobierno tome diferentes medidas, como un inmediato aumento de salarios y jubilaciones igual a la devaluación, por ejemplo” (¿Alberto Fernández es solución para los trabajadores?).
IS habla de “reestatizar” las empresas privatizadas, pero no menciona si es una nacionalización burguesa o ejecutada por un gobierno de trabajadores. Incluso el planteo del Congreso de bases desarrollarse en la perspectiva de un gobierno de trabajadores, pues por si mismo sería la primera expresión de un poder autónomo del proletariado. ¿Cómo pretende IS construir el doble poder que invoca? IS rechaza también el llamado a una Asamblea Constituyente Soberana.
El MST plantea que “hay que adelantar las elecciones pero que sean a una Constituyente para que el pueblo decida todo” (14/8). La Constituyente no puede ser presentada como un ultimátum, aunque edulcorada con fraseología democrática; se trata de una perspectiva inscripta en el desarrollo de esta crisis. No viene a “democratizar las decisiones y con la Constituyente generar un debate público y masivo sobre las medidas para salir de la crisis”, sino a imponer una salida de los trabajadores, o sea convocada por un gobierno de trabajadores que madura en la lucha por esa Constituyente Soberana. “La Asamblea Constituyente es un mecanismo institucional”, dice el MST, es decir al servicio de las instituciones actuales.
Desconocen que la AC no implica una simple elección, sino otro tipo de poder: “Una asamblea única debe combinar los poderes legislativos y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por dos años, mediante sufragio universal de todos los mayores de dieciocho años, sin discriminaciones de sexo o de nacionalidad. Los diputados serían electos sobre la base de las asambleas locales, constantemente revocables por sus constituyentes y recibirían el salario de un obrero especializado. Esta es la única medida capaz de llevar a las masas hacia adelante en vez de hacerlas retroceder. Una democracia más generosa facilitaría la lucha por el poder obrero” (Trotsky, “Un programa de acción para Francia”, 1934).
Desde el Nuevo MAS titulan “Un mazazo que abre una crisis de gobernabilidad”, no una crisis de régimen, ni del conjunto de las relaciones sociales y estatales (burocracia y poder judicial incluidos). La ‘gobernabilidad es un eufemismo para marchar en el mismo lugar.
Esta revisión de posiciones deja en claro la enorme crisis política que atraviesa la izquierda que se reivindica, aunque con convicción menguante, revolucionaria.