Netanyahu exhibe el "Nuevo Orden" para el Medio Oriente

Escribe Jorge Altamira

Las masacres en Gaza se extienden a Líbano.

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El estado sionista ha llevado a fondo el asalto iniciado en Gaza hace un año, hacia el Líbano, en lo que manifiestamente es el resultado de una estrategia diseñada hace mucho tiempo. La protección de la población israelí asentada en el norte del país, en la frontera con el estado vecino bajo el control de Hizbollah, es simplemente un pretexto. La milicia libanesa ha repetido hasta el cansancio que sus ataques a Israel son la consecuencia de la masacre que el gobierno sionista ejecuta en la Franja de Gaza, que acabaría enseguida después de que Netanyahu acuerde con un cese del fuego con Hamas. Pero un año después de la invasión de la Franja, el gobierno sionista insiste en el propósito de eliminar por completo a Hamas, ocupar Gaza por tiempo indefinido y, luego de una ‘limpieza étnica’, anexarla al territorio oficial de Israel. Mientras se escriben estas líneas, la aviación sionista está bombardeando Beirut, la capital de Líbano, y específicamente los edificios donde se alojarían los comandos centrales de Hizbollah.

La política militar de Israel en el Líbano es un calco de la de Gaza, o sea el bombardeo indiscriminado de la población y la estructura civiles, alegando que allí se albergarían y funcionarían las organizaciones de Hizbollah. Como consecuencia de esto, las víctimas civiles se empiezan a contar de a miles. Hizbolah es un partido reconocido en el país e integra el parlamento y el mismo gobierno. El bombardeo prepara el ingreso de la infantería sionista y la ocupación al menos del sur de Líbano, hasta el río Litani. Bien mirada, sin embargo, esa limitación sería artificial o precaria, y llevaría a la ocupación completa del país, como ya ocurriera casi medio siglo atrás. Mientras se desarrolla esta agresión, Joseph Biden, el presidente marchito de Estados Unidos, anuncia un nuevo paquete de ayuda militar a Israel por cuatro mil millones de dólares. Con el apoyo entusiasta de Trump y Kamala Harris, el imperialismo norteamericano respalda a fondo la invasión israelí, a la que aporta una presencia militar en el Mediterráneo de 40 mil uniformados y un poderoso portaviones.

Es frecuente leer en la prensa liberal del sionismo que Netanyahu y su gabinete carecen de una estrategia política que dé sustento a su enorme ofensiva militar, lo cual promueve una tragedia que no llevaría a ninguna parte sino a un desbarranque del estado. Advierten, además, que no importa el nivel de daño que el ejército pueda causar a Hizbollah o a Hamas, porque una presencia militar duradera en Gaza y en Líbano acabaría desatando una actividad guerrillera contra los ocupantes que sería fatal para el destino de Israel. Israel, por otro lado, ha movilizado contingentes enormes de sus reservas, lo que provoca un daño considerable al sustento económico del país. La estrategia del gobierno y del estado mayor del ejército, sin embargo, es meridianamente clara y criminal, y es expuesta sistemáticamente por sus voceros. Es lo que se ve en el territorio ocupado de Cisjordania, donde prosigue una fuerte incursión militar con características especiales, por el lugar que ocupan los bulldozers, o sea las excavadoras que destruyen calles, derriban casas e instalaciones, y hacen tabla rasa, literalmente, con el territorio, para promover la fuga y la expulsión de la población palestina, que debería culminar con la anexión de Cisjordania. La ‘estrategia’ es, entonces, imponer la instalación de un Gran Israel, largamente señalado como objetivo histórico por parte de la derecha del sionismo e incluso de parte del centroizquierda, que más adelante podría avanzar hacia el otro lado del río Jordán. En esta línea ya está instalada la agitación para ocupar y poblar el sur de Líbano, lo que lo convertiría en un protoestado bajo la supervisión del estado sionista.

Israel tiene importantes inversiones de gas en el Mediterráneo, en algunos casos en áreas repartidas con el mismo Líbano y en asociaciones con Chipre y Grecia, lo cual es objeto de choques con Turquía. La dominación de Gaza habilitaría a Israel a construir gasoductos a lo largo de la costa hacia el mar Rojo. Todo esto convertiría a Israel en una potencia regional, más allá de la potencia militar. Pero estos proyectos se han convertido en historia antigua luego del discurso de Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU, donde exhibió un mapa sorprendente ante un auditorio aparentemente preocupado por la catástrofe humanitaria desatada por el estado sionista. Dejando de lado, por un momento solamente, el discurso centrado en la seguridad militar, exhibió un corredor que parte del Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo. La tarea que dejó planteada por implicancia es que la guerra actual deberá continuar ulteriormente contra el régimen de Bashar Al Assad. A esto se llegaría en una operación militar que, hace sólo un año, era justificada para vengar el asalto de Hamas al sur de Israel. Vista en su conjunto, cobra realismo la tesis que sostiene que Netanyahu desoyó las advertencias acerca de una acción de Hamas, para poder justificar este plan de expansión territorial y geopolítico en su conjunto. Netanyahu ha hecho votar por el parlamento israelí el rechazo a la posibilidad de dos estados en el territorio de Palestina.

Este cuadro de situación anuncia una escalada de la guerra hacia el conjunto del Medio Oriente, que se enlaza claramente con la guerra de la OTAN y Rusia, no ya en Ucrania sino ahora también en territorio ruso. Rusia tiene una poderosa base naval en la costa mediterránea de Siria. Muchos analistas, con el antecedente del fracaso de la invasión israelí en 1982, conjeturan que la ocupación de Líbano o gran parte de su territorio, podría convertirse en una tumba para el estado sionista. Cuarenta años atrás, Israel se instaló en Beirut para sostener a un gobierno del falangismo cristiano, históricamente dominante en Líbano, y desalojar a los refugiados palestinos y a la OLP comandada por Yasser Arafat. Bajo la supervisión de Israel, la milicia falangista desató las tremendas masacres de los campos de refugiados de Sabra y Shatila. De esta tragedia nació Hizbollah. La milicia chiita enfrenta esta nueva situación extremadamente debilitada. Todos los movimientos nacionales de lucha contra el sionismo se encuadraron en el panarabismo, o sea asociados a los regímenes despóticos y proimperialistas asociados a esa estrategia. Hizbollah representa una variación, puesto que tiene su punto de apoyo en Irán. Pero el *impasse *del régimen iraní es mayúsculo. Aunque asociado a los BRICS, la asociación capitalista que dirigen China y Rusia, ni Xi ni Putin van a ir a una guerra en el Medio Oriente por la causa palestina, que tampoco defienden. El nuevo presidente de Irán, Massoud Pezeshkian, ha pronunciado, en la Asamblea de la ONU, un discurso apaciguador frente a la OTAN y al agravamiento de la crisis en el Medio Oriente. La dependencia de los movimientos nacionales de los estados capitalistas árabes les ha impuesto límites insalvables en cuanto a la unión de las masas de Medio Oriente contra el imperialismo y el sionismo, y en primer lugar contra los regímenes establecidos en la región.

Israel, de todos modos, se ha lanzado a una aventura –por cierto, criminal-. Un amplio sector de la sociedad y del ejército se ha fascistizado, lo cual se manifiesta en una creciente disgregación interna e incluso en las filas de las fuerzas armadas; la emigración crece sin solución de continuidad. Suponen que cuentan con más recursos políticos de los que realmente disponen, y parten de que el imperialismo mundial goza de una supremacía que es inmune a su declinación histórica y a sus crisis políticas y económicas cada vez más severas. La clase obrera internacional tiene la obligación de movilizarse contra las masacres y los crímenes de lesa humanidad del sionismo, y participar en esta lucha, cada vez con mayor intensidad, con sus propios planteos antiimperialistas, antirracistas y socialistas.

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