Testimonio de un soldado de reserva que participó en la maniobra terrestre en el Líbano y en la Franja de Gaza en el último año. Su identidad se mantiene en reserva. Publicado originalmente en Haaretz, 21/11/24. Traducido por Leib Erlej.
Tiempo de lectura: 6 minutos
Lo verdaderamente sorprendente es la rapidez con la que todo se vuelve natural y lógico. Después de unas pocas horas, te encontrás esforzándote por impresionarte con la magnitud de la destrucción, murmurando frases como "guau que locura", pero la verdad es que te acostumbrás bastante rápido. Se vuelve banal, kitsch. Otra pila de escombros. Mirá, este probablemente era un edificio de una institución oficial, estas eran casas, y esta zona era un barrio. En cualquier dirección que mires: pilas de hierro, arena, hormigón y bloques. Botellas vacías de agua y talco en polvo. Hasta el horizonte. Hasta el mar. La mirada es atraída a algún edificio que todavía está en pie. "¿Por qué no derribaron justo este edificio?", preguntó mi hermana por WhatsApp después de enviarle una foto. "Y además", agregó, "¿por qué diablos entraste allí?".
Por qué estoy aquí es menos interesante. Yo no soy la historia aquí. Y tampoco es una acusación contra el ejército israelí. Eso tiene su lugar en otros lugares. En editoriales, en la Corte Penal Internacional de La Haya, en universidades en Estados Unidos, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Lo importante es transmitir lo que pasa al público israelí. Sacarlo a la luz. Para que no digan después que no sabían. Quería saber qué estaba pasando aquí. Eso es lo que les dije a los muchos amigos que me preguntaron: "¿Por qué entraste a Gaza?".
Esta semana llegué a una de las áreas bajo control del ejército israelí en el norte de la Franja. La Décimo Cuarta Brigada Acorazada es la que controla el área en estos días, y me uní a uno de los batallones de reserva bajo la brigada: el batallón 8114, cuyos miembros, incluido el comandante del batallón, son todos soldados y oficiales de reserva. Son combatientes veteranos de infantería que sirven en un batallón de tanques. Antes de llegar a esta zona, operaron en el área de Rafah y luego en Beit Hanun.
No hay mucho que decir sobre la destrucción. Está en todas partes. Salta a la vista cuando te acercás con un dron a lo que solían ser barrios residenciales: un jardín cuidado rodeado de un muro roto y una casa pulverizada. Una mesa, una hamaca. Una casucha improvisada con un techo de chapa detrás de un callejón. Puntos negros en la arena, uno al lado del otro, aparentemente había un huerto aquí. Quizás olivos. Es la temporada de la cosecha. Y ahí hay un movimiento: una persona trepa por una pila de escombros, rebusca madera en una vereda, rompe algo con una piedra. Todo desde la perspectiva de un dron.
A medida que te acercás a las rutas logísticas -Netzarim, Kisufim, Filadelfia- hay cada vez menos edificios en pie. La destrucción es enorme y está aquí para quedarse. Y esto es lo que deben saber. Esto no se borrará en los próximos cien años. Por mucho que Israel intente ocultarlo, disimularlo, la destrucción en Gaza definirá nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos a partir de ahora. Testimonio de una locura desenfrenada. Un amigo escribió en la pared del puesto de mando: "La calma será respondida con calma, Nova [N.de T.: el festival en donde fueron masacrados más de 350 civiles israelíes] será respondido con Nakba". Los comandantes del ejército israelí adoptaron lo escrito.
Desde un punto de vista militar, la destrucción es inevitable. Combatir en un área urbana densamente poblada contra un enemigo bien equipado significa una destrucción masiva de edificios, o una muerte segura para los soldados. Si un comandante tiene que elegir entre la vida de los soldados bajo su mando y el aplanamiento del terreno, un F-15 cargado de bombas ya se encuentra listo en la pista de despegue en Nevatim, una batería de artillería ya tiene las coordenadas para la siguiente misión de fuego. Nadie tomará más riesgos, así es este tipo de guerra.
La capacidad de luchar así es posible gracias al flujo de armamento que el ejército israelí recibe de Estados Unidos, y la necesidad de controlar el territorio con una fuerza mínima que está al límite. Esto es válido tanto para Gaza como para Líbano. La principal diferencia entre Líbano y el infierno amarillo que nos rodea son los civiles. A diferencia de las aldeas del sur del Líbano, los civiles todavía están aquí. Se arrastran de una zona de combate a otra, cargando mochilas y bidones.
Madres con niños caminan lentamente por la carretera. Si tenemos, les damos agua. Las capacidades tecnológicas que el ejército israelí ha desarrollado en esta guerra son impresionantes. La potencia de fuego, la precisión del fuego y la recopilación de inteligencia con drones. Estos proporcionan un contrapeso al mundo subterráneo que Hamás y Hezbollah han construido durante años.
Te encuentras mirando desde lejos durante horas a un civil arrastrando una maleta por varios kilómetros por la carretera de Salah al-Din. El sol le abrasa. Y tratás de entender: ¿es una bomba oculta? ¿Son los restos de su vida? Mirás a la gente que deambula cerca del complejo de tiendas de campaña en el centro del campamento, buscando explosivos y mirando los murales en tonos grises de carbón. Aquí, por ejemplo, hay un dibujo de una mariposa.
Para todos nosotros, hasta el último de los combatientes, está claro que el gobierno no sabe cómo carajo continuar. No hay hacia dónde avanzar y no hay capacidad política para retroceder.
Lo observé esta semana con un dron sobre un campo de refugiados. Vi a dos mujeres caminando de la mano. Vi a un tipo que entró en una casa semidestruída y desapareció. ¿Quizás sea un hombre de Hamás que vino a transmitir un mensaje al túnel de los secuestradores a través de un pozo oculto? Seguí desde 250 metros a un ciclista que circulaba por lo que solía ser una carretera en las afueras del barrio: un paseo de tarde en medio de una catástrofe. En uno de los cruces, el ciclista se detuvo cerca de una casa de donde salían algunos niños y luego continuó hacia el interior del campo de refugiados.
Todos los tejados están perforados por las bombas. Todos tienen barriles de agua azules para almacenar agua de lluvia. Si ves un barril en la calle, debes reportarlo al puesto de mando y marcarlo como una posible bomba oculta. Aquí hay un hombre horneando pan de pita. Junto a él, otro hombre durmiendo en un colchón. ¿Cómo puede una persona despertar en medio de tanto horror y encontrar fuerzas para levantarse, encontrar comida, intentar sobrevivir? ¿Qué le puede ofrecer el futuro? Calor, moscas, hedor, agua estancada. Otro día ha pasado.
Estoy esperando que venga un escritor y escriba sobre esto, un fotógrafo que lo documente, pero solo estoy yo. Otros soldados, si tienen pensamientos herejes, se los guardan para sí mismos. No hablamos de política porque nos lo pidieron, pero la verdad es que simplemente ya no le interesa a nadie que haya hecho 200 días de servicio de reserva este año. El sistema de reservistas colapsa. Los que llegan ya están indiferentes, preocupados por problemas personales u otros asuntos. Hijos, pérdida de trabajo, estudios, cónyuge. Galán fue despedido. Einav Zangauker [N. de T.: una madre de un rehén]. Llegaron los panecillos con schnitzel.
Aquí los únicos que se emocionan con algo son los animales. Los perros, oh los perros. Moviendo la cola, corriendo en manadas enormes, jugando entre ellos. Hurgan los restos de comida dejados atrás por el ejército. Aquí y allá se atreven a acercarse a los vehículos en la oscuridad, intentan arrastrar unas cabañas de cartón y son ahuyentados entre una lluvia de gritos. También hay muchos cachorros.
En las últimas dos semanas, la izquierda israelí se ha mostrado preocupada por el atrincheramiento de las FDI en las rutas logísticas que atraviesan perpendicularmente la Franja de Gaza. ¿Qué no se ha dicho al respecto? Que las pavimentaron, que las bases construidas ahí están al nivel de hoteles de cinco estrellas, que las FDI están ahí para quedarse, que en base a esta infraestructura se reiniciará la construcción de asentamientos en la Franja.
No descarto estas preocupaciones. Hay suficientes locos esperando una oportunidad. Pero los corredores de Netzarim o Kisufim son campos de batalla, límites entre enormes concentraciones de población palestina. Una masa crítica de desesperación, hambre y angustia. Esto no es Cisjordania. El atrincheramiento en estas rutas es táctico, y, más que para robar tierras, está diseñado para garantizar una estancia rutinaria y seguridad para los soldados agotados. Las bases y puestos de avanzada consisten en estructuras temporales portátiles que pueden ser desmanteladas y retiradas en unos pocos días con un convoy de camiones. Esto puede cambiar, por supuesto.
Todos nosotros, hasta el último combatiente, sabemos que el gobierno no sabe cómo seguir adelante. No hay objetivos hacia los cuales avanzar, no hay capacidad política para retirarse. Excepto en Jabaliya, casi no hay combates. Solo en las afueras de los campamentos. Y también limitados, por temor a la presencia de rehenes. El problema es político. Ni militar ni táctico. Por lo tanto, está claro para todos que seremos convocados a otra ronda y a las mismas tareas exactas. Todavía acudirán reservistas, pero menos.
¿Dónde está el límite entre entender la "complejidad" y la obediencia ciega? ¿Cuándo te ganás el derecho a negarte a ser parte de un crimen de guerra? Esto es menos interesante. Lo más interesante es cuándo se despertará el *mainstream *israelí, cuándo surgirá un líder que explique a los ciudadanos en qué lío estamos metidos, y quién será el primer religioso-nacionalista que lo llame traidor. Porque antes de La Haya, antes de las universidades estadounidenses, antes de la condena en el Consejo de Seguridad, esto es ante todo un asunto interno nuestro. Y de dos millones de palestinos.