Escribe Jorge Altamira
Estados Unidos y el Estado sionista destruyen los activos militares de Siria y se reparten el territorio.
Tiempo de lectura: 3 minutos
Mientras HDS, la milicia islámica que tomó el poder en Damasco, procura formar un gobierno de coalición en el marco de las instituciones vigentes en Siria, Israel ha bombardeado y destruido la totalidad de los arsenales de armas, bases militares, emplazamientos antiaéreos, tanques, misiles y drones de las fuerzas armadas sirias, así como centros de investigación tecnológica y laboratorios. La posibilidad de que la milicia HDS se convirtiera en una fuerza militar independiente, mediante la apropiación de esos activos, ha quedado diezmada en solo horas; Siria ha perdido toda su capacidad de defensa. El Estado sionista llevó a cabo 400 incursiones aéreas, que alcanzaron a las ciudades de Homs, Latakia, Palmira e incluso Damasco, la capital. Estados Unidos, por su lado, realizó casi un centenar de bombardeos, en especial en el norte y este del país contra destacamentos armados organizados por Turquía. Los bombardeos de la fuerza aérea del sionismo alcanzaron la cercanía de la base naval de Rusia en Tartus, sobre el Mediterráneo. Israel avanzó, asimismo, en la frontera sur de Siria, ocupando la zona desmilitarizada contigua a los Altos del Golán y el monte Hermón, hasta alcanzar una distancia de 25 kilómetros de Damasco. Las dos potencias militares que habían actuado durante décadas por medio de fuerzas subrogantes, lo hacen ahora de un modo abierto. Joe Biden, el presidente saliente de EE. UU., saludó “el giro en el balance de poder” en el Oriente cercano.
El descuartizamiento de Siria se ha puesto a la orden del día. El diario del sionismo liberal, Haaretz, lo describió en estos términos: “Entre los escombros dejados por la huida de Assad, cualquiera con armas puede decidir el futuro de Siria”, o sea, Estados Unidos e Israel. La ocupación territorial de Siria, por parte de Netanyahu, ha recibido la condena de Egipto, que recela de ver a Israel como el gendarme de Estados Unidos, desde el Nilo al Éufrates. Turquía ha sido menos severa, en tanto su aspiración es ampliar su radio de acción militar en el norte de Siria, contener y destruir a las milicias turcas y extender su influencia o dominación al Cáucaso sur y más allá, hacia el norte de Irak y las repúblicas turcomanas de la ex Unión Soviética. Si el consenso a favor de este reparto territorial de Siria y de amplios territorios nacionales aledaños no prospera, la alianza que precipitó la caída de Assad quedará disuelta por una nueva guerra. No es seguro que las clases dominantes de Israel prefieran que el Estado sionista se convierta en un gendarme en guerra permanente, en reemplazo de un sistema de alianzas regionales que le asegure una preponderancia por otros medios.
Estos acontecimientos han minado, objetivamente, la ascendencia política de la milicia HDS. De acuerdo a algunos observadores, esta milicia no podría ser derrotada en el terreno, pero sí mediante ataques aéreos a su centro de comando y control.
El desarrollo de los acontecimientos en Siria ha desatado una crisis política mayúscula en Rusia. El 6 de diciembre pasado, en una larga entrevista a un reconocido periodista norteamericano ligado a Trump, Sergei Lavrov, el ministro de RREE de Putin, expresó sin disimulo la confianza de que la insurgencia islámica en Siria podía ser contenida con el concurso de Turquía e Irán, que habían firmado el acuerdo de Astana en 2018, para poner fin, supuestamente, a la guerra civil e internacional que transcurría desde 2011. El establishment ruso no la vio venir. Ahora se ve obligado a retirar barcos de la base de Tartus, para protegerlos de varios ataques en acecho; lo mismo ocurre con la base aérea de Khmeimin. La crisis política es debatida abiertamente en la televisión moscovita. De ella se desprende que Putin está considerando acelerar la ofensiva rusa en el oriente sur de Ucrania y enviar tropas para controlar las rutas norte-sur en Siria, que se encuentran próximas a su base mediterránea.
El curso de la guerra mundial ha tomado una derivación impresionante. El régimen sionista la aprovecha para completar la limpieza étnica en Gaza y anexar el territorio, primero en el norte de la Franja, y en Cisjordania: del río (Jordán) al mar (Mediterráneo). La posición de China no ha quedado mejor, porque el desmembramiento de Siria, en tanto unidad política, afecta el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán que promovió con éxito hace dos años. Queda un punto que no por ser escasamente mencionado es menor: que los reveses militares y en la política exterior precipiten una crisis revolucionaria en Irán y una guerra civil. El régimen de los Ayatollahs se encuentra en un impasse mortal, cuando las masas sufren una miseria desesperante.