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Luego de años de ardua pelea, esta madrugada falleció Graciela Francisconi. Desde hace algún tiempo era la dirigente del Polo Obrero de Avellaneda. Arrastraba problemas respiratorios que la obligaban a internarse recurrentemente. Se la veía llevando con ella un aparato portátil que le proveía oxígeno. En esas condiciones, militó hasta sus últimos días de vida.
Nos conocimos hace unos 20 años en la casa de su familia, en Dock Sud, donde teníamos debates políticos intensos. Sobre todo, su hermano menor, Antonio, se había incorporado al Polo Obrero en una época picante, la ´resaca´ del Argentinazo, durante la transición entre los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, masacre de Puente Pueyrredón mediante. Las discusiones que mantuvimos dieron sus frutos, finalmente, cuando se precipitó una crisis aguda con la Comisión Interbarrial que dirigía Alicia Gutiérrez, que fue la base de un importante desarrollo de la organización del Polo en Avellaneda y zonas aledañas, pero sucumbió a la cooptación K. La ruptura definitiva se materializó durante un intento de copamiento de la fábrica recuperada Sasetru a manos de este grupo que finalmente fracasó. Los Francisconi -porque ya se habían incorporado al PO Graciela, su pareja, su hermano, su mamá y el resto de la familia que colaboraba de una u otra forma con el partido- se definieron políticamente y, de manera muy enfática, por la defensa del programa y la organización revolucionarios y en rechazo al punterismo kirchnerista. A partir de entonces y durante mucho tiempo, el comedor “Martina” que dirigía Clara, la mamá de Graciela, fue el punto de reunión y organización de todo el Polo de Avellaneda. El PO de aquel entonces había logrado una importante penetración en los barrios de todo Avellaneda, pero especialmente del Docke.
Desde aquellos primeros pasos militantes hasta sus últimos días, pasaron muchas cosas. Sin duda, entre otros, es insoslayable la crisis política que atravesó el Partido Obrero, ´resuelta´ por el aparato mediante la expulsión sumaria de 1.200 militantes, entre ellos su fundador y varios de sus mejores cuadros. Entre aquellas discusiones vibrantes que teníamos en los primeros años de la década del 2000 y el pseudomonolitismo burocrático del PO actual media un abismo, no temporal, sino político, programático y metodológico. Graciela confundió la lealtad al programa de la IV Internacional con la adhesión al aparato que usurpó la dirección del partido, aunque fuera genuina. Su esfuerzo, su convicción y su confianza merecían otro desarrollo político. Cualquier discusión, cuando todavía era posible, sin embargo, fue coartada por la camarilla del PO y sus métodos estalinianos.
Los mejores recuerdos que guardo de Graciela me remiten a la época inicial de su desarrollo revolucionario, a la lucha compartida y al afecto sincero por toda su familia.
