Escribe Michele Amura
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Desde el comienzo de la invasión de la Franja de Gaza en Europa brotan la indignación y resentimiento por los crímenes de Israel, sobre todo en la juventud universitaria y en los jóvenes de la “segunda generación” árabe. Cualquier militante que frecuentaba las clases de una facultad europea, por ejemplo quien escribe, percibía tal estado de ánimo de la juventud. Más allá de los jóvenes, en las familias trabajadoras se palpaba la hostilidad hacia el genocidio, como es lógico además esperarse cuando se miran las imágenes de niños descuartizados por las bombas: “homo sum, humani nihil a me alienum puto”, recitaba un comediógrafo latino, y aunque ningún obrero europeo conozca el latín, el principio “soy hombre, nada de lo humano me resulta ajeno” alberga espontáneamente en la cabeza de la mayoría de la población proletaria. Hasta los últimos días la bronca por el genocidio de los palestinos todavía no se había expresado en forma plena y manifiesta, dado que no había encontrado un canal de desarrollo; de un lado por el apoyo sistemático de las burocracias sindicales a los partidos de centroizquierda, que apoyan Israel, limitando hipócritamente su critica a los “excesos de Netanyahu”, del otro, por la debilidad de la izquierda combativa que no le permitía canalizar la bronca popular promoviendo acciones de luchas efectivas.
Las marchas de masas en las capitales de Europa por Palestina (Berlín, Madrid y Roma) y los cortes de ruta y el paro general en Italia representan un posible punto de inflexión en la lucha de clases de Europa, y por la importancia histórica y política del continente a nivel internacional. Además el movimiento masivo de la juventud europea en Francia se enlaza a la lucha y a los paros contra la austeridad que ya generó dos crisis de gobierno y una crisis política que sigue en pleno desarrollo, así que una derrota de los planes de rearme de Macron por mano de la clase trabajadora podría representar un ulterior estímulo a la lucha de clase continental.
El topo que cavaba bajo tierra ha aparecido repentinamente por episodios que a primera vista podían parecer menores, o de todos modos carentes de un vínculo manifiesto con las masas: la acción de la Flotilla y la decisión de los portuarios de Génova de bloquear el puerto, en el caso de que Israel interceptara los barcos que llevaban la ayuda humanitaria. La gota que ha desbordado el vaso.
Los trabajadores de Génova lograron fungir como ariete frente una burocracia sindical que pensaba conservar el control de su base: en los trabajadores de la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL) la determinación a la lucha de los portuarios de Génova ha parecido una perspectiva sacrosanta y que no había que mantener aislada. El 30 de agosto, cuando parte la Flotilla desde Génova frente a una movilización masiva de trabajadores y estudiantes, el comité de los portuarios anuncia la decisión de ir a la huelga y al piquete del puerto en el caso de que Israel hubiera bloqueado los barcos. El 22 de septiembre el sindicalismo combativo convoca a un paro nacional en apoyo a la Flotilla, en línea con los portuarios que adhieren al mismo sindicalismo de base. Leyendo la prensa de las organizaciones de izquierda y del sindicalismo combativo, se nota cómo en los lugares de trabajo, sobre todo en las escuelas y entre los empleados públicos, donde el sindicalismo de base es más presente, los trabajadores de la CGIL reclamaban a los delegados de la burocracia “¿por qué nosotros no paramos?” y manifestaban la voluntad de adherir igualmente al paro; ese clima ha determinado la burocracia en la decisión de precipitarse a un paro nacional de dos horas el 19 de septiembre. El intento manifiesto consistía en boicotear la participación al paro del sindicalismo de base del 22 y retomar el control de su base con un paro sin perspectiva, solamente para salvar la cara y ofrecerle a la base un desahogo de su bronca política. La maniobra ha fracasado. Incluso en los sectores del privado y sobre todo en la clase obrera industrial, donde la perspectiva de una huelga para Gaza no había hecho brecha, el paro del 19 alimentó las presiones desde abajo para una huelga general. La astucia de la razón diría un viejo filósofo alemán: el paro que servía para controlar la base ha fracturado el dique de contención de la burocracia y ha liberado una corriente de agua, con sus energías y su movimiento impetuoso, que ha alimentado una huelga nacional aborrecida por la CGIL. Un paro nacido abortado ha promovido involuntariamente la idea que “se puede parar para Gaza”.
Al mismo tiempo la juventud ha visto en la llamada “a bloccare tutto” de los portuarios y de los sindicatos de base, en concomitancia con el paro nacional de la izquierda sindical, una posibilidad de expresar su solidaridad con el pueblo palestino en forma concreta sin marchas inconcluyentes y rutinarias. Y medio millón de jóvenes ha irrumpido a la calle en ochenta plazas, con cortes de rutas y de trenes apoyados por pobladores que saludaba las acciones de lucha de la juventud. Esa irrupción de la juventud ha alimentado aún más la predisposición a la lucha de los trabajadores. En la semana sucesiva hubo asambleas de delegados para apoyar la huelga a favor de Gaza, con un espíritu combativo que escapaba a la “jaula de hierro” de la CGIL, por ejemplo con una asamblea de 500 delegados autoconvocados en Roma. Cuando el uno de octubre Israel bloquea los barcos, a la CGIL no le queda que convocar una huelga nacional donde confluye todo el sindicalismo combativo. La adhesión al paro fue del 60% en el sector público y del 80% en el sector de la metalurgia y de la siderurgia, el corazón de la clase obrera italiana, dato más que llamativo si se considera que las otras dos confederaciones sindicales que reúnen un 50% de los trabajadores sindicalizados boicotearon el paro; evidentemente un sector de ellas ha roto con sus burocracias y ha apoyado la lucha contra el genocidio. Las marchas concomitantes con la huelga nacional vieron 2 millones de trabajadores en las calles de todas las principales ciudades italianas el 3 de octubre y un millón de trabajadores y jóvenes el 4 en la marcha nacional en Roma.
En fin, este desarrollo de la lucha de clase en Italia ha sido acompañado por movilizaciones masivas de los trabajadores y de los jóvenes en España, Francia, Grecia y Alemania: conmovidos por el genocidio y inspirados por la irrupción de clase obrera y de la juventud italiana.
La crisis en acto es potencialmente un punto de inflexión en la lucha de clases en Europa, tanto como cada potencia necesita un sujeto activo que la realice. Esta ola en favor de Palestina puede refluir rápidamente y volver a una situación de indignación pasiva de las masas o puede desencadenar una crisis prerrevolucionaria en los países más importantes de Europa. El fantasma que recorre toda Europa en este periodo histórico es el fantasma de un nuevo ’68 europeo. Ya con la crisis de la Lehman Brothers y de la Unión Europea, se había generado esta potencialidad, esta posibilidad política. Entre 2008 y 2012, la austeridad necesaria para rescatar al capital privado -con los Estados que se habían endeudado por el salvataje de los bancos en quiebra, para luego recortar sanidad, educación y jubilaciones- había generado una reacción masiva de la juventud y de los trabajadores en Grecia, España y Portugal (y en menor medida en Italia). Treinta paros generales en Grecia, ocupaciones de facultades y hospitales, asaltos al parlamento griego, un polvorín de luchas y combates callejeros. La derrota política de la lucha contra la austeridad, producto de las ilusiones frustradas hacia SYRIZA y Podemos, determinó un reflujo de la clase obrera europea y el ascenso de la derecha con su demagogia “soberanista” (Salvini, Le Pen, Farage y compañía).
Estamos viviendo bajo nuestros ojos un segundo round de esta lucha entre el capital y el trabajo en la Unión Europea, más puntualmente entre una burguesía europea que necesita destruir cualquier tipo de gasto social para rearmar la UE y el proletariado europeo que combate el genocidio en Palestina y se opone a las consecuencias sociales de la guerra imperialista.
Este potencial, sin embargo, requiere de un partido capaz de organizar a la juventud y transformarla en una fuerza revolucionaria, impidiendo que sus energías sean dispersadas o enjauladas por fuerzas políticas subordinadas al capital (movimentismo, izquierda estudiantil vinculada a las burocracias sindicales). La continuidad del movimiento de lucha requiere la promoción de asambleas estudiantiles y las ocupaciones de las facultades contra el genocidio. Un partido revolucionario tendría que volcar la juventud y sus energías en una agitación política revolucionaria en los lugares de trabajo, apoyando las luchas obreras y promoviendo la acción independiente de los trabajadores. Al mismo tiempo es necesario organizar a los trabajadores que se están rebelando a la burocracia y a los viejos delegados conformes a su inmovilismo frente al plan de guerra del capital hacia el trabajo. Este vinculo entre una nueva generación de delegados obreros y los jóvenes revolucionarios y los partidos de izquierda se encuentra en pleno desarrollo en Francia, como producto de los paros y el movimiento de lucha contra la austeridad de Macron hodiernos y como ya se estaba produciendo en los movimientos de lucha franceses en los años pasados. Demostración que la perspectiva planteada no es un sueño de revolucionarios románticos, sino una posibilidad política concreta. El fantasma que recorre toda Europa cobra cada día más corporeidad.
