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Hoy se cumplen quince años del asesinato de Mariano Ferreyra y no hay olvido posible.
Quince años desde aquel día en que un joven de 23 años, militante del Partido Obrero y estudiante de la UBA, fue asesinado en Barracas mientras acompañaba a los trabajadores tercerizados del ferrocarril Roca que reclamaban su pase a planta permanente.
A Mariano lo mataron por estar del lado de los que no tienen voz. Por comprometerse con la causa de los trabajadores más vulnerables, por no aceptar que la precarización sea una condición natural del trabajo.
Fue víctima de una patota de la Unión Ferroviaria, organizada y dirigida por la cúpula gremial encabezada por José Ángel Pedraza y Juan Carlos Fernández.
Los disparos de Cristian Favale y Gabriel Sánchez lo asesinaron, bajo la mirada cómplice de efectivos de la Policía Federal Argentina, que liberaron la zona y permitieron el ataque.
Su crimen no fue un hecho aislado: fue un crimen político y sindical.
Un intento deliberado de frenar la organización de los trabajadores tercerizados, de castigar a quienes se animaban a pelear por un trabajo digno y por derechos iguales.
El juicio que siguió fue una conquista del pueblo movilizado. Gracias a la lucha incansable de su familia, de sus compañeros y de las organizaciones obreras, se lograron condenas históricas. Pero el dolor, la ausencia y la bronca permanecen.
Y hoy, quince años después, me pregunto qué habría dicho Mariano frente a la realidad que vivimos.
Porque en este 2025, bajo el gobierno de Javier Milei, vemos cómo vuelven a ponerse en riesgo derechos conquistados con décadas de lucha: el trabajo estable, los convenios colectivos, la educación pública, la salud, la soberanía y la dignidad de los que menos tienen.
Se habla de “libertad”, pero se impone el ajuste.
Se habla de “orden”, pero se desmantelan políticas sociales, se despiden trabajadores del Estado y se avanza sobre conquistas históricas del movimiento obrero.
Mientras tanto, la pobreza crece, los salarios se achican y la desigualdad se profundiza.
En este contexto, recordar a Mariano es también una forma de resistencia.
Es volver a decir que el trabajo no es un privilegio, que la dignidad no se negocia, que la justicia no puede depender del mercado ni del poder de turno.
Recordar a Mariano es entender que su muerte fue consecuencia de un sistema que sigue vigente, uno que busca callar a quienes se organizan y luchan.
Hoy, más que nunca, su nombre vuelve a ser bandera: / por los trabajadores que siguen precarizados, / por los jóvenes que se enfrentan a un futuro incierto, / por las mujeres y los hombres que día a día sostienen este país con su esfuerzo y que no se resignan.
Mariano Ferreyra vive en cada lucha contra la explotación, / en cada compañero que levanta la voz, / en cada paso que damos para que nunca más haya otro Mariano.
Porque los que luchan no mueren. / Porque su ejemplo sigue marcando el camino. / Porque su memoria es fuerza, es conciencia y es esperanza.
Mariano Ferreyra, presente.
Ahora y siempre.
