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El 10 de diciembre de 2023, Javier Milei le señaló al capital financiero internacional y a la burguesía argentina cuál sería el propósito central de su gobierno: ni más ni menos que la “puesta en valor” de la deuda pública argentina, asegurando su repago y, en perspectiva, el cumplimiento de los grandes vencimientos de capital pactados por los Fernández y Martín Guzmán en 2020. Ese reconocimiento de la deuda usuraria, por parte de los “nacionales y populares”, implicaban pagos por 20 a 25.000 millones de dólares a partir de 2026, durante al menos un lustro. La misma importancia revestía la deuda pública interna, con la diferencia de que esta debía ser remunerada y reciclada desde el mismo día de la asunción. Para llevar adelante este propósito, Milei le ofrendó al capital una cuestión central: avanzar en una contrarrevolución social y laboral en el país.
A los acreedores de la deuda, en definitiva, se les ofreció la garantía de un presupuesto público progresivamente “liberado” de salarios estatales, jubilaciones, gastos sociales y obra pública. Sobre esa base, Milei y Caputo apostaron a un ingreso de capitales que provendría de los fondos financieros primero y, luego, de las inversiones directas en la minería y los hidrocarburos, para quienes crearon un régimen extraordinario de exenciones de impuestos. Sobre esa base, el Gobierno prometió que el Estado y la burguesía argentina volverían al crédito internacional.
El azar hizo que los resultados de esta tentativa se revelen en el “día del segundo aniversario”. El gobierno que debe reunir 20.000 millones de dólares para los vencimientos de 2026; que había anunciado una cifra similar por un megapréstamo de bancos internacionales, e incluso una “línea abierta” de crédito del Tesoro norteamericano por ese monto, acaba de lanzar una licitación de deuda por… 1.000 millones, para devolver en un corto plazo -algo más de tres años- y con una tasa de interés efectiva que estará por arriba del 10 % anual en dólares. Pero la prima de los eventuales inversores será superior, porque el Gobierno les ha desarmado varias regulaciones cambiarias para facilitar la operación. La colocación de deuda se regirá por ley local: el propósito es eludir a la ley vigente, que obliga a que las refinanciaciones de deuda con jurisdicción extranjera mejoren a los compromisos vigentes en términos de plazo, tasa de interés o capital adeudado. Es probable que la emisión de hoy no reúna ninguna de estas condiciones. Caputo y Milei, por lo tanto, están “viviendo al día”. Ni el Estado ni la burguesía argentina han recuperado su capacidad de financiamiento. Detrás de esta improvisación, la remuneración de los capitales especulativos atraídos por el “modelo” libertario consumieron dos años de superávit comercial, un blanqueo y un nuevo préstamo del Fondo Monetario, que debió ser activado este año ante la evidencia de que Argentina marchaba a una nueva cesación de pagos.
Antes de que el Gobierno acudiera nuevamente al Fondo Monetario, tuvo lugar un reguero de concursos de acreedores y quiebras entre grupos estratégicos de la gran burguesía, como los que operan en el agronegocio (Grobo, Agrofina y otros). El denominador común de estos casos es el apalancamiento con préstamos en dólares que no se pudieron afrontar, por la declinación del mercado interno, en algunos casos, y el impasse de un mercado internacional surcado por la sobreproducción, la guerra comercial y la caída de los precios. Las corridas cambarias de este año, con disparada del riesgo país incluida, pusieron de manifiesto que el régimen económico de Milei-Caputo había entrado en terapia intensiva. En el medio, la operación de los mesadineristas se cobraba un fantástico retroceso de las fuerzas productivas: el instituto Germani acaba de estimar una caída del empleo registrado que supera largamente los 300.000 puestos formales; la economía se encuentra, de conjunto, en los niveles de “salida de pandemia” (2022). El retroceso social, educativo y sanitario es extendido. La operación de rescate de Bessent y Trump ha servido para hacer zafar a Milei-Caputo de las elecciones de medio término, pero ella misma ha perdido oxígeno en las últimas semanas: a nadie escapa que el financiamiento de Argentina, incluso a cuentagotas, es una puerta giratoria que, en términos de comercio internacional, está asegurando un flujo extraordinario de importaciones... desde China. Esto es justamente lo que pretendía evitar el “alineamiento sin condiciones” con Trump y el rescate financiero. Un exdirector del FMI, Alejandro Werner, acaba de advertir que Bessent y Trump no le colocarán dos veces el respirador artificial a la Argentina. A dos años del “rodrigazo” de diciembre de 2023, el capital financiero le reclama a Milei un nuevo rodrigazo para juntar los dólares que no tiene. Pero lo que Milei no tiene, por sobre todas las cosas, son los recursos políticos para bancar una conmoción inflacionaria.
Aunque no puede ofrecerles a sus mandantes una normalización financiera, en el balance de los dos años Milei les ofrece “la recuperación de la calle” y el “fin de los piquetes”. Es una “conquista” recurrentemente desafiada por las marchas educativas, universitarias, de jubilados y muchas otras. El protocolo represivo de Bullrich se ha ensañado con los desocupados o con demostraciones pequeñas, pero ha tenido que recular cuando las manifestaciones revistieron un carácter masivo. Sobre los Milei y sus esbirros campea el fantasma de las grandes huelgas y rebeliones populares que han terminado con gobiernos enteros. El único acatamiento de la calle que ha funcionado en el bienio libertario es el de la burocracia sindical, con su inmovilismo la mayoría de las veces y, cuando ha salido, a través de movilizaciones “de vereda”. En cualquier caso, la burocracia ha sido un peso muerto: las luchas obreras, que no han cesado ni un momento en estos dos años, se abrieron paso con independencia de los cómplices sindicales de Milei.
Nadie fue más claro que Donald Trump para caracterizar el contenido de la victoria electoral libertaria: “Perdía, salí a apoyarlo y ganó”. El sostenimiento fundamental de Milei se encuentra hoy en el régimen de Trump, para quien Milei es un mandadero de sus aventuras militares, presentes o futuras, en el continente. En el plano interior, la “fuerza” de Milei reside en haber colectado un elenco variopinto de tránsfugas políticos y lúmpenes, siempre dispuesto a fracturarse por diferentes corruptelas. Llamarle “primera minoría” a ese rejunte es presuntuoso. La fortaleza que Milei quiere presentar en el Congreso no pasa de querer librarse de un juicio político y, naturalmente, no está garantizada. El gobierno libertario marcha al reforzamiento de un régimen de poder personal, al que quiso blindar haciendo ingresar al jefe del estado mayor del ejército al gabinete nacional. En las condiciones de una crisis financiera irresuelta y de una tensión social creciente, ese régimen de arbitraje personal es el fermento característico de las rebeliones populares de Argentina.
Milei sólo ha sido sistemático en la explotación de una crisis política de alcance histórico. Es la que corroe al peronismo y que precede al propio gobierno libertario. Milei ha sido el producto de la extraordinaria descomposición del gobierno de Alberto y Cristina Fernández, que transcurrió sus últimos dos años en virtual vacancia política. Milei vive todavía del crédito de ese derrumbe político, del cual se sirve para anudar complicidades -gobernadores, burócratas- o, simplemente, asegurarse el inmovilismo del lado de la supuesta oposición.
Milei ha decidido pasar el segundo aniversario fuera del país, allí donde cree contar con su mayor fortaleza: en la banda de fascistas que apoyan una política de guerra internacional contra las masas bajo la batuta de Trump. En este caso, se fue a celebrar el premio Nobel a Corina Machado, o sea, a apoyar una invasión imperialista a Venezuela bajo la pátina de la “democracia”. Pero acá también pisó en falso: Machado no llegó al estrado, en medio de las protestas antiimperialistas contra una invasión a Venezuela. Si el destino de Milei se juega con Trump, entonces es un destino ultraprecario, porque el magnate yanqui se encuentra bajo el fuego cruzado de las disputas con los otros bloques imperialistas, las divisiones en la propia burguesía americana, las movilizaciones internacionales contra la guerra y con su propio país semiinsurreccionado.
¿Es muy diferente el ´estado de situación´ de la Argentina? Las terminales de colectivos, las grandes acerías, los parques industriales, las barriadas, están en estado de emergencia. La reforma laboral con la que Milei quiere dar el puntapié inicial de la segunda mitad de su mandato abre una guerra declarada entre el capital y la clase obrera. Los explotados argentinos tienen todos los motivos y reclamos para hacer oír su voz.
El peronismo fracasado ha hecho del “emparchado” aniversario de Milei un muro de los lamentos. Pero lo que tenemos por delante es un período extraordinario de crisis, luchas de clases y desplazamientos políticos, que deben ser orientados con una política socialista. El desenlace irrevocable que le espera a los Milei y Caputo es inseparable del impasse que atraviesa el capitalismo en su conjunto, en medio de guerras, genocidios, crisis financieras y, sin duda, revoluciones sociales.
