La Unión Europea junta la plata para escalar su propia guerra imperialista

Escribe Jorge Altamira

Trump apoya el rearme europeo, mientras se cae su reparto de Ucrania con Putin.

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El “plan de paz” acordado entre Trump y Putin para Ucrania se encuentra clínicamente muerto. Los jefes de la Unión Europea, cn la excepción de Hungría, Eslovaquia y República Checa, han decidido firmar un cheque por 90 mil millones de euros para cubrir los gastos de guerra contra Rusia por dos años más. El intento de usar para este fin los activos de Rusia inmovilizados en Bélgica, por 210.000 millones de euros, no prosperó, a pesar del empeño puesto por Friedrich Merz, el canciller alemán, y la alemana Úrsula von der Leyen, la presidente de la Comisión Europea. La oposición al uso de esos fondos partió de Estados Unidos; Putin había advertido que semejante paquete de guerra a expensas de los activos de Rusia, rompería los límites geográficos y políticos de la guerra trazados por las partes en conflicto –la OTAN de un lado y Rusia del otro-.

La prensa internacional ha calificado a la renovación del financiamiento de la guerra por parte de la UE como el lanzamiento de “un cable crítico” para la supervivencia de Ucrania. Pero se trata, por sobre todo, de imponer “su influencia” en “las negociaciones de paz”, o sea en la anexión ‘de jure’ o ‘de facto’ de Ucrania, porque no se trata de otra cosa. Los delegados de Trump no estuvieron ausentes en estas decisiones; participaron de los cabildeos para el voto de ese paquete. Más allá del apoyo financiero y militar a la guerra en Ucrania, la UE ha encarado un amplio plan de militarización. Ante los crecientes choques con Trump, Emmanuel Macron, el presidente de Francia, y Giorgia Meloni, la primera ministra de Italia, plantearon la necesidad de que la UE establezca negociaciones directas con Moscú y abandone la intermediación norteamericana. “El Kremlin”, sin embargo, ya había advertido que “no aceptaría ninguna revisión del plan de Trump, sea por parte de la UE o Ucrania”. El plan Trump concedía la soberanía del Donbas a Rusia, incluida la zona en poder del ejército ucraniano, a cambio de acuerdos comerciales para la explotación minera en Ucrania y en Rusia, y representaba un rescate de última instancia del estado ucraniano.

La contraseña que disfraza los propósitos de guerra del “plan de paz” son las llamadas “garantías de seguridad”. En el caso de Trump, esa “seguridad” quedaría establecida en los acuerdos de explotación económica de las zonas ocupadas y en el territorio ruso, y en la preservación de una fuerza armada para Kiev, en torno a los 800.000 hombres y un determinado nivel de equipamiento. La UE reclama el emplazamiento de tropas de la OTAN en el terreno, y un tratado que la faculte para intervenir en defensa de Ucrania en cualquier guerra futura. La UE, en efecto, ha incrementado sus bases militares en los países vecinos, que operan como una amenaza inminente contra Rusia, en especial en el Báltico y en un corredor militar entre Alemania y Polonia. En este contexto, “el secretario del Tesoro, Scott Bessent, les dijo a funcionarios europeos en días recientes que EEUU podría imponer sanciones adicionales sobre Rusia, afectando sus exportaciones de petróleo y el sector financiero si Moscú rechaza comprometerse con el proceso de paz” (Financial Times, 17/12). Al contrario de las versiones que dan por concluidas las ‘relaciones especiales’ entre Estados Unidos y la UE, la advertencia de Bessent muestra el derrumbe del ‘plan de paz’. Este fin de semana, los negociadores de Estados Unidos y Rusia celebrarán una reunión en Miami para ajustar las agendas a estas novedades.

Ciertamente, la guerra en Ucrania ha entrado en un impasse, pero no solamente para la OTAN y la UE, sino para Rusia. Se desarrolla una guerra mundial no sólo por su alcance político sino por su duración y por la extensión a otras áreas, como el Caribe y América Latina. La guerra ha agotado a las fuerzas en presencia, que no encuentran otra salida que por medio de una escalada. Este es el significado del fracaso del plan de Trump. En los últimos días se han producido ataques contra navíos comerciales en el Mar Negro, la arteria que conecta a Rusia con Turquía y el sur de Europa Oriental y con la región del Cáucaso (Georgia, Armenia, Azerbaiyán), y a través de los corredores de ésta con el Medio Oriente y el Asia Central. Putin pretende privar del acceso al Mar Negro a Ucrania, y confinarla a una condición mediterránea. En los últimos días ha vuelto a atacar Odessa, el principal puerto de la región, más allá del Donbas. En la accidentada historia de Ucrania, Odessa es una de las ciudades con mayor influencia histórica de Rusia. El “impasse” de Putin no podría ser mayor, simplemente porque la ocupación de una parte de Ucrania no representa un escudo militar de real valor defensivo, en una época de drones, misiles y satélites; porque ha alienado a la mayor parte del pueblo de Ucrania de la masa del pueblo ruso; y porque los gastos de guerra desangran a la economía de Rusia. El desenlace de esta guerra, para Putin, no puede ser otro que un pacto con el imperialismo o su derrocamiento por las masas de Rusia.

Mientras busca una rampa de salida con Trump, Putin ha profundizado la dependencia de Rusia con China, cuya exportación de ‘bienes duales’ (uso civil como militar) crece en forma acentuada. Pero la burocracia de China no tiene agendada ninguna guerra en Europa. Europa es, precisamente, el eslabón más débil de la economía y política del imperialismo. Con Alemania a la cabeza busca salir del estancamiento económico mediante una remilitarización y la guerra. Esta tendencia ha agudizado los antagonismos de clase en el Viejo Continente. En definitiva, la UE quiere prolongar la guerra, aun sin contar con el apoyo de Trump, en oposición a un ‘plan de paz’ que se reparte a Ucrania entre el imperialismo norteamericano y la oligarquía rusa, dejándola afuera de los despojos. “El mundo se está reorganizando”, acaba de declarar el alemán Merz, “y no queremos que sea a nuestro costo”. Las “garantías de seguridad” que reclaman unos y otros llevan a una escalada militar.

El fascismo europeo, que se encuentra en la oposición en la mayor parte de Europa, parece no haber encontrado aún la política adecuada a sus fines. El rearme y la guerra son impulsados por el imperialismo ‘democrático’, que desarrolla una política de represión y gobierno de fuerza. A los fascismos se los reputa como ‘prorrusos’, y es cierto que tienen conexiones políticas y financieras con el Kremlin. Pero no demorarán en convertirse en la pieza de recambio del decadente régimen actual, a partir del feroz asalto que se desarrolla contra las libertades democráticas, la persecución de la población migrante y el apoyo al genocidio sionista y a la mentirosa cruzada contra el “antisemitismo” (como lo demuestra la persecución contra el judaísmo antisionista).

Solamente una acción histórica independiente de la clase obrera puede impedir que el impasse de la guerra imperialista, para el propio imperialismo y para los trabajadores, escale en mayor dimensión, y abra el camino para un levantamiento socialista internacional.

Revista EDM