Los soldados y los barrios

Escribe Jacyn

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Una crónica publicada en Clarín sobre las labores asistenciales del Ejército en villas y barrios populares traza un perfil social de los soldados que merece atención.

“Una gran mayoría de los soldados voluntarios, de los suboficiales y oficiales que dan de comer a los pobres de Argentina fueron o son pobres ellos mismos. Esa gran mayoría cobra salarios de 20.000 a 45.000 pesos, por debajo o en el límite de lo que una familia necesita en la Argentina para no estar por debajo de la línea de pobreza” (Clarín, 15/6). La cronista detalla que un suboficial mayor con diez años de antigüedad cobra 46.000 pesos.

Históricamente, el Ejército siempre fue la más plebeya de las tres armas, en comparación con la Armada y la Fuerza Aérea. Su “profesionalización”, tras la derogación del servicio militar, se alimentó del reclutamiento de hijos e hijas de changarines de las zonas más hundidas del interior del país y del conurbano. Un atenuante a la condición de pobreza salarial es, para estos soldados “voluntarios”, la posibilidad de vivir en el regimiento y contar con obra social. Muchos de ellos cobran un plus por destino que representa entre el 30 y el 35% de sus ingresos. Se trata de una contribución “no remunerativa”, es decir, no se contabiliza a la hora de la jubilación o del retiro.

"Yo estuve del otro lado. Vengo de Laferrere. Yo veía a los militares que ayudaban en las inundaciones, y estuve en la otra vereda, por eso para mí ahora es un orgullo ayudar estando en esta vereda. Veo a la gente y me siento muy identificado porque estuve en esa situación. Retribuyo en lo que puedo" (ídem anterior), sostiene un soldado de 26 años que terminó la secundaria en el edificio Libertador y aspira a ser profesor de Literatura.

La pretensión, si se quiere, “estratégica” para la burguesía de contar con Fuerzas Armadas equipadas y operativas choca con el límite infranqueable de la bancarrota del propio Estado. La situación no se modificó con Milani ni tampoco con Macri. El deterioro afecta a las tres armas, como lo probó el colapso del submarino ARA San Juan hace tres años atrás. Sin hipótesis de conflicto regionales relevantes, políticamente hipotecado por la repulsa popular a los crímenes de la dictadura, desplazado de la frontera por Gendarmería -el recurso represivo “favorito” de los últimos gobiernos-, el ejército languidecía en los cuarteles hasta que se desató la pandemia.

Ahora bien, la crónica antes citada revela hasta qué punto la distancia social entre la tropa y los vecinos de las barriadas se ha vuelto prácticamente nula. Esa interacción con las familias trabajadoras encierra un componente potencialmente explosivo.

La agitación en los barrios y villas debe contemplar la agitación revolucionaria sobre la tropa, convocándola a fusionar sus reivindicaciones con las de los vecinos y trabajadores, atrayendo a los soldados al campo del proletariado y sellando una unidad de clase frente al Estado.

En eso consiste una política revolucionaria hacia las fuerzas armadas.

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