El acuerdo con China y el debate sobre la producción porcina

Escribe Maigue V.

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Hace unas semanas, el convenio firmado entre Argentina y China en materia de producción porcina desató un repudio generalizado que enciende la alarma sobre el tipo de producción y consumo que nos imparte el capitalismo en su fase terminal.

La producción de cerdos para exportación no es una novedad en nuestro país, en el 2019 Rusia fue el principal comprador, pero a fin de año China se colocó como el nuevo socio comercial para el sector, imprimiéndole una producción extra de más de 9 millones de toneladas anuales (Forbes 7/7/20) con un impacto social y de salud pública incalculable.

Argentina produce casi 700 mil toneladas de carne porcina, de las cuales menos del 3% se exporta y el resto se consume en el país - incluyendo unas 40 mil toneladas importadas.

Estos números indican, por un lado, que la producción no abastece al propio territorio, alcanzando un consumo per cápita de 14,5 kg/año, y que el acotado margen de exportación se traduce a un déficit en la balanza comercial. Por otro lado, teniendo en cuenta que la inversión incluye la construcción de establecimientos productivos (mínimos), la gigantesca demanda hace que las condiciones de higiene y salubridad queden relegadas.

El crecimiento exponencial de la producción y las condiciones sanitarias de los establecimientos se plantea como uno de los puntos centrales, también se debe tener en cuenta la base nutricional de este tipo de producción. Los cerdos son alimentados con maíz, trigo y soja. El tipo de producción que requieren estos monocultivos solo favorece a los Monsanto/Syngenta y profundiza la debacle ambiental con graves consecuencias en la salud de los trabajadores y pequeños productores.

Durante el kirchnerismo, los acuerdos con China nos colocaban como exportadores de soja que consumía justamente la producción de cerdos de ese país. Eso ha llevado a una lucha inclaudicable de movimientos campesinos y originarios contra el uso de agrotóxicos y en defensa de la vida y la tierra.

Lejos de abandonar estos lazos, los gobiernos refuerzan sus compromisos con los explotadores del hambre, el saqueo y la destrucción.

Caldo de cultivo de pandemias

El acuerdo se plantea como la inyección de inversiones en el sector y la creación de miles de puestos de trabajo. Como socialistas descreídos de cualquier promesa bajo este sistema, entendemos que un aumento tan ambicioso en la producción implica más hacinamiento, “generación” y diseminación de enfermedades.

El Coronavirus surge en China, en un mercado de carnes (de distintas especies) y todavía los trabajadores seguimos lamentando sus consecuencias.

Por eso, se elige el territorio nacional al ser libre de las principales enfermedades que afectan a la especie: PPC (Peste porcina clásica), PRRS (síndrome de reproductivo y respiratorio porcino), entre otras; y se cumplen disposiciones sanitarias con controles sobre triquinosis, influencia, aftosa y tuberculosis. Esto, sin embargo, es pan para hoy y hambre para mañana porque el carácter de hacinamiento, intensivo y masivo del sector predispone a enfermedades en la producción y contagio a la población.

La superexplotación que ejerce el capitalismo sobre la humanidad y la naturaleza ha sido capaz de generar virus con saltos de especies, que se replican directamente de un transmisor a las personas sin necesitar un hospedador intermediario (generalmente salvaje). Esto hace más difícil reconstituir su genoma y poder crear vacunas eficaces.

Qué tipo de producción queremos

En este contexto, la discusión sobre el modelo productivo se torna fundamental. Es evidente que el consumo de carne a gran escala es una realidad en las familias obreras, incluso con las dificultades que la carestía propicia. En los últimos años el consumo de carne vacuna ha disminuido notablemente, en parte por el reemplazo con carnes de cerdo y aves y en parte por la pobreza que envuelve al conjunto de la población.

Un sistema que ha hundido a la población en la pobreza genera toneladas y toneladas de alimentos producidos con el hacinamiento de animales y sus consecuentes enfermedades emergentes. Siendo los trabajadores consumidores de las pestes y venenos que este sistema provee, sin opción alguna.

Los trabajadores debemos tomar el control de la producción, bajo un cambio de paradigma de las relaciones sociales y productivas. Un modelo donde el ambiente para nuestra producción sea el más apto, garantizando la calidad alimentaria de las especies y de toda la población. Brindar una alimentación saludable y nutricional no está en los planes del capitalismo. Sentar las bases de un modelo industrial productivo y sustentable sin contaminantes ni contaminados es la tarea a desarrollar en esta etapa.

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