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En el año 2005 concurrí a una charla en la Facultad de Humanidades de La UNLP, de una persona que desconocía. Tenía 18 años. Quien me invitaba fue específicamente a mi casa para que concurra a la charla. Nunca me interesó estar en aulas académicas. Prácticamente fui obligado a ir por no poder decir que no. Iba renegado, dispuesto a levantarme, ni bien se pudiera, e irme.
Llegamos a eso de las 19 horas, tiempo en que la charla estaba programada, entré y dije ¿qué tal? y el docente, mientras leía un libro alzó la mirada y me dijo “hola”, con cara de preocupado y quizás indignado. Cuentan que vivía indignado. En su aspecto y su mirada podía sospechar ya que era alguien distinto.
Llegaron diez personas más. Éramos 12 estudiantes universitarios. Él dejó todo en la charla. Era una charla para millones, pero había una docena. Era una persona de los más grandilocuente que entre las palabras y su lenguaje corporal, sumamente histriónico, convencía con una claridad implacable. Solo con sus gestos, reducía a la razón a cualquiera. Sus ademanes eran propios de alguien que dice cosas importantes. Comenzó planteando lo siguiente: “es muy lindo sentarse a leer Hegel, Marx, Lenin, Trotsky sin que nadie te moleste, sin tener ninguna obligación, pero hay que militar…”. La muchacha que me invitó me miró diciendo “¿Viste lo que dijo?”. Me incomodó porque tenía ciertas simpatías izquierdistas, pero nadie me convencía a punto tal de dejar horas valiosas de vida para algo que intuía que era inútil. La charla fue maravillosa e impactante. Nunca había vivenciado algo semejante, mis ganas de huir se disolvieron. Ahora quería que ese hombre no pare de hablar. Con el correr de la charla se dio cuenta de que estaba hablando para gente no muy ducha. En realidad, éramos 12 analfabetos políticos. No entendíamos nada y él se daba cuenta. Era verdaderamente un papelón, pero para mí fue inolvidable. De repente, alzando, la voz pregunto: “¿Saben a cuántas personas mató Stalin?” Silencio absoluto de 10 segundos que fueron horas. De repente un estudiante de Sociología dijo: “¡Treinta mil!” El hombre puso su mano izquierda sobre la frente y vociferó: “¡60 millones! ¡Y a Trotsky! Muchachos es muy lindo militar, tocar el bombo, manifestarse, levantar las banderas, etc. pero tienen que ponerse a leer porque si no estamos fritos”.
Ese hombre era el Pablo Rieznik.
¡Viva la formación ¡que vivan los militantes! Ningún culto a los líderes… pero qué líderes. Cinco años sin Rieznik.