Las falsificaciones de Lipcovich y sus propósitos reaccionarios

Escribe Julio Quintana

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En una nueva demostración del estado de acoso psicológico que le produce Jorge Altamira, el aparato oficialista, a través de un escrito de Alejandro Lipcovich, se ha lanzado furiosamente a criticar un video suyo donde éste explica que, en el caso de Chile y Bolivia, estamos en los primeros actos de procesos de alcances revolucionarios y que al calor de sus sucesivas fases se producen condiciones inmejorables para construir el Partido Revolucionario. Altamira reafirma esta tesis en polémica contra quienes refunfuñan que las rebeliones y revoluciones en curso, no solo en Chile y Bolivia, carecen de alcance revolucionario por la inexistencia de un partido (dirección) revolucionario. Combate de este modo las posiciones conservadoras provenientes de las corrientes de izquierda, a las cuales se ha sumado el aparato oficialista del PO.

Resaltar que las perspectivas políticas abiertas en Chile y Bolivia, en vez de estar definidas por la “carencia de un partido revolucionario", están definidas por la posibilidad de superación de esa “carencia", constituye un golpe mortal a ese conservadurismo y clarifica las tareas revolucionarias para la vanguardia obrera y juvenil. Es un verdadero aporte político programático, pues siendo una obviedad que estas rebeliones no fueron dirigidas en sus primeros actos por partidos revolucionarios, de lo que se trata es de determinar concretamente, es decir a través de una caracterización de conjunto y de un desarrollo programático específico, si la crisis de régimen político en estos países y su combinación con una acción política de masas contra esos mismos regímenes, abre o no mejores condiciones para el desarrollo de partidos revolucionarios que permitan el triunfo de la revolución.

Altamira procede de este modo porque para el desarrollo consciente de un proceso y un partido revolucionario es necesario desenmascarar política y teóricamente, es decir programáticamente, no sólo a los partidos de la burguesía, sino también a la izquierda tradicional que ha abandonado posiciones revolucionarias y que se encubre bajo una vacua fraseología revolucionaria. Pero además desnuda, ante quien lo quiera ver, el carácter de aparato de estas concepciones, que colocan al partido revolucionario como un elemento suprahistórico, acabado, escindido de las masas y preconcebido para suplantarlas. Como el aparato por excelencia es el propio Estado, esta concepción es una señal inequívoca de su tendencia a su integración con éste.

Este tipo de crítica contra Altamira ya fue lanzado infructuosamente por el PTS en su momento, lo que hace aún más mediocre el escrito del aparato y Lipcovich. Éste solo se diferencia de la diatriba conservadora peteseana en que busca guardar ciertas formas revolucionarias y de paso disimular una comunión política cada vez más abierta con el morenismo a través del FIT-U, tanto a nivel nacional y ahora internacional. Para atacar a Altamira tuvo que falsificar sus posiciones: según Lipcovich, éste se ha vuelto un espontaneísta y un revisionista de la concepción de partido revolucionario; lo contrario a lo que Altamira explica en el video en cuestión.

Pero esta falsificación tiene una clara función política: el aparato oficialista del PO, que buscó liquidar su propia organización a través de la expulsión de más de un millar de compañeros, que renunció a luchar contra el régimen macrista arrojándose a un electoralismo desenfrenado, y que pierde a cada paso importantes conquistas sindicales producto de su política de aparato; debe tratar de justificar su propia existencia más allá del rol nefasto que juegue en la lucha de clases real. En suma, este intento de ataque a Altamira y la tendencia revolucionaria del PO no es más que un intento para abroquelar a los militantes bajo la extorsión que el partido lo es todo y es indispensable para la revolución, sin importar su falta de programa, su orientación desastrosa y sus métodos de construcción reñidos con el centralismo democrático, etc. Al aparato le basta con la autoproclamación.

Por lo mismo, y a diferencia de Altamira, sus “cuadros" no aportan ningún elemento significativo de caracterización y desarrollo programático revolucionario, por fuera de los lugares comunes, a los procesos de Chile o Bolivia, ni a ningún otro. Para el aparato, el programa ya está consumado y son ellos; lo único que falta es su desarrollo organizativo para “hacer la revolución”; es decir “hacer grande” al PO o, mejor dicho, a su aparato. Esta jactancia es profundamente reaccionaria y jamás la tuvieron Marx, Lenin ni Trotsky. Estos últimos por caso, en plena revolución rusa, se animaron uno a dar un giro programático decisivo, uno desde la caracterización de la revolución rusa de burguesa a proletaria, y el otro desde la concepción de que el impulso revolucionario de las masas corregiría los desvíos de los partidos revolucionarios y saldaría el problema del partido. Contraria a la versión de estos grandes revolucionarios, el partido revolucionario en la versión del aparato es un demiurgo y el fin de la historia.

En su afán de autojustificarse como aparato, el oficialismo del PO termina haciendo el ridículo. Y no sólo por la triste nota de Lipcovich. Hace apenas un poco más de dos semanas se lanzaron sobre los compañeros de la tendencia del PO, afirmando que la movilización producida por la asunción de los FF a la presidencia de la Nación era una prueba irrefutable de que “Argentina no era Chile”, que las masas estaban “dominadas por el nacionalismo burgués” y que ese cuadro explicaba su derrumbe y no sus posiciones políticas (sic). Semejante burrada política, cuestionada entre otras cosas por la rebelión mendocina contra la ley cianuro, por supuesto, no fue puesta por escrito.

El 2020 y los años que le seguirán, no serán años de lamentos por la falta de partidos (y una internacional) revolucionarios. Serán los años de la revolución proletaria y por ello mismo de la recuperación revolucionaria del PO y la liquidación política de su aparato usurpador.

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