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En su decálogo sobre el cuento el escritor Carlos Gamerro escribe: “Si el crimen lo comete un agente de seguridad privada o -incluso- un delincuente común, es por orden o con permiso de la policía”.
Quizás la literatura (o las artes o, en este caso, el cine) ayude a comprender el carácter intrínsecamente delictivo del Estado capitalista. La película El irlandés, de Martin Scorsese y protagonizada por Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Harvey Keitel y un ‘dream team’ actoral que ya protagonizó películas con el director (además de la significativa Anna Paquin), tiene como centro la mafia sindical (camionera) y también las relaciones que establece con el Estado yanqui.
Bien, como decía Gamerro, todo crimen (no se refiere específicamente al bandidaje más descompuesto) es realizado por la policía. Y no se debe olvidar que el uso de la fuerza del Estado sobre la población se podría reducir “a destacamentos de hombres armados”. Pero, por eso mismo, la gran película de Scorsese requiere que se comente sobre ella.
Uno de los estratos sociales más enriquecidos y cuyos métodos son el matonaje y el crimen, cuando no el asesinato, tiene en el sindicato camionero estadounidense de los años cincuenta-sesenta un ejemplo para el resto de la burocracia sindical en el país del norte, con una organización repartida por toda la nación y un líder carismático en la figura de James Hoffa (Al Pacino).
Como un subordinado, pero fiel, actúa Frank Sheeran (De Niro), el irlandés de la película que recuerda su vida desde una silla de descanso en un geriátrico, ni siquiera de lujo. De ese modo el espectador asiste a cómo El irlandés asciende desde su rol de camionero y luego ladrón de poca monta a convertirse en un personaje fundamental (aunque no dirigente) del crimen organizado. Una figura constante durante ese ascenso de tal burocracia sindical mafiosa es, como se dijo, la de James Hoffa, comprador de jueces, policías y políticos; colaborador en la Invasión de la Bahía de Cochinos en Cuba durante los primeros momentos de la revolución cubana; socio del patriarca mafioso Joe Kennedy y luego enemigo de sus hijos John y Robert Kennedy, ambos asesinados (así como fueron matados la mayor parte de los protagonistas del film luego, en los tempranos ochenta, según indica el sobreimpreso sobre esos personajes).
¿El hilo conductor? La defensa a través de décadas de los intereses que la corporación sindical proveía (provee, si se quiere, aún en la actualidad, ya que se autodenominan “Teamsters de Hoffa” y mantienen métodos y relaciones) a esa misma burocracia sindical y al aparato del Estado de turno, con sus métodos espurios y mafiosos.
Si esta reseña se refiere a la extraña actuación de la premiada con el Oscar, Anna Paquin – que tiene a lo sumo un par de diálogos en todo el film – no es solo porque la expresividad de su mirada sea poderosa, sino porque su silencio lo es aún más. ¿Cómo examinar la vida criminal de su padre desde un pasado que las jóvenes no recuerdan y cuando ella misma dejó de hablarle hace mucho tiempo por el temor que provocaba el supuesto oficio camionero de su padre?
La tercera parte de la película se detiene en ese asunto, en la tradición católica de Scorsese, que no encuentra la redención para sus tormentosos personajes según la religión profesada por el director alguna vez. Ricardo Piglia escribe: “El cuento es un relato que encierra un relato secreto”. La historia de la vida de El Irlandés encierra, en una de sus variantes, el relato del crimen estadounidense, así como el del Estado criminal.