[DEBATE] Clase, Partido, Dirección

Escribe Emiliano (Belgrano)

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“La dirección no es, en absoluto, el ‘simple reflejo’ de una clase o el producto de su propia potencia creadora. Una dirección se constituye en el curso de los choques entre las diferentes clases o de las fricciones entre las diversas capas en el seno de una clase determinada” (Trotsky, “Clase, Partido y Dirección”, 1940).

El oficialismo del PO se ha convertido en una escuela de falsificación. Trasviste las posiciones de la Tendencia y las del trotskismo. Es un revisionismo sin límites. Alejandro Lipcovich escribe una nota en Prensa Obrera que no es otra cosa que la defensa de un “aparato”. Con un aparato no se hace una revolución, sino una contrarrevolución. El partido socialdemócrata alemán era un “partido” (y muy numeroso), sin embargo, ninguna revolución salió de él.

Lipcovich se pregunta por “las condiciones para lograr que [las revoluciones] triunfen y cómo trabajamos para construirlas”. La primera de ellas es no mentir y hacer balances concretos de la propia acción, algo imposible para un aparato. La segunda es levantar una política que se eleve a las tareas históricas del proletariado y no se convierta en un “obstáculo” para ellas.

El oficialismo del PO durante todo 2019 repitió como loro que en Argentina y en el mundo “no pasaba nada” porque aquí operaba la “contención” y en el mundo la “iniciativa estratégica” estaba en manos de la burguesía. La teoría es gris y verde es el árbol de la vida. En 2020 su “leit motiv” pasa a ser “como no hay partido, tampoco pasa nada”. Así califican la situación en Chile y en Francia: “El proletariado francés ingresa a esta lucha decisiva sin un partido revolucionario (…) Es el obstáculo más evidente para una intervención independiente” (PO, 3/1). Visten el mismo argumento con ropa elegida para la ocasión: los “obstáculos” son los planteos de la izquierda, que se arroga el otorgamiento de “la iniciativa estratégica” a la burguesía.

La camarilla del PO se autoproclama como “partido revolucionario” de la misma manera que pidió votos para “solucionarle los problemas a la gente”, o para “estar” sentada en el legislativo.

Rupturismo de aparato

La lucha contra el “obstáculo” que representa la camarilla al interior del PO, desde una tendencia del propio partido, sería “rupturismo”. Curiosa forma de invertir la realidad:

“Altamira muestra la desmoralización política que está detrás de su devenir rupturista, que no es más que el abandono de la tarea de construir el partido revolucionario”, dice Lipcovich. La “ruptura” la armó la camarilla con mil doscientas expulsiones, la Tendencia es una corriente del partido usurpado por los expulsadores. Es muestra de su incapacidad política para enfrentar una crisis en la que se confrontan dos caracterizaciones acerca del momento histórico, por un lado, y del método para construir un partido revolucionario que merezca ese nombre.

El trotskismo nace bajo la defensa de la libertad de Tendencia al interior del Partido Bolchevique, cercenada por la burocracia tras la resolución “transitoria” del X Congreso del PC. El oficialismo echa a más de mil compañeros porque el planteo que defendían “no fue así votado en el Congreso”; “así” se refiere a la interpretación que da a lo votado en el congreso. Como un Papa, escribe las encíclicas y luego se reserva su interpretación. Para el oficialismo, la línea política es bajada de línea, o sea, verticalismo organizativo, que presentan como centralismo democrático.

La Revolución Francesa

Haciendo gala de la ignorancia histórica, Lipcovich dice: “La comparación con la revolución francesa que [Altamira] hace en el video de ´Responde´, en nombre de que ‘su partido’ (el jacobino) solo se formó ´en el transcurso de la propia revolución´ también es una metida de pata” (ídem). Para Lipcovich, la Revolución Francesa es una revolución burguesa “pura”, que tuvo lugar cuando la burguesía ya estaba constituida como clase dominante. La Asamblea Nacional, la Constituyente, la Convención, el Comité de Salud Pública, el terror, eran las diferentes formas ‘de lo mismo’, y no la expresión de una lucha clases siempre cambiante. De modo que, después, el Triunvirato, el Directorio y el Imperio, seguían recorriendo la ruta que un sujeto llamado burguesía había establecido de antemano, incluida la abolición de la monarquía y, por supuesto, luego, la restauración. La crisis de nuestro partido ha sacado a luz los bajo fondos intelectuales de varios pretendidos dirigentes.

“A fines del siglo XVIII, hubo en Francia una revolución que se llamó, correctamente, ´la gran Revolución´. Fue una revolución burguesa. En el transcurso de una de sus fases, el poder cayó en manos de los Jacobinos que eran apoyados por los ´sans-culottes´, es decir, los trabajadores semi proletarios de las ciudades, y que interpusieron entre ellos y los Girondinos, el partido liberal de la burguesía, el rectángulo neto de la guillotina. Solamente es la dictadura de los Jacobinos la que dio a la Revolución Francesa su importancia histórica, que hizo de ella la ´gran Revolución´. Y, sin embargo, esta dictadura fue instaurada no solamente sin la burguesía, sino también contra ella y a pesar de ella. Robespierre, a quien no le fue dado iniciarse en las ideas de Plejanov, invirtió todas las leyes de la sociología y, en lugar de darle la mano a los Girondinos, les cortó la cabeza. Esto era cruel, sin dudas. Pero esta crueldad no impidió que la Revolución Francesa se vuelva ´grande´ en los límites de su carácter burgués. Marx […] ha dicho que ‘el terrorismo francés en su conjunto no fue más que una manera plebeya de terminar con los enemigos de la burguesía’. Y, como esta burguesía tenía miedo de sus métodos plebeyos para terminar con los enemigos del pueblo, los Jacobinos no solamente privaron a la burguesía del poder, sino que también le aplicaron una ley de hierro y de sangre cada vez que ella hacía el intento de detener o ´moderar´ el trabajo de los Jacobinos. En consecuencia, está claro que los Jacobinos han llevado a término una revolución burguesa sin la burguesía” (22 de agosto de 1917, citado en Broué, P., “Trotsky y la revolución francesa”). Una revolución burguesa sin burguesía es algo que no entra en la cabeza del dogmático, menos del ignorante que rechaza el camino del aprendizaje. El texto de Lipcovich tiene el mérito singular de instruirnos en el grado de deformación política que ha sufrido el PO, y al mismo tiempo en la grosería intelectual de sus personajes

La revolución francesa es una revolución “en permanencia”, primero para Marx, luego para Trotsky, que se radicaliza como consecuencia de la intervención de las masas, sí, de esas mismas masas que para el oficialismo sólo existe si han recibido el bautismo del aparato. “Durante cinco años, los campesinos franceses se sublevaron en todos los momentos críticos de revolución, oponiéndose a un acomodamiento entre los propietarios feudales y los propietarios burgueses. Los sans-culottes de París, al derramar su sangre por la república, liberaron a los campesinos de las trabas del feudalismo” (Historia de la Revolución rusa, tomo 2, p. 196).

¡Qué lejos del cuento de la burguesía de “punta a punta”!

Advertimos a quienes asistan al campamento de la UJS oficial que se protejan de sus instructores.

Una secta “a medida”

El aparato ha retrotraído al PO a la condición de una secta, gobernada por estereotipos. Uno de ellos es la “independencia política”, que no es entendida como la condición para que el proletariado ejerza una función dirigente, sino para no intervenir en la lucha política. El ejemplo más cabal de esto fue cuando imputaron a los compañeros que más adelante formarían la Tendencia, de “funcionales al kirchnerismo”, porque levantaban el planteo fuera Macri, por una Constituyente Soberana, Gobierno de Trabajadores. Marx exigía que “el proletariado debe organizarse en un partido independiente para luchar por ‘la revolución permanente’”, no para apartarse de intervenir en una crisis política.

“Comprender con lucidez el curso de la revolución”

Las revoluciones las hacen las masas, no los partidos. La dirección política de un proceso revolucionario es su sector más consciente. El Partido no es una amalgama de posiciones arbitrarias, sino un programa probado. Una clase sólo puede desprenderse de su dirección vetusta a través de grandes acontecimientos de lucha de clases.

Lipcovich dice que un Partido no es sólo un programa, sino que un partido es un… partido. Así, con tautologías, explica que un partido necesita cuadros, organización, recursos materiales, etc. Típico del aparato, contrapone la organización al programa, el esqueleto al sistema sanguíneo. Para Trotsky: “cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejen exaltar por las palabras o aterrorizar por la represión (…) Si el partido bolchevique no hubiese conseguido llevar a buen término ese trabajo, no se podría hablar ni de revolución proletaria” (Clase, partido y dirección, 1940). Es obvio que sólo tiene “cuadros probados” un partido que “comprende con lucidez el curso de la revolución”.

¿Comprendió el “curso de la revolución” Solano al pedirle a Zamora que bajara su candidatura luego de las primarias? ¿Lo hizo el oficialismo al repetir que “Fuera Macri” era hacerle el juego a los K? ¿Belliboni comprendió el desarrollo de los acontecimientos cuando le pidió a Macri que se quedara hasta el final de su mandato? ¿Lo hizo el FIT-U cuando llamó a cortar boleta o a pedir el voto por listas “100% verdes”? ¿Pensó en eso Solano cuando llamó a Larreta “Horacio” en un debate público?

Cuando Lipcovich dice que “en la misma medida en que se evidenció la hondura de la rebelión chilena y sus características revolucionarias, quedó expuesta la ausencia de un partido revolucionario en el país trasandino”, no (PO, 3/1), no expone una “comprensión lúcida del curso de la revolución”, porque en ese caso hubiera expuesto un programa y una estrategia, en lugar de declarar por anticipado la derrota de la revolución.

Agregan que “Una política verdaderamente revolucionaria en Chile solo es tal si está precedida por la consigna ‘Fuera Piñera’”. Esto no es una orientación política sino una expresión de reservas hacia aquellos que han salido a pelear para echar a Piñera sin haber armado antes un sistema de consignas. Pero enseguida se contradice, al destacar que “el proceso de recomposición del movimiento de masas (sin que hubiera un partido) y el alto nivel de maduración de la conciencia política de los explotados, lo que se refleja en la popularidad de la consigna “Fuera Piñera – Asamblea Constituyente” (también sin la presencia de Lipcovich o Pitrola en Santiago). La contradicción permanente, como la oscilación política permanente, es una característica de todo aparato y del oportunismo en general.

¿Crisis de la dirección revolucionaria o “ausencia de Partido”?

Es bastante sintomático de la crisis que atraviesa a la izquierda, que el oficialismo utilice como sinónimos la “crisis de dirección revolucionaria” con la “ausencia de Partido”. Trotsky no se refería, sin embargo, por crisis de dirección, a la ausencia de un partido en tanto organización o aparato, sino a la ausencia, sobre todo, de una orientación y un programa revolucionario.

Trotsky en “Clase…” cuestiona la caracterización de un grupo izquierdista francés Que Faire?, que es similar al juego del “avestruz” que juega el oficialismo. Casanova pregunta ¿por qué fracasó la revolución española? “Porque el auténtico partido revolucionario no estaba maduro”, responde. Y ¿por qué pasó esto? “por la correlación de fuerzas sociales”. Y ¿por qué falló la correlación? Por “la falta de madurez de la clase obrera”. Esto es lo que achaca el aparato a la clase obrera de Argentina, que contrasta con la chilena (por supuesto después del estallido de la rebelión popular). Una tautología tras otra. En esto se resume la polémica de Trotsky en 1940, y la de la Tendencia en la actualidad, contra el conjunto de la izquierda mundial.

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