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“Miles de manifestantes salieron a las calles durante el fin de semana, dice Haaretz, 20/1, exigiendo la salida de Irán de Irak y la expulsión de las tropas estadounidenses”. Todos los intentos de formar nuevo gobierno fracasan desde hace tres meses. Por otro lado, “El Líbano también continúa ardiendo. Cientos de manifestantes en Beirut y Trípoli en el norte salieron a las calles para manifestarse contra el régimen. Quemaron neumáticos y arrojaron piedras, causaron el cierre de la sucursal de Trípoli del banco central y piden un nuevo gobierno … El jefe de Hezbollah, Hassan Nasrallah (que integra el cuestionado gobierno de Líbano), advirtió que sin la formación de uno nuevo, el Líbano será destruido”. “Los jóvenes iraquíes y libaneses se oponen a la corrupción de la clase dominante y están cansados de los gobiernos que operan en líneas étnicas” (ídem).
El Líbano está al borde de un default: “las empresas sirias (por no hablar de los especuladores de la guerra) tienen escaso acceso al sistema bancario internacional, por lo que la mayoría dependen del vecino Líbano para realizar transacciones y mantener ahorros. Pero en medio de las turbulencias políticas y financieras, los bancos libaneses han restringido la retirada de monedas fuertes a todos los clientes, lo que ahoga el acceso de Siria a las divisas” (The New Humanitarian, 9/1). El Libano a su vez alberga a 1,5 millones de refugiados de ese país.
En principio, Iraq posee “una infraestructura económica potencial dado que posee la quinta reserva más grande de petróleo del mundo” (Haaretz, ídem); sin embargo, el país está virtualmente desmembrado. La región del Kurdistán irakí, donde están los pozos actualmente más productivos, se desenvuelve como un país aparte; otro tanto ocurre con las otras cuencas petroleras, la mayoría bajo dominio de milicias proiraníes. El Líbano “no puede garantizar el pago de la enorme deuda de aproximadamente u$s 90 mil millones. Pero incluso con sus tremendos recursos, Iraq tiene también una enorme deuda” (ídem).
Entre estas dos grandes crisis estalló Jordania. Después de Egipto, el reino hachemita es el segundo socio comercial en importancia de Israel. Igual que con el primero, el gran filón de los negocios jordano-sionistas es el gas del Mediterráneo de la plataforma submarina palestina. Pues bien, después que la empresa privada de Energía jordana cerrara un acuerdo por u$s 10 mil millones para importar gas de los yacimientos explotados por un consorcio yanqui-sionista y cuando aún no comenzó a fluir el gas por los gasoductos, estallaron protestas en todo el país reclamando “que se eliminen tanto el acuerdo como el tratado de paz” con Israel. El gobierno miró en principio para otro lado porque se trataba “de un convenio entre privados”. Los lazos entre palestinos y jordanos son inmensos (una tercera parte de las familias jordanas se conforma con población oriunda de Palestina). "El gas del enemigo es una ocupación. Abajo el acuerdo del gas
, dicen pancartas llevadas por los manifestantes” (ídem).
El parlamento actuó entonces despavorido y el domingo “por unanimidad los 130 legisladores de Jordania” votaron la anulación del convenio, firmado en 2016. Ahora esa medida “será remitida al gabinete para que se haga ley, aunque (se estima el gobierno pondrá) obstáculos legales” (ídem, 19/1).
Mientras en Israel se dan cita los gobiernos de las potencias que subyugan a Medio Oriente, las masas de la región preparan otra “primavera árabe, que no será una repetición mecánica de las precedentes”.