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El 22 de mayo de 2017 se estrenó en el festival cinematográfico de Cannes, con gran repercusión, “The Florida Project”, película independiente estadounidense excepcional, bellísima y realista, que mezcla humor, denuncia social y drama y que muestra la situación resquebrajada de una porción de las masas explotadas de Estados Unidos, empujadas a vivir en las orillas del imperio, retratada desde la mirada perspicaz e imaginativa de la infancia. Actualmente puede verse en Amazon Prime.
The Florida Project sigue la vida de Moonee (en un papel memorable de Brooklynn Prince) niña de 6 años que vive junto a su joven madre de 22 años llamada Halley, en un motel de colores pasteles para personas (blancas, afroamericanas, latinas) de clase baja llamado The Magic Castle (el castillo mágico), que se sitúa en Orlando, Florida, lindante con el mayor emporio vacacional de EE. UU.: Disneyland. El mismo es regenteado por Bobby (el gran William Dafoe, nominado a actor de reparto en los Oscars por este papel), quien lidia con los conflictos que se suscitan en el lugar impostando rudeza pero demostrando dulzura.
El contraste brutal es central en el film, que contó con una exhaustiva investigación del director y coguionista Sean Baker: esas personas (generalmente familias enteras), golpeadas por la crisis capitalista comenzada en 2007, que no tienen dinero para pagar el alquiler de una casa o un departamento y deben vivir hacinados en cuartos de motel, lo hacen al lado de lo que el imperialismo ha vendido por años como “el lugar más mágico del mundo”, el mega parque de diversiones, donde ninguno de esos desplazados puede costearse una visita. La fantasía termina ahí donde comienza la cruda realidad.
Moonee (desfachatada, inteligente, maleducada, adorable) y sus dos amiguitos tienen que arreglárselas para divertirse en las vacaciones de verano sin clases, sin colonia y casi sin dinero. Su propósito será, día a día, encontrar la forma de hacerlo a como dé lugar, con su imaginación volando, con todo tipo de travesuras, ya sea recorriendo el barrio, escupiendo un auto o prendiendo fuego accidentalmente una casa abandonada. El personaje se gana indudablemente el corazón del espectador. Pero alrededor de la vida de Moonee pasan muchas cosas que no tienen nada de divertido y aquí es donde Baker da uno de sus mayores aciertos, porque en su mayoría la cámara sigue a la niña y lo que ella percibe de esa realidad y a eso nos tenemos que amoldar.
Sobre esa realidad dejaremos que sea el propio Baker quien explique en que se basó la denuncia del film en una entrevista que dio a Espinof: “Hay una gran división de clases en mi país, está claro (...) Mis películas solo son una respuesta a lo que yo no veo en el cine y la televisión de EE. UU. Nadie representa ciertas subculturas (...) Hablo de cómo es muy fácil caer en la economía paralela, a la que recurren aquellos que no pueden trabajar dentro del sistema. Por ejemplo, el sexo, las drogas, el tráfico con mercancías robadas que mueven millones y millones de dólares. (...) Yo quiero poner el foco aquí, que la gente vea cómo esto es un subproducto de la sociedad capitalista: gente que no tiene acceso al sueño americano y a quienes se les cierra la puerta continuamente.”
Esto es, finalmente, a lo que cotidianamente se enfrenta Moonee, por más que su alegría y desparpajo inunden la pantalla durante toda la cinta: a la falacia del sueño americano. La relación con Halley, su mamá (impulsiva, problemática, canchera, sin pelos en la lengua) es parte central del relato, el cómo construyen su tierna relación a su manera, con todos los factores en contra nombrados anteriormente.
Quien busque romantización de la pobreza, golpes bajos o condescendía no los va a encontrar en esta cinta: Por ejemplo Halley es mostrada con sus contradicciones, sus luces y sus sombras, su amor gigante por su hija y su forma particular de construir la maternidad. Pero no hay condena moral hacia ella porque finalmente, ¿quién puede tener la potestad de condenarla? Acaso la “tierra de las oportunidades” le brindó alguna chance? Otro acierto mayúsculo de Baker.
Cuando en 2018 Brooklynn Prince ganó el premio por su papel en los Critics Choice Awards, entre lágrimas dedicó el galardón a “todas las Halleys y Moonees”, a esas miles de mamás e hijas que sobreviven en los bordes del imperio atroz, sin figuras masculinas, con amor, valentía y dignidad cómo sus armas más poderosas.
Las locaciones, esos moteles llenos de colores y las calles de Orlando, tomados por planos abarcativos son una clave central en el film, porque refuerzan la ironía de ese falso mundo fantástico tan estadounidense.
The Florida Project es un poema visual, un canto a la vida, un llamado de atención que no pierde vigencia y una denuncia, pero no en el estricto sentido de la palabra, sino, tomando lo mejor de la tradición del cine independiente de EE. UU., como una forma de llevarnos a mundos que están en los márgenes pero desde una óptica que no trata de hablar por, sino de darle la voz al que la necesita, porque el capitalismo lo silencia.
El final del film, que merece verse, puede rompernos el corazón y hacer que estallemos en llanto, brindarnos una visión esperanzadora, o ambas. Porque, como dijo Sean Banker, “los niños tienen el poder de cambiar el mundo, de maravillarse y mejorar su entorno. Si querés transformar las cosas, debes hacerlo desde el punto de vista de un niño”. Por todas las Halleys y Moonees del mundo, usemos esa imaginación para derrumbar al capitalismo.