Escribe Olga Cristóbal
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“Son horas convulsionadas en la Iglesia”. El arzobispo de Buenos Aires, Mario Aurelio Poli, y otros dos obispos de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal, Carlos Malfa y Oscar Ojea, fueron denunciados ante el Vaticano por su “total respaldo al accionar irregular” de dos obispos mendocinos -Marcelo Colombo y Marcelo Mazzitelli- y el de La Rioja, Dante Braida, encubridores de un abuso sexual tan escandaloso que los obligó a cerrar el Monasterio del Cristo Orante, en Tupungato, Mendoza.
La denuncia fue elevada por el abogado de la Red Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico, Carlos Lombardi. Como el ente que investiga las inconductas de la jerarquía eclesiástica, la poderosa Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, no tiene ni mail, debieron enviarla a través de la Nunciatura.
Poli, mano derecha y luego “heredero” de Bergoglio en el Arzobispado de Buenos Aires, Ojea -otro soldado de Bergoglio- y una media docena de obispos, entre otros denunciados, son la cabeza de una cadena de encubrimientos que protegió a Diego Roque y Oscar Portillo, directores del monasterio.
Nicolás Bustos Norton, que estudiaba para monje, acusa a Roque y Portillo de haberlo violado entre 2009 y 2015, cuando era un adolescente. La Iglesia mendocina, en su momento, resolvió "amonestar paternalmente al presbítero Oscar Portillo exhortándolo a cuidar con prudencia sobrenatural y una conducta consecuente su vocación sacerdotal y monástica", dice Bustos. Por el hecho, que se conoció en enero de 2019, hay una causa en la justicia penal, que los mantiene libres, aunque procesados por abuso sexual agravado.
El pasado 1 de junio, Bustos Norton pidió al Vaticano que investigara el encubrimiento de Colombo, Mazzitelli, Braida y otros. Es la primera denuncia que se tramitará con el nuevo Código Canónico, reformado por Bergoglio. Ahora tuvo que ir más arriba porque el Episcopado cerró filas con los abusadores y desestimó "de manera rotunda cualquier actitud de encubrimiento".
Colombo, uno de los denunciados, “no se excusó de firmar el comunicado" en respaldo a sí mismo.
Bustos Norton presentó su denuncia el mismo día que el Vaticano anunció las reformas en el Código de Derecho Canónico. La más relevante, una nueva definición de abuso sexual, que admite que los adultos, y no solo los niños, pueden ser víctimas de sacerdotes y laicos en posiciones de poder.
Los cambios se explican por la violencia sexual contra alumnos de seminarios -todos mayores de edad—, “base de los últimos grandes escándalos de la Iglesia, como el caso del cardenal estadounidense Theodore McCarrik, obligado a dimitir del estado clerical tras constatarse el sistema de abusos repetidos que puso en práctica en los años ochenta con seminaristas” (El País, 1/7).
Francisco, artífice de esta reforma presentada como solución para las violaciones del clero, está hundido hasta las verijas en los encubrimientos. El caso del Instituto Próvolo en Mendoza, por ejemplo. Pero su complicidad no reconoce fronteras: después de que retiró de circulación a McCarrick, el arzobispo y ex nuncio en Washington Carlo María Viganó acusó al Papa de haber encubierto durante años los abusos de McCarrick, y le pidió su renuncia. “Debe reconocer sus errores y, de acuerdo con el principio proclamado de tolerancia cero, el papa Francisco debe ser el primero en dar ejemplo a los cardenales y obispos que cubrieron hasta los abusos de McCarrick y renunciar junto a ellos”, exigió, relamiéndose, el ultraconservador Viganó (BBC, 27/8/18).
El texto de Viganó mostró “la laxitud con la que trataron los tres últimos papas una cuestión convertida en secreto a voces”. Y obligó a Francisco a convocar a una cumbre en 2019 para aplacar los cuestionamientos, que preparó estas reformas (ídem).
La aplaudida Reforma es hojarasca. Aunque la Iglesia polaca admitió en 2019 “que 382 clérigos abusaron sexualmente de un total de 624 víctimas entre 1990 y 2018” (Religión Digital, 8-6), la semana pasada, con la Reforma ya aprobada, el Vaticano absolvió de cualquier responsabilidad al jefe del clero polaco, el cardenal Stanislaw Gadecki.
Si la extendida práctica de violar a sus pupilos, alumnos, seminaristas y fieles ha generado un descrédito irreversible en la Iglesia Católica, la segregación a los homosexuales la tiene al borde de la fractura.
En marzo, la Congregación para la Doctrina de la Fe -la vieja Inquisición rebautizada- repudió las bendiciones a parejas homosexuales que suelen impartir sacerdotes europeos. La carta tuvo "el beneplácito" del papa Francisco.
Muchos católicos reaccionaron con indignación. El obispo de Amberes, Bélgica, Johan Bonny, informó que, tras la negativa de Roma, miles de personas de su distrito querían abandonar la Iglesia, en su mayoría jóvenes. En Alemania asociaciones de laicos, sacerdotes, teólogos y varios obispos convocaron una campaña nacional para el 10 de mayo bajo el lema #Liebegewinnt, el amor gana”. En cientos de parroquias, los curas bendijeron a miles de parejas del mismo sexo.
“No es solo el escándalo de los abusos sexuales. Los creyentes huyen de la Iglesia Católica en masa. La Iglesia está en llamas y las parroquias están vacías. No son solo los jóvenes. Muchos de los que ahora dan la espalda a la Iglesia tienen más de 60 años, a menudo incluso 70”, opina un “vaticanólogo” de la Deutsche Welle (25/2).
La idea de que la Iglesia puede privarse de violencias y abusos -sexuales o del orden que sea- es insostenible. ¿Cómo no va a estar plagada de abusadores una institución supersticiosa, anticientífica, jerárquica y despótica? Una religión que impulsó el asesinato de los infieles, reformistas, herejes, de todos a los que no lograba someter y convertir. Que discutió varios siglos si las mujeres, los negros y los indios tenían alma. Que mandó a la hoguera a las rebeldes imputándoles brujería. O, más cerca, pidió a Rosas el fusilamiento de Camila O Gorman, embarazada, por haber osado huir con un cura. La que bendijo desde las fosas comunes de Franco hasta los aviones que echaron al mar a los desaparecidos. La que no vacila en condenar a muerte a las más pobres bloqueando la legalidad del aborto en América latina y África. La que predica el odio a la disidencia sexual. La que defiende la obediencia ciega y la resignación.
La Iglesia es la más brutal legitimadora ideológica de la violencia del más fuerte. El "infierno" es un campo de torturas eterno donde dios castiga sin apelación a las almas desobedientes. La más vieja de las instituciones de la sociedad de clases, el gran camaleón histórico que supo atravesar dos milenios, sin embargo, se sacude al ritmo de su propia podredumbre, acompañando la crisis del régimen social que la tiene como uno de sus puntales.