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La economía mundial avanza hacia la tormenta perfecta. Por un lado, se presenta un frente inflacionario a nivel global y, por el otro, nubarrones de estancamiento económico. Esto se monta, además, sobre los resabios de la crisis anterior, y en un marco de rebeliones populares en casi todos los continentes, aumento de la presión del endeudamiento sobre las empresas y estados nacionales y la inestabilidad atmosférica derivada de la pandemia. El clima socioeconómico actual no deja ángulo de acción para la gestión de la crisis en el marco de la economía de mercado.
Durante el auge previo a la crisis del 2007/2008 pocos se animaban a augurar un futuro sombrío para el devenir del capitalismo. Existía una creencia extendida en los mecanismos de respuesta y auto sanación del capitalismo aun entre marxistas. Algunos depositando la esperanza en los mercados y otros en los, en apariencia, todopoderosos estados burgueses. El debate en torno al catastrofismo entre nuestro compañero Pablo Rieznik y Claudio Katz en el marco del EDI aún estaba caliente. En ese debate entre Marxistas ninguno desconoce a la crisis, pero mientras Katz exponía la capacidad de los mecanismos de mercado para subsanar las crisis y hasta expresaba cierta admiración al respecto, Rieznik, en cambio, destacaba el carácter creciente de cada crisis y desde la reivindicación del catastrofismo la potencialidad de que en ese marco se imponga, dado un creciente grado de conciencia de las masas, un gobierno de trabajadores, una dictadura del proletariado.
La capacidad atribuida al capitalismo para sortear las diferentes crisis se fundamentaba en un “progreso tecnológico” que nada tenía que ver con alguna faceta productiva de bienes y servicios sino con paquetes financieros que ocultaban la toxicidad de los activos. Una especie de coctel con mucha granadina que nos pone efusivos, pero nos lleva hasta el coma hepático.
Nada de novedoso tenía esta “innovación” sino que se trataba de la sexta causa contrarrestante descripta por Marx para sostener la tasa de ganancia. En ese contexto la proximidad de la crisis que se avecinaba no le era opaca a los Marxistas que no habían abandonado el catastrofismo y testimonio de ello son la infinidad de notas en la vieja Prensa Obrera de Altamira listadas en el libro “No fue un martes negro más”. Allí se empalman las crisis locales con el guiso en cocción que estallaría en la cara de los países centrales que se creían blindados.
Entre los escasos economistas no marxistas que previeron algo inusual se contó un profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini. Al economista turco/estadounidense sus pronósticos le valieron el apodo de “Dr. Doom”.
Hoy Doom nos acompaña a los catastrofistas en sus pronósticos tormentosos. Por supuesto obtiene mayor atención que nosotros. Él sostiene que actualmente se están combinando los componentes de la crisis entanflacionaria de los años ’70 y la crisis de la deuda pos-2007. En consecuencia, prevé una larga depresión.
La estanflación es un impasse económico que se caracteriza por un estancamiento (falta de crecimiento, al menos), con una consecuente pérdida de empleo, e inflación. La expresión data de 1965 cuando el ministro de finanzas británico McLeon dijo “ahora tenemos lo peor de ambos mundos – no sólo inflación por un lado o estancamiento por el otro. Tenemos estanflación”.
En consecuencia, se presenta una caída del PBI con aumento de precios. Una situación que ofrece el peor escenario económico para su corrección con las herramientas de las que dispone la economía (como la entienda tanto la ortodoxia como la heterodoxia estrecha). Políticas monetarias y fiscales expansivas propias del keynesianismo para impulsar la demanda empeoran la inflación y las políticas monetarias de ajuste ortodoxo para frenar el aumento de precios profundizan la recesión. La distorsión económica es tan profunda que coloca a los gestores de las economías entre la espada y la pared.
En un principio el leve aumento de precios sirvió, como describió Michael Roberts, para profundizar el ajuste sobre los trabajadores que, a través de la baja de salarios, le permitió a EEUU “salir” de la crisis del 2007/2008 a EEUU. A la vez que licua el endeudamiento público y privado (sobre todo, en lo inmediato, sus intereses).
En abril de este año Roubini atribuía esta situación a “las guerras comerciales y el envejecimiento de la población” a eso se suma “el auge de las materias primas”, las “políticas populistas” y el potencial paso a la economía real de los estímulos dados durante la pandemia. “La oferta no puede seguir a la demanda” sostuvo desde el portal Project Syndicate.
En cuanto al segundo componente central de la tormenta perfecta se presenta el nivel de endeudamiento público y privado (sobre todo empresarial) es el mayor de las últimas décadas alcanzando, según el Instituto Internacional de Finanzas, el 355% (aproximadamente 105% pública, 165% sector privado no financiero -empresas y hogares- y 85% sector financiero) del PBI mundial (en 2020), con grandes aumentos en los países europeos sobre todo España, Reino Unido, Francia y Grecia.
La estructura de esta deuda presenta un apalancamiento más profundo en Europa, lo que agrava su situación y una incidencia menor en los países llamados emergentes que tuvieron políticas públicas acotadas durante la pandemia. Igualmente, tanto la aparentemente pujante China (que parece destinada a desplazar a EEUU de la cima), Corea del Sur, Sudáfrica, EAU, Turquía, Rusia y Perú presentan situaciones dignas de atención por la deuda pública y los dos últimos por la empresarial. La situación es ocultada en forma frecuente por maniobras contables toleradas y fomentadas por el estado que evitan el quebranto de las empresas. Dado que los ratios de endeudamiento son en la actualidad mucho mayores que en los ’70 la licuación de esa deuda requerirán de niveles de inflación internacional que la población no está en condiciones de asumir. Entramándose así ambas formas de tempestades.
En el análisis del turco de nacimiento no parece haber lugar para soluciones de corte keynesiano ya que la deficiencia no sería por el lado de la demanda, sino por el lado de la oferta. Con las plazas monetarias endeudadas se requieren estímulos al ahorro. Ese estímulo no puede ser otro que la tasa de interés lo que agravaría el problema mencionado del endeudamiento y encarecería las inversiones. A entender de Roubini el destino serán inmuebles, acciones y criptomonedas que verán alterados sus precios relativos constituyéndose en verdaderas burbujas. Tarde o temprano se llegará a una pérdida de confianza (momento Minsky) que provocarán la reacción restrictiva de las autoridades monetarias precipitando el colapso. En un marco en que la principal función de los bancos centrales ha sido en los últimos años “mantener a flote cantidades ingentes de deuda”.
Al subir la tasa de interés para detener la inflación esto podría llevar como en los ‘80s a una depresión y una crisis de endeudamiento. Por lo que las situaciones insurreccionales que vienen recorriendo el mundo en todos los continentes se verán profundizadas por la agudización de la carestía y el deterioro de las condiciones materiales de vida de los trabajadores que aceleraran su estado de conciencia como clase.