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Con independencia del carácter reaccionario del movimiento Talibán, la expulsión de EE. UU. de Afganistán representa un hundimiento político incontestable del imperialismo mundial. No alcanzaron ni el billón de dólares aplicados a la formación de un ejército cipayo de trescientos mil hombres con armamento moderno ni la ocupación del país por cien mil soldados de Estados Unidos y la OTAN durante veinte años, para evitar una huida que la prensa mundial no duda en calificar como un segundo Vietnam.
Hace dos décadas, cuando el imperialismo yanqui invadió Afganistán, había contado con la complicidad de Rusia e Irán, que abrieron sus espacios aéreos a la operación estadounidense. La actual caída de Kabul ocurrió luego de sólo tres días de ofensiva, sin resistencia alguna y con la huida despavorida de su gobierno – exactamente lo que Biden aseguró que no volvería a suceder hace sólo un mes atrás.
Como es bien conocido por todo el mundo, el movimiento Talibán es una creación norteamericana para combatir la ocupación del país por la URSS, bajo el gobierno de Brezhnev. Para ello contó con la colaboración de los servicios secretos de Pakistán y con las filiales fundamentalistas radicadas allí. Luego de seis años de gobierno, los talibanes y sus patrocinadores se volvieron contra Estados Unidos. Se forjó una alianza fundamentalmente inestable, porque la India, el aliado más importante de Estados Unidos, se encuentra en un conflicto histórico con Pakistán, que, junto al actual Bangladesh, fue parte integral de la India nacida de la expulsión del imperio británico.
Asia Central, el corredor entre el Lejano y el Cercano Oriente, ha sido un campo de disputa internacional por el control del flujo comercial, en especial el petróleo, entre uno y otro. El argentino Bulgheroni, había ganado una concesión para construir un oleoducto que uniera los dos extremos de Asia.
La invasión de Afganistán tuvo lugar en un cuadro internacional determinado, esencialmente, por la disolución de la Unión Soviética, o sea la separación de sus repúblicas asiáticas y musulmanas. En el período 1995-2001, la misma Federación Rusa se encontraba al borde de su propia disolución. Con la invasión de Afganistán comenzó la llamada “guerra global contra el terror”, que informó de ahí en más la política norteamericana.
Dos años más tarde se produjo la invasión a Irak. El gobierno de Bush padre instaló en las principales capitales europeas centros clandestinos de detención y tortura, además del de Guantánamo, en Cuba. Fue cuando EE. UU. estableció la abolición del debido proceso en el trato a los detenidos, que obtuvo el respaldo de la Corte Suprema.
En suma, la ocupación militar de Afganistán ocurrió en un período de ofensiva imperial. La huida en helicópteros de este fin de semana ocurre en un período de retroceso.
Aunque esto ya lo había advertido Obama, quien hizo una gira por Medio Oriente para tratar de enmendar el fracaso, el reconocimiento pleno de este recule quedó a cargo de Trump. El republicano se replegó en una suerte de aislamiento político internacional con el propósito de atacar la crisis interna de EE.UU. Su objetivo, desde esa posición, era establecer un gobierno de fuerza y reconstruir las deterioradas bases internacionales. La caída de Kabul cobra su trascendencia en este marco político.
La recuperación del poder político por parte de los Talibanes enfrenta otro cuadro internacional. No puede representar un retorno a sus métodos y objetivos políticos del pasado. En primer lugar, por la emergencia de China, que ha incorporado a Pakistán en su red económica conocida como “la ruta de la seda”, y que tiene en carpeta inversiones de gran escala en Afganistán.
El avance de China y el desalojo de los yanquis de Afganistán alteran aún más la crisis con la India. Varios funcionarios de la Inteligencia norteamericana temen que los macizos montañosos Hindu Kush se conviertan en plataforma de operaciones contra la India. Antes que esto pueda ocurrir, si es que ocurren alguna vez, la crisis política en Pakistán cobrará nuevos picos nada pacíficos.
El gobierno de Pakistán está dividido en cuanto a todos los asuntos políticos y en especial al conflicto con India por la fronteriza Cachemira. La fuga de Afganistán no representa un alivio al impasse de EE. UU. en Asia Central sino todo lo contrario, en una agudización de la crisis, porque además está terciando China, que ha sido declarado, de nuevo, “enemigo estratégico”, por parte del gobierno de Biden.
Según informa la prensa internacional, la dirección política de los Talibanes tiene una conciencia excepcional de todas las circunstancias internacionales que rodean su retorno a Kabul. Ya se habla de una derecha, un centro y una izquierda dentro del movimiento talibán.
Esta derrota enorme de EE. UU. es una consecuencia última de las revoluciones árabes de 2011/2, algo que también sucede con las rebeliones árabes al interior del estado sionista, tal como se vio en la última guerra con Gaza.
En las últimas semanas se ha asistido a nuevas rebeliones populares en Túnez. Ni que decir de la disolución del Líbano, luego del default de su deuda externa y la explosión en el puerto de Beirut.
La “guerra global contra el terror” ha tenido un final inglorioso, luego de haber plagado al mundo de crímenes. En los próximos días, Biden usará la cadena nacional para ‘explicar’ la fuga de Kabul al pueblo norteamericano.
La ‘salida’ de Afganistán tendrá un impacto enorme en la crisis norteamericana. Es que tiene lugar luego del peor manejo de la pandemia en el mundo entero, por un lado, y el asalto al Capitolio, por el otro. La crisis en la CIA y en el Pentágono es tremenda. Los altos mandos del espionaje y de la guerra se encuentran peor que lo que estuvieron sus antecesores luego del fracaso de la invasión a Cuba en 1962. La situación de Biden y su gabinete, en especial el área de Defensa, se ha debilitado en forma considerable.
Nos debemos un estudio más profundo del alcance de la crisis mundial capitalista de lo que hemos hecho hasta ahora. El mundo ha ingresado en una etapa de virajes violentos – no solamente por las rebeliones populares.