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Las elecciones son un reflejo deformado de la realidad política. Analizar las elecciones implica no caer en el impresionismo, ni en análisis y conjeturas apresuradas. En primer lugar, hay que decir que votó el 67% del padrón, 10 puntos por debajo de este tipo de elecciones. En segundo lugar, se puede decir que aproximadamente el 95% de los votos a nivel nacional corresponde a fuerzas políticas que van a terminar votando en el Congreso el acuerdo con el FMI, y una reforma laboral y previsional. Los mercados festejaron el resultado electoral, con la suba de las acciones argentinas en la bolsa de Nueva York. Se alegran de la cachetada que recibió el gobierno de Alberto Fernández. Asistimos a un escenario de fragmentación política en todos los bloques políticos.
El Frente de Todos, que en términos generales fue “unido” a las PASO, sacó el 31% de los votos a nivel nacional y, de mantenerse este resultado, perdería la mayoría del Senado y muchas bancas en Diputados. Fue derrotado en los cinco principales distritos electorales del país: además de CABA y provincia de Buenos Aires, sacó 25% en Mendoza, 10% en Córdoba y 29% de los votos en Santa Fe. Los intendentes, que ya avanzaron en el Gabinete (Zabaleta, de Hurlingham, y Ferraresi, de Avellaneda), apenas sostuvieron sus distritos. Lo mismo Espinoza en La Matanza.
El mercado vio de manera positiva el resultado electoral, entendido como una presión mayor hacia la apertura y al acuerdo con el FMI. Todo deberá pasar por la mesa de negociación con el FMI, el síndico de la crisis de Argentina.
Los medios registraron esta elección como parte de un “voto bronca”. Igualmente lo hizo un sector de la izquierda. Supone que el electorado les pertenece y que, cambios mediantes, volverá al redil. Lo mismo vale para el “voto castigo”. Durante la pandemia, el gobierno aplicó las políticas de reducción fiscal del FMI, eliminó ayudas y facilitó despidos y suspensiones. No solamente florecieron los escándalos como el vacunatorio vip y las festicholas, sino que el gobierno forzó la apertura de las clases y de la economía. La paradoja del “voto castigo” es que premió a aquellos que hace menos de dos años castigó. La sucesión de ‘votos-castigo’ pone de manifiesto un régimen político en impasse. Esta vez no hubo ausencias de internas, sino que las hubo para todos los gustos.
La elección del FdT se basó en la vuelta a la ‘normalidad’, con niveles de vida materiales cada vez más bajos. Fue repudiado.
A su vez, para muchos ha habido una “victoria de la derecha”. Claro que depende de lo que dure, y, en todo caso, de una derecha mucho más fragmentada. En 2015 se celebró la adquisición de la UCR por Macri. Ahora el precio ha sido más alto. La ‘oposición’ no mencionó hasta último momento que iban a ser los que impulsarán el acuerdo con el FMI y la reforma laboral y previsional, aunque todo el mundo lo supone. Lógicamente, un sector importante de la clase obrera los apoyó como en 2015, con la expectativa de que reactive la economía con financiación extranjera o retorno de dinero argentino. El espacio de Juntos fue modelado por el ala moderada de Larreta, siempre más negociador con el gobierno, que dejó a Macri en un lugar secundario. El triunfante Larreta consiguió imponer el recambio que un sector del PRO reclamó en 2018: la no reelección de Macri. Puso a Santilli en Provincia de Buenos Aires como si fuera una extensión matancera del metrobus. El radicalismo formó rancho aparte y Manes (con el 40% en la interna) ahora festeja con Larreta: el mismo que se robaba, dijo, dinero público para hacer campaña. Mario Negri, con el apoyo de Mauricio Macri, cayó derrotado ante Luis Juez, antiguo socio del MST y factótum de la patronal industrial y agraria cordobesa.
La emergencia de Milei en CABA lo pone a la altura de históricas elecciones de la UCEDE en la ciudad. Espert en PBA hizo una elección más reducida. Ahora formarán parte de la misma “casta política” que va a aprobar el acuerdo con el FMI. Se trata de una expresión deformada de fenómenos que han sido derrotados en el mundo por rebeliones populares.
El FITU salió a festejar una “elección histórica”. En la provincia de Buenos Aires obtuvo el 5,21 % de los votos, el 6,23 % en la Ciudad de Buenos Aires y el 23,37 % en Jujuy. Hay un ascenso en relación a las PASO de 2013 y 2017, pero que no logra capitalizar de manera consistente la crisis de régimen. Recordemos que ha dado quórum para aprobar el presupuesto y la privatización de tierras de Capitanich; votó leyes al FMI (Ley de emergencia alimentaria, reforma jubilatoria de la Justicia), negociados inmobiliarios, la ley sionista, y apoyó la “presencialidad con condiciones”. Solano, que siguió la recomendación de su amigo Santoro para votar el negociado inmobiliario de Lammens-Tinelli en Boedo, twiteó que el FITU es la “tercera fuerza a nivel nacional”.
Por este resultado de la izquierda, el PTS plantea que no hay una “derechización” sino una “polarización”. El otro polo del FITU serían los libertarios. Sería una polarización ‘ideológica’ entre los márgenes (https://www.laizquierdadiario.com/Con-mas-de-un-millon-de-votos-el-FIT-U-es-tercera-fuerza-nacional). El FITU plantea “transformar la desesperación en lucha”, aunque nunca buscó el voto de los desesperados, salvo que allí revista el constitucionalista Gargarella.
Desde Política Obrera hicimos una campaña que se centró en una “crisis histórica” de empobrecimiento, que irá adquiriendo un carácter revolucionario, e hicimos eje en un programa de transición para las masas. No en slóganes publicitarios ni en la oposición entre el trotskismo liberal y el liberalismo propiamente dicho. Advertimos a la población el fraude político de un acuerdo con el FMI votado por el Congreso, que fue lo que Del Caño planteó como necesidad ‘democrática’ en 2018. La lucha por la independencia política de los trabajadores sigue vigente, pero se resolverá de manera revolucionaria, no democratizante.