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Los cientólogos políticos no dejan pasar ocasión para recordarle a todo el mundo que el derecho a la no injerencia en los asuntos internos de otros países ha sido abolido. Una pena para la tradición diplomática de Argentina -en 1902, el canciller conservador Luis María Drago, sentó la doctrina que condenó el intento de Gran Bretaña de cobrar por medio de un bloqueo naval la deuda de Venezuela; en 1935, otro canciller conservador, Carlos Saavedra Lamas, consiguió la adhesión de una treintena de países para la doctrina que condenaba las guerras de agresión por conflictos territoriales, pero que tenía el propósito de frenar la intervención de Estados Unidos en la Guerra del Chaco, para que Esso se pudiera apropiar de las tierras en disputa con la Shell, que era apoyada por Argentina y Paraguay.
Como sea, la doctrina de que la defensa de los derechos humanos no tienen frontera ha sido usada en las últimas décadas para declarar el fin del derecho de no injerencia. De este modo, es suficiente presentar en la ONU evidencias de que los derechos humanos no se respetan en tal o cual lugar, para justificar una intervención armada que, por regla general, tienen el propósito de arrebatar las riquezas de naciones ajenas. Es lo que ha venido ocurriendo en Medio Oriente, sin provocar inquietud alguna en el estado sionista, que se caracteriza por violaciones en masa de derechos humanos. No se ha escuchado ninguna protesta, ni se ha presentado ninguna resolución en la ONU, para condenar la violación a los derechos humanos, por ejemplo por parte de Trump, por la policía de Estados Unidos e incluso por el Poder Judicial, como ocurrió hace una semana en Kenshosa, donde fue absuelto del asesinato de dos manifestantes un supremacista blanco.
Pues bien, los derechohumanistas se han bajado del caballo para atacar a Rafael Bielsa, embajador de Argentina en Santiago, primero por defender al pueblo mapuche, “mil veces masacrado”, y por atacar, ahora, a José Antonio Kast, un nazi con ficha completa, el candidato que ganó la posibilidad de participar en el balotaje presidencial en Chile, el próximo 19 de diciembre. ¿Qué le reprochan a Bielsa? ¡Injerencia en los asuntos internos de Chile! Alberto Fernández, por un lado, y Gabriel Boric, el ‘challenger’ de la izquierda de Chile, por el otro, no dudaron en sumarse, sin exageraciones, al coro no injerencista. Aníbal Fernández, de su lado, se reunió con su contraparte trasandina, para coordinar la continua violación de los derechos mapuches. El crimen de Bielsa fue aplicar la doctrina derechohumanista, o sea el garantismo que esgrimen los cientólogos políticos, contra el peligro internacional que representa el nazi, para lo cual desconoció el principio de no injerencia. Boric, impetuoso en sus 35 años de edad, señaló que las diferencias con Kast deben saldarse por medio de “la conversación”, convirtiéndose en un peligro tan grande como Kast, aunque de otra naturaleza. Hagamos votos para que Boric se radicalice cuando se convierta en ‘adulto mayor’.
Lamentablemente, en una sociedad regida por la explotación, la deshumanización y la barbarie, los derechos humanos de unos ‘terminan donde empiezan los derechos humanos de otros’, como les gusta decir a los chetos. El derecho humano a la libertad contra cualquier forma de explotación, se cancela ante el derecho humano a la propiedad privada, consagrada como derecho fundamental. Esta realidad cotidiana – el derecho a la comida de la mayoría termina donde prevalece el derecho al banquete de la minoría -, se vio durante la pandemia, que dejó, según The Economist, 19 millones (no 5) de fallecidos.
¿Se puede jugar a la conversación con el fascismo, nada menos que en el país de Pinochet? Es lo que creía Salvador Allende, quien lo había designado ministro de Guerra poco antes del golpe militar.