"Red Rocket" de Sean Baker: un viaje a los márgenes del sueño americano

Escribe Matias Melta

Tiempo de lectura: 4 minutos

Se estrenó “Red Rocket”, nueva comedia dramática dirigida, coescrita y editada por Sean Baker que nos lleva, una vez más, hacia los lados ocultos que el relato oficial del sueño americano no quiere mostrar. En este caso el del misógino mundo de la industria pornográfica y el de un Texas que sobrevive al borde de la marginalidad.

El ojo sensible e incisivo de Sean Baker

Sean Baker saltó a la fama en 2005 por su original película “Tangerine” -filmada solamente con teléfonos IPhone 5s- en la que muestra el derrotero de una joven prostituta trans por calles sucias y peligrosas aledañas a Hollywood que, tras salir de la cárcel, busca a su novio para vengarse porque la engañó. Su siguiente film, “The Florida Project”, en el que a través de los inocentes ojos de una pícara niña de 7 años vemos la dura realidad de familias de clase baja que viven hacinadas en moteles que bordean Disney World en Florida, es una poesía visual mayúscula plena de hermosos colores y fuertemente conmovedora. Con “Red Rocket”, Baker se confirma como uno de los directores de EE UU más imaginativos e importantes de este siglo en lo mejor de la tradición del cine independiente yanqui en retratar la vida de quienes viven bien al costado del camino que el gran país del norte promete de forma falaz.

Mikey el “porno star”, la comedia y la cruda realidad

“Red Rocket” comienza como una comedia presentándonos al protagonista, Mikey -con un Simon Rex que fulgura durante toda el film-, de casi 40 años, que tras 17 años de estadía en Los Ángeles vuelve sorpresivamente a Texas, su ciudad natal, molido a trompadas y sin un dólar. Es canchero, fanfarrón, descarado y tiene una verborragia a prueba de balas, la que usa para contar altaneramente sobre su “enorme” carrera durante todo ese tiempo como actor de películas pornograficas en Hollywood. Lexie, su esposa a la que abandonó al irse de Texas y la madre de ésta lo reciben en su humilde casa, tras la insistencia de Mickey -que a estas alturas ya lo sabemos insoportable. Como no consigue trabajo formal por haber sido actor porno, va a buscar a una señora afroamericana llamada Leondria, jefa en la distribución de marihuana en la zona, y comienza a traficar esa droga para subsistir. En un comercio de venta de donas conoce a quien atiende allí, una chica de apodo Strawberry, de 17 años y queda embelesado y -digamos- enamorado por su belleza y desparpajo. Empieza con ella una relación paralela a la que recomenzó con su esposa.

Hasta ahí tenemos lo que sería el argumento. Pero Baker se las arregla para contarnos diversos universos densos sin caer en lugares comunes o golpes bajos. Y lo que comienza como una comedia sobre un hombre patético se va transformando con el relato intenso y frenético de Mikey, en una descripción del submundo de la industria hollywoodense de la pornografía. Si bien él tiene naturalizadas las formas de la misma, de su boca sabremos con lujo de detalles que en el mismo priman la prostitución de mujeres regenteada por los capos del negocio, que las venden como si fueran simples pedazos de carne, lo que va dejando al descubierto -junto a otros elementos- una misoginia y una cosificacion que son parte sustancial de la industria. Baker nos enseña de manera magistral el interior de la pornografía, que mercantiliza al ser humano -en especial a las mujeres- sin la necesidad de mostrarnos escenas de sexo explícito.

También ahí está Texas, con Mikey recorriéndola con su bicicleta durante toda la película, en el periodo previo a las elecciones que dieron como resultado a Trump presidente. Los personajes marginales que van apareciendo son lo que en gran medida lo votaron para que eso suceda. Hay en esos personajes, que viven por fuera de los “cánones” del sistema -prostituyendose o vendiendo drogas- una serie de códigos con los que se protegen unos a otros, porque si no ¿quién los va a proteger? La policía o el gobierno seguro que no. Códigos con los que Mikey se enfrenta duramente al ser un ventajista que, o no los comparte o nunca los tuvo o los perdió al irse de su ciudad. Encontramos otro mérito en “Red Rocket”, que solo se encuentra en los filmes trascendentales, que es la universalización, porque Texas -con sus calles, sus fábricas, sus sobrevivientes, sus casas humildes, sus códigos barriales- podría ser cualquier ciudad del mundo capitalista al pie del abismo.

Pero si buscamos condescendencia o romantización de la marginalidad o la pobreza -como sucede equivocadamente en muchas obras que tocan estos tópicos- en esta película no las encontraremos. Baker está más allá de estos recursos y entonces pone al espectador en un aprieto, porque es éste quien tiene que juzgar o no, empatizar o no, querer u odiar a Mikey y al resto de los personajes. También, a medida que avanza el relato, que se haga preguntas, cómo: ¿Mikey siente realmente amor por Strawberry o solo quiere aprovecharse de ella y sacar ventaja? ¿Hay algo de humanidad sincera y solidaridad en él o es todo superficialidad y narcisismo extremos? Baker rompe con las normas estandarizadas de Hollywood que pretenden guiar continuamente los sentimientos y el raciocinio de quien ve una película, consiguiendo así otro excelso acierto artístico.

Y el final del film, luego de que el mismo no nos dio un respiro, deja abierta la puerta al triunfo, la derrota, la fantasía o la cruda realidad de Mikey. Y el espectador tendrá que elegir, una vez más, frente a la excelencia de esta obra distinta, poderosa e independiente.

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