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El Partido Obrero (oficial) concluyó su congreso de un modo peculiar: editó, no uno, sino dos textos políticos para su difusión, un ´manifiesto´ nacional y el otro, un ´llamamiento´, en este caso ´internacional´.
La redacción de dos materiales en lugar de uno -integrador, internacionalista- podría interpretarse como una tentativa de destacar la cuestión de la guerra imperialista mundial, pero es al revés: el texto ´internacional´ acerca de la guerra es para que el manifiesto dirigido a los trabajadores de Argentina la excluya. Con este desdoblamiento, el escenario histórico excepcional de la guerra no preside la orientación política de los obreros de nuestro país. Igualmente “localista” fue el “informe político” que antecedió a este congreso. El único párrafo que el manifiesto nacional le dedica a la guerra denuncia la carestía alimentaria… en Argentina (“acá pagamos el pan al precio de la guerra en Ucrania, que no tiene nada que ver con el costo de su elaboración”). La “expropiación de las cerealeras” está colocada en el llamamiento internacional.
La verba suelta del ´manifiesto´ facilita la confusión entre las reivindicaciones. Así, el manifiesto plantea que, “aunque le concedieron todo al capital financiero con el famoso canje de deuda en dólares de Guzmán, el riesgo país argentino vuela y no tenemos (sic, o sea los trabajadores y el PO oficial incluido) crédito internacional”.
La “pluralidad” en el reclamo de crédito internacional asocia a los trabajadores a un reclamo que es de la gran burguesía. Es la posición histórica del macrismo, que ha representado, precisamente, a los fondos internacionales. Es también lo que ha salido a reclamar Cristina Kirchner -que los importadores se financien en el exterior, en lugar de hacerlo con las reservas del Banco Central-. También revela una incomprensión de lo que ocurre, pues es el Banco Central de Argentina quien, al ceder divisas a los importadores, financia a los capitalistas con crédito internacional propio, mientras los bancos locales hacen lo mismo, con los dólares en su poder, cuando financian la exportación. Argentina asiste, bajo el gobierno ‘nacional y popular’ a un vaciamiento colosal, que terminará en una quiebra fulminante.
El endeudamiento público es un fenómeno internacional extraordinario, que supera en un 500% al PBI mundial. Ese endeudamiento, acompañado por un capitalismo cuyas deudas superan holgadamente el capital, potencia la crisis mundial, debida a la sobreproducción y a la anarquía de la producción. Los textos del PO oficial insisten cada vez más en caracterizar los procesos económicos con categorías burguesas y, en consecuencia, dejan de lado las contradicciones propias del capitalismo, que son la premisa de la revolución social. Por eso mismo su propaganda corriente evita la cuestión de la dictadura del proletariado y del socialismo. En su lugar propugnan desdoblamientos de precios nacionales de los alimentos respecto de los internacionales, o soberanías alimentarias en un país que se autoabastece y exporta alimentos. Si la alimentación es cara en un país excedentario, ello es una cuestión de capitalismo, no de soberanía, y no debe resolverse a expensas de otros pueblos, sino del capitalismo. El internacionalismo socialista no es una reunión de soberanías alimentarias nacionales, o cualquier otra para el caso, sino de una organización internacional de la producción y distribución de alimentos, no reñidas con la salud humana, en una asociación libre y socialista de naciones.
A todo lo anterior, el congreso oficial agrega una novedad: el llamado a “un movimiento popular con banderas socialistas” como estrategia. El congreso de marras se ha ganado el dudoso honor de haber roto con la historia programática del Partido Obrero. Por ahora, insisten en reivindicar y monopolizar su nombre. La revolución proletaria no puede triunfar, indudablemente, sino por medio de un movimiento popular gigantesco. Pero este es un rasgo de todas las revoluciones; lo que distingue a la revolución socialista es que esta vez la dirige el proletariado, una clase explotada, de carácter universal, que se propone abolir toda forma de explotación. El PO oficial comparte con todas las organizaciones del FIT-U la tesis de que la revolución socialista puede ser llevada a término por cualquier clase social que se lo proponga. Se trata de una larga divergencia de nuestro Partido Obrero con el morenismo, de la que el oficialismo partidario ha renegado en otros debates, por ejemplo, acerca de la revolución cubana. Ahora tenemos las consecuencias prácticas en el momento actual.
Casi todos los movimientos populares, o con pretensión a ello, se encubren con apodos socialistas –desde el nasserismo egipcio, a Indonesia y el chavismo, o el “socialismo nacional “del propio Perón-. Es cierto que una formación histórica de la pequeña burguesía expropió en Cuba al capital extranjero y nacional con el respaldo, aunque no el apoyo, de la Unión Soviética. Pero no por eso se convirtió en portavoz de la clase obrera internacional en una lucha mundial por el derrocamiento del capitalismo. En lugar de desarrollar una acción histórica independiente de la clase obrera, puso a las organizaciones de ésta bajo la tutela del Estado en forma inmediata. A partir de esto evolucionó hacia el bonapartismo. La camarilla oficial del PO se ha hecho castrista más de setenta años después de la Revolución. Ahora mismo no manifiesta contra la represión del pueblo en Cuba, por parte de un régimen ajustador que gobierna más que nunca con el Código Penal.
La consigna del gobierno obrero y campesino o del gobierno obrero y popular ha sido para la III y la IV internacional una expresión popular de la dictadura del proletariado. El manifiesto no reivindica ni una ni la otra –ni la dictadura de la clase obrera ni el gobierno de los trabajadores. Hablar de “movimiento popular” sin referirse a ese lugar histórico de la clase obrera es reducir el proceso de la historia a una manipulación de ideologías, cuando ese proceso no es sino la lucha de clases misma. El PTS se ha trenzado, en relación a este asunto, en una disputa semántica con el aparato, advirtiéndole que si por popular se refiere a los desocupados, estos son parte de la clase obrera. Pero el aparato no se refiere a los desocupados sino a sus dirigentes, al igual que lo hace con el movimiento sindical cuando se reúne con Pablo Moyano y Plaini. El “movimiento popular” es una coalición con la pequeña burguesía cayetana estatizante de “la economía popular”, y la burocracia de los sindicatos una agencia de empresarios y el Estado en una organización obrera. La alianza política con Grabois (recientemente atraído hacia Grobocopatel) y Moyano no es un frente obrero, sino un frente popular, o sea, un frente de subordinación política de la clase obrera. Los Frentes Populares raramente son una alianza directa con la burguesía, sino, como lo advirtiera Trotsky, una alianza con su “sombra”, es decir, con sus lugartenientes. Cuando fundamos el “Polo Obrero” con este nombre (antes “Polo Clasista”), apuntamos a intervenir en el movimiento piquetero con una política de clase, para combatir la cooptación política de los desocupados por medio de “organizaciones sociales”. Solano, en un reportaje publicado en Prensa Obrera, le adjudica a Lenin una política “popular”, al haber “adoptado el programa social revolucionario” en relación a los campesinos. Lo que para Lenin fue una concesión política, duramente criticada por Rosa Luxemburgo, para obtener una coalición que duraría apenas un año, para Solano es nada menos que una conquista histórica. Solano, en su incongruencia, pone a la propiedad parcelaria del campesino por encima de la colectiva, ‘corrigiendo’ al propio Marx, quien habría entrevisto la posibilidad de pasar de la comuna medieval rusa al socialismo, sin atravesar los “horrores” de la formación del capitalismo. Es que, para el grupo dirigente del PO oficial, un slogan de auditorio de televisión vale más que el programa. Por eso mandan al diablo la ´revolución permanente´, que ni siquiera mencionan, que tiene por eje la dirección obrera de la revolución y la dictadura de la clase obrera, o sea, de la clase obrera en el poder emprendiendo tareas democráticas inconclusas.
Llegado a este punto, es claro que el Congreso del PO (O) ha consagrado una deriva política liquidacionista. Nadie quiebra un partido como el Partido Obrero sin descontar ese objetivo.