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La posibilidad de la realización de la huelga general ferroviaria aún no se cerró.
Hace un mes, los principales sindicatos ferroviarios de EE. UU. -y también los menores- tenían el mandato abrumador de sus afiliados para comenzar una huelga nacional. En los más grandes el voto a favor llegó al 99%, es decir, 100 mil trabajadores. La huelga hubiera significado un parate enorme al transporte de carga de materias primas y de gas natural y un mayor aumento de precios de estas industrias, aún más que las que vienen realizando debido a la guerra imperialista, comandada por EE. UU. Hubiera significado, también, un golpe gigante a la ya bajísima imagen positiva del presidente Biden, en el marco de las inminentes elecciones legislativas del 8 de noviembre. Con este cuadro el ejecutivo, en alianza con la burocracia sindical cooptada, puso todos sus recursos y esfuerzos en frenar la medida de fuerza. Así presentó, falazmente, un nuevo acuerdo entre las patronales y los sindicatos como una gran victoria para todos los sectores, en especial de los trabajadores. Sin embargo, lo que ganó Biden fue tiempo, o sea, que la posibilidad de la realización de la huelga se dilatara hasta después de las elecciones.
Mientras las direcciones burocráticas de los dos principales sindicatos ferroviarios -SMART-TD y BLET, ingenieros- intentan enterrar la medida de fuerza a toda costa, hace dos semanas los afiliados del tercer sindicato más grande del país -BMWED- votaron 56% en contra del tentativo nuevo contrato colectivo de trabajo. Esta semana los señaleros, agrupados en el gremio BRS, votaron 61% en contra -la participación de afiliados más grande de la historia de este sindicato. Además, organizaciones nacionales de base -como la RWU o la RWRFC- formados por trabajadores de distintos gremios están llevando a cabo actividades en todo el país por la realización del paro.
El gran descontento de las bases se debe a la más cínica flexibilización laboral: los ferroviarios están sometidos a un régimen establecido por la Ley Federal de Trabajo Ferroviario que, a diferencia que el de la mayoría de los trabajadores bajo contrato, no contempla horas extra. Cada 24 horas trabajadas, tienen 10 horas de descanso, pero esto no se cumple: la súper explotación, la falta de personal y el desfinanciamiento sistemático hacen que, por ejemplo, los trayectos que cubren los trenes de carga les tomen cada vez más tiempo. Esto crea una situación de "guardia permanente" -incluso en los días que deberían ser de franco- en la que tienen que estar listos para volver al trabajo, sin descanso, sin poder ir a turnos médicos, reuniones familiares o vivir con normalidad. Este es el nudo del conflicto: el acuerdo colectivo tentativo no cambia ni levemente esta realidad.
El 31 de octubre los trabajadores de los dos principales sindicatos votarán a favor o en contra del acuerdo, o sea, de la huelga. La Ley Federal de Trabajo Ferroviario también establece que el Congreso puede frenar cualquier tipo de huelga ferroviaria. Esta posibilidad está abierta.