Qué hay detrás de la masacre de 500 soldados rusos

Escribe Jorge Altamira

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Entre las noticias internacionales de principios de año, la más resonante ha sido el ataque a una instalación de tropas rusas en la ciudad Makiivka. De acuerdo al estado mayor del ejército de Ucrania, que no ha reivindicado el bombardeo, la acción ha dejado quinientos soldados muertos. El generalato ruso baja la cifra a menos de setenta. En cualquier caso ha sido un golpe enorme al alto mando y al gobierno de Rusia. Esto ocurre en el marco de continuos ataques con misiles contra la infraestructura de Ucrania por parte de Rusia. Ucrania y la OTAN afirman haber neutralizado esos ataques por medio del derribo de más del 90 % de los drones lanzadores.

La masacre de Makiivka, en Donetsk, la zona ocupada por Rusia en la región del Donbass, ha reabierto una crisis política y renovado las críticas a la incapacidad del generalato ruso. El señalamiento más insistente es haber concentrado un alto número de conscriptos recién movilizados en un único espacio, en el que se habían acumulado, además, municiones y diversos tipos de armamentos. No hay evidencia, sin embargo, de que las denuncias logren el reemplazo del generalato en el terreno o del estado mayor en Moscú. El generalato ruso asegura que ha venido operando con fuerzas móviles reducidas desde que fue forzada a replegarse en la ciudad de Karkov, en el norte de la región, y en Kherson, al sur.

Lo más importante es, sin embargo, otra cosa. El ataque fue realizado por siete cohetes guiados Himar, seis de los cuales alcanzaron el blanco en rápida secuencia. Ucrania no reivindicó la autoría del ataque, para no poner al descubierto algo esencial: que esos cohetes fueron lanzados por personal norteamericano y de la OTAN y compañías militares privadas que operan dentro y fuera de Ucrania. Admitir esta responsabilidad convertiría a la guerra en un conflicto abierto, o directo, no interpuesto, entre Rusia, de un lado, y Estados Unidos y la UE, del otro. Los militares de Ucrania aún están siendo entrenados dentro de su país y en otros como Polonia, Rumania e incluso Alemania, en el manejo de esos cohetes guiados. La guerra ha desarrollado para muchos una conciencia nacional ucraniana, pero es sólo antirrusa, o sea, subserviente del imperialismo internacional.

En Ucrania se encuentra establecida una “estrategia de desconflictualización’. La OTAN y Rusia se advierten recíprocamente de cualquier acción que pueda ponerlos en una guerra directa. Es lo que viene ocurriendo desde hace más de una década en Siria, entre Rusia y Estados Unidos, por un lado, e Israel, por el otro. Israel avisa a Rusia antes de bombardear milicias iranianas en territorio sirio, para evitar un choque con Rusia. Luego del ascenso de Netanyahu al gobierno, el canciller sionista, Eli Cohen, tiene a su cargo el enlace entre Anthony Blinken, el ministro de exteriores de Estados Unidos, y Serguéi Lavrov, de Rusia. El temor ahora es que Rusia pueda replicar a la masacre de Makiivka atacando las instalaciones norteamericanas en Ucrania o en la frontera.

El ataque a Makiivka, como otros ataques anteriores en territorio ruso, incluso a 200 km de Moscú, es lo que podría provocar que la guerra “escape de control”, como temen algunos. No es lo que ha de ocurrir ahora, como tampoco ocurrió cuando operadores de la OTAN dinamitaron el gasoducto Nordstream I y el puente que une el territorio ruso a la península de Crimea. 36 horas después del ataque, el mencionado Cohen hizo su debut como canciller con una reunión con Lavrov, donde fue tratado el asunto.

La guerra se ha salido de los carriles, de todos modos. En toda la geografía mundial ha iniciado o profundizado otros conflictos geopolíticos, e incluso provocado reversiones de alianzas. Para algunos medios, por ejemplo, el cambio de gobierno en Israel no importa tanto como un giro del centroizquierda hacia la derecha o ultraderecha, sino que importa como un cambio de frente -de la OTAN a Rusia. Es que la guerra ha llevado a una ruptura del acuerdo de contención nuclear de Irán y a la posibilidad de que ello derive en un ataque de parte de Israel. Para contener este escenario derivado de la guerra, Netanyahu ha planteado la necesidad de un acuerdo en Ucrania. Putin sigue siendo la única casamentera que opera en el Cercano Oriente. Para diferentes observadores de la OTAN, la continuidad de la guerra tiene otra consecuencia: debilita la capacidad de Estados Unidos para enfrentar a China. La acentuación de la crisis económica y la carestía en Europa, que ha desatado fuertes movimientos huelguísticos, es otro factor que justifica la necesidad de un acuerdo.

La bandera del fin de la guerra, no hay que engañarse, es blandida para tornarla más destructiva, material y políticamente. El Consejo Editorial del Financial Times aboga por una campaña militar de expulsión del ejército ruso del Donbass. Dice que sólo eso permitiría reunir las condiciones para la reintegración de las zonas ‘prorrusas’ al gobierno facistoide de Ucrania. Biden ha reiterado en forma pública el propósito de imponer un cambio de régimen en Rusia. Lo hizo en ocasión de la visita de Zelensky a Washington, para advertir que no cuenta con el apoyo de Alemania y Francia. En el Pentágono, el jefe del estado mayor conjunto, general Milley, ha señalado que la oportunidad para iniciar negociaciones oficiales a fin de cesar la guerra es ahora, como consecuencia de lo que caracterizó como las victorias de Ucrania en las zonas ocupadas por Rusia. Para el ministro de Defensa de Gran Bretaña también es necesario “desescalar el conflicto”, pero pone como condición para negociar que antes Rusia se retire del Donbass. Las bombas de humo se lanzan con la misma frecuencia que las letales. La masacre de Makiivka y la provisión de misiles Patriot a Ucrania (que también serán manejados por personal norteamericano) forman parte, de acuerdo a esta ‘lógica’, de la política de paz de la OTAN. La misma lógica preside la reanudación de los ejercicios de la brigada aerotransportada de Estados Unidos que se ha instalado en Rumania –el país con la mayor frontera con Ucrania-. “Si queremos un acuerdo para poner fin a la guerra, escalemos la guerra”.

Putin nunca ha renegado de las negociaciones, que para él deben ser “sin condiciones”. Entiende que “los objetivos rusos en Ucrania han sido sólidamente alcanzados”. No debe ser exactamente así, sin embargo, porque entretanto ha movilizado a 300.000 soldados y generalizado la conscripción militar. Para Putin no hay retorno a la situación internacional anterior a la guerra: la globalización está enterrada y la política internacional se caracterizará por enfrentamientos entre bloques y por rupturas subsecuentes de ellos. Stenmaier, el presidente de Alemania, y Ángela Merkel, la ex primera ministra, han confirmado las sospechas de Putin cuando declararon, recientemente, que la diplomacia de paz que ejercieron en Ucrania, en la última década, fue un truco para dar tiempo a la OTAN a rearmar el ejército de Ucrania. En cualquier caso, el sometimiento de un país, en este caso Ucrania, a un país extranjero, es un factor de guerras continuas. Va en contra de los intereses internacionales comunes del proletariado y los explotados de Rusia y de Ucrania. En la parte ocupada, Putin ejerce la política que sigue en Rusia: capitalista, clerical, chauvinista, misógina y autocrática.

Putin advierte, acertadamente, que el imperialismo pretende terminar con Rusia como existe hoy. Es lo que pretendió hace más de un siglo cuando catorce ejércitos extranjeros invadieron a la Rusia bolchevique. La disolución estatal era el destino inevitable que el zarismo, históricamente agotado, le reservaba a Rusia. Rusia no ha sido ni es una nación; bajo el nombre de Rusia el zarismo había amalgamado numerosas naciones bajo el yugo de la autocracia. El bolchevismo le dio a Rusia un carácter nacional, pero de una forma singular, como parte de una unión internacional de naciones de carácter socialista. Ucrania ganó su status nacional cuando Rusia obtuvo el suyo. La Revolución de Octubre, que nació como parte de una revolución internacional, fue la única vía histórica para realizar la autonomía nacional de Rusia y de las nacionalidades oprimidas por el zarismo. La pretensión de Putin de volver a una fantasmagórica nación opresora de naciones, como bajo el zarismo, equivale a un retroceso a la barbarie.

La tendencia al escalamiento de la guerra de la OTAN y Rusia en Ucrania se extiende a la geografía internacional y por otro lado a la geografía social. La guerra de Estados Unidos contra Corea y contra China, en 1950-53, sirvió para levantar mediante la demanda armamentista la economía mundial. Aceleró su unificación bajo la batuta, imponente en ese entonces, del capital y el Estado norteamericano. Ahora va a ocurrir lo contrario con un imperialismo en retroceso, tres cuartas partes de los estados en default, derrumbes institucionales y tendencias políticas fascistas.

Poner fin a la guerra es el ítem estratégico número uno de la clase obrera internacional.

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