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La “escuela austríaca” y sus críticos de izquierda

Escribe Marcelo Ramal

Tiempo de lectura: 37 minutos

Introducción

La inclusión de un trabajo sobre la llamada escuela austríaca en un simposio dedicado al socialismo y a la lucha de varios de sus líderes históricos tiene razones muy claras. Es que la corriente austriaca -como parte del conjunto más abarcativo de los autores “marginalistas”- surgió, precisamente, como una reacción al socialismo científico.

Las primeras obras de esta corriente fueron conocidas entre 1871 y 1874, algunos años después de que se publicara el primer tomo de El Capital (1867). En el mismo año en que se editaron los “Principios de Economía” del austríaco Carl Menger, tuvo lugar la primera revolución obrera de la historia, la Comuna de París. Mucho se escribió sobre el ´pánico´ y la reacción contrarrevolucionaria de la pequeña burguesía intelectual frente a la irrupción de los explotados parisinos. Pero no caben dudas de que una de las vertientes de esa reacción recaló en el mundo de la economía académica.

Como ciencia, la economía política había emergido en los siglos XVII y XVIII en calidad de instrumento de la naciente burguesía contra el viejo orden feudal y sus resabios. Pero después de haber alcanzado su punto más alto, la economía política clásica terminó siendo superada críticamente por el padre del socialismo científico. En El Capital, Marx le brinda a la economía una concluyente sepultura, al desentrañar la verdadera naturaleza de la riqueza social añadida por el trabajo humano y establecer el origen del plusvalor.

De este modo, la ciencia que procuró presentar al capitalismo como la estación terminal del progreso humano recibía la crítica definitiva de quien caracterizaba al capitalismo como un régimen históricamente transitorio. Metida en ese atolladero, la academia económica burguesa se vio en el desafío de insuflarle vida al cuerpo exánime de “su” ciencia y construir un ´nuevo´conocimiento económico que operara como arma teórica e ideológica contra el socialismo y la clase obrera. A diferencia de la economía del capitalismo en ascenso, estos “nuevos clásicos” -o neoclásicos- fueron la exégesis de lo que Marx ya había caracterizado como economía vulgar, es decir, la ausencia de una investigación dialéctica e históricamente determinada del capitalismo.

Aunque los primeros tres trabajos del marginalismo neoclásico -el ya mencionado de Menger y los tratados de William Jevons (1871) y León Walras (1874)- no contaron inicialmente con una gran repercusión; los círculos del poder económico y académico de la época se encargaron de promocionarlos más tarde como recursos teóricos contra el marxismo. En lo fundamental, los autores marginalistas operaron un fenomenal retroceso metodológico e histórico, al retornar al valor de uso o utilidad como fundamento del valor de intercambio y en oposición a una medida de valor de carácter objetivo, o sea, despojada de los atributos o preferencias individuales. Este retorno al subjetivismo apuntó a desconocer el lugar del trabajo humano en la creación de valor, elevando al capital como una categoría o “factor de producción” independiente del trabajo y también tributario de la creación de valor. Naturalmente, esta teoría de los “factores” conducía a negar la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital.

En el concierto reaccionario de las corrientes neoclásicas, la corriente austríaca se destacó por su hostilidad manifiesta y explícita al marxismo. El principal discípulo de Menger, Eugene Bohm Bawerk (1851-1914), se tomó el trabajo de escribir una ´refutación´del tomo III de El Capital, “La conclusión del sistema marxista” (1896). En esa obra, Bohm Bawerk intenta demostrar que, cuando Marx integra la teoría del valor al movimiento de los "diversos capitales" y replantea las categorías de ganancia y precio como formas modificadas de la plusvalía y el valor, “abandona” en los hechos la teoría del valor -trabajo.

El siguiente capítulo del encarnizamiento antisocialista de la corriente austríaca tuvo lugar contra el bolchevismo, apenas después del triunfo de la Revolución de Octubre. Fueron los ataques que desplegó Ludwig Von Mises (1883-1973), en su libro “El Socialismo - análisis económico y sociológico” (1921) (1), un verdadero alegato contra la revolución de 1917. En ese libro, Mises descalifica al socialismo por su “imposibilidad” de llevar adelante un “cálculo económico” cabal. El presente ensayo se va a concentrar en esta obra de Mises y en sus pretendidos críticos marxistas.

Los primeros austríacos fueron celosamente combatidos por varios marxistas. Entre ellos, Rudolf Hilferding y Conrad Schmidt, pero principalmente por el trabajo de Nicolás Bujarin “La economía política del rentista” (1927). Bujarin había estudiado a Bohm Bawerk y a la escuela subjetiva durante su exilio en Viena.

Los ataques de Mises a la Revolución de Octubre también fueron objeto de respuestas “socialistas” en las décadas posteriores a su formulación. Como veremos enseguida, estas réplicas estuvieron condicionadas por la crisis política y teórica que devino de la degeneración burocrática del Estado soviético. Sin aludir a Mises, pero como parte de las extraordinarias polémicas económicas que tuvieron lugar en la década de 1920 en la URSS, Trotsky escribió textos instructivos sobre la transición histórica del capitalismo al socialismo en la experiencia del Estado soviético, que también colocaremos acá.

Finalmente, la recidiva libertaria ha colocado al tema en la agenda de los debates contemporáneos. Los actuales libertarios han resucitado la tesis de la “imposibilidad del cálculo económico” como irrebatible o históricamente verificada. La presentan como causa del “fracaso del socialismo” en los Estados que hoy recorren el camino de la restauración capitalista. Los libros del libertarianismo y de la ultraderecha internacional suelen machacar con esta tesis. Entre ellos, los que se publican en Argentina con la firma de Javier Milei, que ha recibido diversas denuncias de plagio. Este regreso de la tesis de Von Mises ha generado nuevas réplicas de “izquierda”, que se mueven dentro del corset metodológico propuesto por el economista austríaco.

En este trabajo vamos a hacer un examen crítico de la polémica histórica y tratar de entender su significado, a la luz de la presente crisis mundial y de los problemas políticos planteados en la lucha por la revolución socialista.

“Cálculo económico” y ley del valor

Sorprendentemente, Mises arranca su obra presentando a la socialización del trabajo como la premisa de una eventual socialización de los medios de producción: “Para que la idea de una propiedad común de los medios de producción pudiera afirmarse, era necesario primero que la interconexión en la sociedad de economías aisladas hubiese alcanzado el grado en que la producción para las necesidades ajenas se convierte en regla. El conjunto de las ideas socialistas no podía alcanzar una claridad perfecta sino después de que la filosofía social del liberalismo hubiese puesto al descubierto el elemento esencial de la producción social. Sólo en este sentido es posible designar al socialismo como resultado del liberalismo”. (2) Pero si el socialismo es un “resultado” del “liberalismo” (capitalismo), eso quiere decir que emerge como una necesidad histórica. La transición del capitalismo a un régimen social superior tiene lugar, precisamente, cuando la contradicción entre la socialización del trabajo y la apropiación privada de sus resultados alcanza su mayor antagonismo. La salida a esa contradicción plantea la socialización de los medios de producción y la regulación consciente de la producción social.

Por el contrario, todo su libro apuntará a negar esa transición histórica. Mises consagrará al mercado y su “sistema de precios” como la estación terminal del desenvolvimiento social.

Yendo al núcleo de su tesis, esta puede resumirse en la siguiente sentencia: “Donde no hay mercado no pueden formarse precios y, sin formación de precios, no hay cálculo económico”. (3)

Mises admite que pueda establecerse el cálculo -“en especie”- para los bienes de consumo, esto es, una norma de reparto en su carácter de meros valores de uso, pero rechaza que esa norma pueda regir para los ´bienes de orden superior´ -medios de producción- allí donde ha sido abolida la propiedad privada de los mismos. “Desde el momento en que se abandona la libre formación de los precios de estos bienes en dinero, se hace absolutamente imposible una producción racional” (4). Descarta también la hipótesis de “un intercambio entre empresas socialistas”, que en cualquier caso estaría sujeta a las “instrucciones de la dirección superior”. Agrega Mises: “cualquier paso que nos aleja de la propiedad privada de los medios de producción y del uso de la moneda nos aleja al mismo tiempo de la economía racional” (5).

Mises recuerda el Antidühring, cuando Engels establece la superioridad de la producción planificada sobre la economía mercantil. “La cantidad de trabajo contenida en un producto no tiene ya necesidad… de determinarse en forma indirecta: la experiencia diaria muestra directamente cuál es la cantidad necesaria. La sociedad deberá conocer la cantidad necesaria de trabajo para la fabricación de cada objeto de uso”.(6) En muy pocas líneas, el compañero de Marx presenta al meollo de la organización socialista de la producción: en vez de la determinación “indirecta”, mediada por el intercambio, nos encontramos ahora con la determinación directa de las cantidades necesarias, de medios de producción y de “objetos de uso”, ya no de mercancías.

Pero para descalificar esta tesis -la regulación consciente de la “cantidad necesaria de trabajo”(Engels)- Mises arremete contra la propia ley del valor-trabajo, a la que intenta refutar de un modo extremadamente pueril.

Por un lado, argumenta que esta “no toma en cuenta para nada el consumo de factores materiales de producción” (7), En su interpretación de la teoría del valor, Mises compara a “dos mercancías que exigen para su fabricación, en total, la misma cantidad de trabajo, digamos diez horas. Una de ellas, sin embargo, requiere 9 horas 'para su fabricación propiamente dicha' y 1 hora 'para la elaboración de la materia prima'." (8). La otra, en cambio, plantea una relación de 8 horas y 2 horas para los mismos ítems. ¿Cuál es la conclusión de Mises? Que, de acuerdo al “valor trabajo”, la mercancía que tiene 9 horas de trabajo debería estimarse en más que aquella que contiene 8 horas, por lo que “el cálculo en trabajo es falso”. En esta ejemplificación recontra vulgar, Mises desconoce no ya a Marx, sino al burgués David Ricardo, que desarrolló la distinción entre el trabajo directo y el indirecto (el que contienen las materias primas e instrumentos de trabajo y transfieren su valor a la mercancía en cuestión). En el ejemplo presentado, las dos mercancías tienen un "valor trabajo" similar -10 horas-, lo que se altera es la composición entre trabajo directo e indirecto.

Para agregar confusión, Mises insinúa después que esas materias primas o elementos materiales de producción podrían originarse o provenir de factores naturales o medios de producción no producidos, como la tierra. Enseguida, cita a Marx para señalar que en ese caso el valor “lo da la propia naturaleza sin que el hombre tenga en ello nada que ver” (El Capital). “Si la demanda de una mercancía aumenta y si uno se ve obligado a recurrir, para la explotación, a condiciones naturales inferiores de producción -dice Mises- también aumenta el tiempo de trabajo social generalmente necesario para la producción de una unidad” (9). Ese aumento del “tiempo de trabajo”, agregamos nosotros, sería resultado de los rendimientos decrecientes de las tierras sucesivamente empleadas.

De este modo, Mises declara abolida a la ley del valor-trabajo sin tomarse el trabajo de “visitar”, otra vez, a David Ricardo, en este caso, en su teoría de la renta. Aunque los sucesivos rendimientos menores conduzcan a un costo del grano sucesivamente mayor, explica el economista inglés, el precio del grano se corresponderá con el del último terreno incorporado al cultivo, o sea, el de menor rendimiento y costo mayor. La diferencia entre ese costo y el del terreno más aventajado no “perturba” la ley del valor -esa diferencia es embolsada por los propietarios de la tierra, bajo la categoría de renta del suelo, que Mises desconoce en su razonamiento-.

La existencia de la renta proviene del carácter limitado de los medios de producción no producidos y del monopolio que ejerce sobre ella la clase de los propietarios de tierras. Pero bajo el capitalismo, los “medios escasos” -como la tierra- revisten un carácter excepcional. Son una “rémora del pasado”, en tanto que la abrumadora mayoría de los medios de producción o consumo pueden producirse de forma virtualmente ilimitada apelando a la “industria humana” (Ricardo dixit). Las mercancías resultantes serán intercambiadas de acuerdo al trabajo directo e indirecto incorporados a ellas y no de acuerdo a su escasez. Mises desacierta groseramente cuando presenta como forma generalizada de la producción social a una forma particular e históricamente residual: la de la renta del suelo. Bujarin no se equivocó al caracterizar al marginalismo como “La economía política de los rentistas”.

A renglón siguiente, Mises acusa a Marx de “no tener en cuenta a las diferentes calidades del trabajo” y rechaza la “posibilidad de reducir a denominador común los trabajos de carácter diferente”. (10) Recoge acá la conocida objeción de su antecesor Bohm Bawerk, al despreciar la forma general o indiferenciada del trabajo –“trabajo humano abstracto”-, cuya potencia se ha afirmado con el propio desarrollo de la división del trabajo, el maquinismo y la automatización. El capitalismo contemporáneo, que descalifica a la fuerza de trabajo y transfiere las peculiaridades del trabajo concreto a la máquina, es el “reino” del trabajo general o indiferenciado, que Mises virtualmente ignora.

Mises sostiene que, en ausencia de la regulación mercantil, “el espíritu humano se encuentra desorientado en la multitud compleja de los productos intermedios y los procedimientos de producción”. Pero ¿existe mayor incertidumbre o “desorientación” que la de la economía mercantil, una sociedad de productores que sólo se conectan entre sí a través de los productos de su trabajo y del mercado? Si hay un régimen social opuesto al “cálculo” es el de la regulación inconsciente del mercado. El “sistema de precios” que Mises exalta sólo se abre paso de un modo convulsivo y caótico. La regulación mercantil es la única organización de la historia humana donde el carácter social de los productos del trabajo sólo se verifica después que éstos han sido producidos. Cuando ello no ocurre, la sociedad descubre tardíamente el derroche de trabajo humano, que se manifestará a través de bancarrotas y de crisis.

Dentro y fuera de la fábrica

Como señalara Marx, en la historia humana el tránsito de una forma social a otra se avizora cuando las señales de la nueva sociedad que debe emerger se encuentran presentes en el régimen social que debe ser superado. En el caso del capitalismo, la primera pista del pasaje de la anarquía mercantil a la producción consciente es la propia fábrica. Allí, la planificación de la producción reemplaza a las relaciones espontáneas que tienen lugar en el mercado. Con su articulación entre cada una de las secciones, la fábrica es el indicio de una sociedad antagónica a la de la anarquía mercantil. Naturalmente, ese carácter organizado concluye apenas se traspone la puerta del establecimiento: cualquiera haya sido el nivel de socialización del trabajo adentro de la fábrica, al llegar al mercado el carácter social de las mercancías producidas sólo será sancionado y reconocido en la confrontación con otras mercancías, como expresión necesaria de otras producciones sociales. El primer gran observador de la fábrica moderna, Adam Smith, dio cuenta del fantástico salto en la productividad que emergía de la división del trabajo organizada desde la gerencia capitalista. Sin embargo, vio a este progreso de la socialización del trabajo como la conclusión de una tendencia propia de la naturaleza humana a la especialización y el intercambio. No discernió, en definitiva, acerca de la contradicción existente entre el carácter articulado de la producción fabril, de un lado, y la convulsiva “mano invisible” del mercado, del otro. Esa limitación del pensamiento smithiano fue puesta de manifiesto por Marx, cuando resaltó el carácter antagónico entre la división del trabajo “en la fábrica” y la división del trabajo “en la sociedad” -la primera, sometida a un plan consciente, la segunda, a la regulación espontánea del mercado-. Para Marx, “esta tendencia constante de las diversas esferas de la producción a ponerse en equilibrio sólo se manifiesta como reacción contra la constante abolición de dicho equilibrio. La norma que se cumplía planificadamente y a priori en el caso de la división del trabajo dentro del taller, opera, cuando se trata de la división del trabajo dentro de la sociedad, sólo a posteriori, como necesidad natural intrínseca, muda, que sólo es perceptible en el cambio barométrico de los precios del mercado y que se impone violentamente a la desordenada arbitrariedad de los productores de mercancías” (11). “Necesidad natural, intrínseca, muda”. Mises glorifica ese proceso incierto que es, en definitiva, la negación de todo “cálculo” o acción humana consciente.

Los objetores socialistas de Mises

Cuando Mises formuló su tesis sobre la inviabilidad del cálculo económico bajo el socialismo, la respuesta "socialista" provino de los economistas asociados a los regímenes burocráticos de la URSS y de Europa del Este. Nos referimos fundamentalmente al polaco Oskar Lange (1904-1965). Lange fue ministro y diplomático del régimen instaurado en su país a partir de 1945. La obra de Lange buscó un fundamento teórico de la convivencia permanente entre capitalismo y socialismo: al interior de su país, entre las relaciones de mercado y la economía nacionalizada; en el plano mundial, entre el capitalismo y los estados donde había sido expropiado el capital. En sus textos, Lange buscaba conciliar la planificación económica con los principios de optimización o equilibrio propios de la escuela neoclásica.

Para fundamentar su posición, Lange se servía de la referencia más característica del “equilibrio general” neoclásico -el “tanteo” walrasiano-. Según el modelo formulado por León Walras en su “Tratado de Economía Pura” ( 1874), en toda economía podría arribarse a un cierto conjunto o “vector” de precios que asegure una condición de equilibrio general -igualdad entre oferta y demanda- en todos sus mercados. En esos términos, los consumidores alcanzarían la “mayor satisfacción” o utilidad en los bienes que adquiriesen y los productores el mayor rendimiento de sus ´factores de producción´. La finalidad ideológica de esta entelequia era recrear la ficción de una sociedad de individuos atomizados, sin choques de clases y en un marco de armonía social. (Como otros marginalistas, Walras era un enemigo de la afiliación sindical, porque afectaría la marcha del "equilibrio general" que resulta de la interacción de individuos atomizados. Sin embargo, no se molestaba del mismo modo ante la violación de ese supuesto equilibrio por parte de los monopolios capitalistas que comenzaban a tallar en su época).

A la objeción de Mises de que tal “condición de equilibrio” era inviable en un régimen donde no rigieran relaciones mercantiles y propiedad privada, Lange respondía que esa “dificultad” podía resolverse con una imputación o precio contable para valorizar los medios de producción nacionalizados y, luego, llevar adelante la elección de ´factores´ que minimice el costo medio de producción en las diferentes industrias.

Si el conjunto de precios elegidos no aseguraba los sucesivos equilibrios en cada mercado, el planificador se ocuparía de corregirlo, enmendando los precios iniciales o los diferentes excesos relativos de oferta o de demanda. La planificación ocupa en este caso el lugar del “subastador” mercantil de Walras. Con independencia de que el precio inicial resulte imputado, se trata de una estricta conceptualización neoclásica. Aunque es harto dudoso de que su modelo tuviera una instrumentación efectiva, Lange se sirvió de Walras para darle un marco teórico a su “socialismo de mercado”.

Computadoras y burocratismo

En una versión posterior de este “socialismo de mercado”, Lange (1961) entenderá que el papel del subastador y el sistema de tanteo e iteraciones podría ser reemplazado por la sofisticación y velocidad de cálculo alcanzada por la computación. En un discurso dictado ante la academia de Ciencias de Polonia en 1962, señalará: “El problema de la optimización ha hecho nacer una nueva ciencia, la teoría de la programación, así como el análisis operacional. (…): son las máquinas matemáticas las que han hecho posible la aplicación práctica de la teoría de la programación a los dominios de la planificación de la economía nacional” (12). En estos términos, Lange asumirá que el tanteo debiera considerarse como algo relegado a la “era pre-electrónica”.

La computación daría respuesta a otra de las objeciones de los economistas austríacos que tiene que ver con el equilibrio dinámico -es decir, la posibilidad de ajustar el modelo a los cambios- en la demanda o en la tecnología. Mises y Hayek habían insistido en la lentitud de la burocracia planificadora para introducirlos. Lange responderá que el empleo de la computación permite realizar sucesivas iteraciones de un modo virtualmente instantáneo.

Pero la apelación a las computadoras, como línea superadora de las objeciones de Mises, todavía tendrá un largo trecho por correr. Una corriente contemporánea -la del “Cibercomunismo”- responde a la objeción de Mises con el siguiente postulado: el “cálculo socialista” sí resultaría viable a partir de los avances más recientes de la tecnología digital. En su explicación sobre las causas de la restauración capitalista en la ex URSS, los autores de “Cybercomunism”, Paul CockShott y Maxi Nieto (2017), atribuyen el ´fracaso soviético´ a “un claro problema de insuficiencia tecnológica fundamentalmente en la capacidad informática y de telecomunicaciones, para planificar de forma eficiente una economía cada vez más compleja que exigía el manejo de volúmenes crecientes de información” (13). En esa insuficiencia, señalan los autores, incidirá el “bloqueo político institucional” de una dirección que “ejercía el poder de manera autoritaria y llegaron a gozar de privilegios bajo la modalidad ´soviètica´.". CockShott y Nieto no indagan, sin embargo, en las raíces históricas y políticas de ese ´poder autoritario´. Los autores añaden que “ante la manifiesta incapacidad de las autoridades planificadoras de reunir y procesar la información necesaria para el cálculo exhaustivo de precios y poder mantener una coherente coordinación económica general -en ausencia, por lo tanto, de una verdadera contabilidad económica socialista basada en los tiempos de trabajo y la optimización matemática- se desarrollaron inevitablemente prácticas y relaciones mercantiles más o menos encubiertas entre las empresas, entre éstas y los distintos centros de decisión estatal, y por extensión, en el conjunto de la economía”. (14)

El párrafo citado atribuye la supervivencia y progreso de relaciones mercantiles a las limitaciones tecnológicas que impedían una adecuada planificación económica. Para los autores, “operó una obstrucción de tipo tecnológico cada vez más insalvable” (15), pero si la “obstrucción” era “insalvable”, entonces la Revolución de Octubre se desenvolvió por afuera de su tiempo. Bien leída, la tesis principal del cibercomunismo recoge la saga de todos los que sentenciaron a la Revolución de Octubre por su supuesta extemporaneidad, comenzando por Kautsky y la socialdemocracia. Los bolcheviques tendrían que haber esperado la llegada de la digitalización para tomar el poder.

Los partidarios “comunistas” de la digitalización se topan con la cuestión de la burocratización de la URSS y la relacionan con “limitaciones tecnológicas”. La historia, sin embargo, demuestra que las cosas han sido a la inversa -fue el burocratismo, convertido en aparato de Estado con intereses propios y en fuerza consciente de colaboración con el capitalismo contra la clase obrera internacional, quien operó como un bloqueo permanente a la planificación e incluso al empleo de computadoras.

La preocupación por los instrumentos de planificación nacieron junto al propio Estado obrero: los planteó Lenin en 1918, en torno del plan de electrificación estatal de la URSS, que serviría de esqueleto a los primeros planes quinquenales. En vinculación con los trabajos exigidos por la guerra y el Ejército Rojo, aparecieron los primeros estudios de otro economista y matemático, en este caso soviético, Leonid Kantorovich (1912-1986), uno de los autores de las técnicas de programación lineal y premio Nobel de Economía de 1975. Kantorovich fue parte de una pléyade de economistas de origen soviético que lograron reconocimiento en Occidente, o incluso se radicaron allí, como ocurriera con Vasili Leontief (1906-1999), autor de la matriz de insumo-producto. Kantorovich y Leontief fueron mirados con sospecha por la burocracia stalinista y en el caso de este último debió completar sus investigaciones en los Estados Unidos.

Algunos autores señalan que los cimientos de estos trabajos ya estaban presentes en los años 30, pero fueron retrasados en su desarrollo por la burocracia (16). El retraso relativo de la URSS en el empleo de la cibernética se encuentra asociado a la represión política de la que fueron víctimas numerosos científicos.

El stalinismo chocaba todo el tiempo con la planificación: la preservación de la jerarquía empujaba al ocultamiento de las estadísticas y la contabilidad social; bajo el paraguas de la dictadura burocrática, los directores de fábrica violaban permanentemente los objetivos planificados en cantidad y calidad, en función de defender sus incentivos económicos individuales. Aunque después de la muerte de Stalin tuvo lugar una cierta proliferación de modelos y técnicas computacionales, estos avances fueron apartados del camino para no entorpecer el rumbo restauracionista. La planificación socialista no ha sido el instrumento del régimen soviético, como supone Von Mises. Más bien ha chocado con la burocracia y por eso fue objeto de diferentes sabotajes.

El “cálculo económico”, categoría históricamente determinada

De conjunto, la confrontación de Lange y otros autores posteriores con Von Mises adolece de un defecto metodológico letal. Asumen como propia la tesis central del economista austríaco (sin “sistema de precios” no existe ninguna articulación social de los procesos de producción y consumo de sociedad alguna). ¿Cuál es la respuesta de Lange a este cuestionamiento de Mises? Pues que el socialismo no prescindirá del sistema de precios, o sea, del mercado. Por lo tanto, contará con un regulador de la producción social, incluso con preeminencia sobre el planificador, ya que será capaz de corregir al ´vector de precios´ inducido por éste para el sector de medios de producción. Este planteamiento es inseparable de la tesis del “socialismo en un solo país”, es decir, de la construcción de una autarquía socialista que coexista con un mercado mundial capitalista. El “socialismo de mercado” de Lange es la ´naturalización´ de aquel planteo staliniano. Para el economista polaco, la convivencia entre las formas mercantiles y la economía nacionalizada no constituía un fenómeno transitorio, sino la forma natural y permanente de existencia de sus estados. Los cibercomunistas, por su parte, no se apartan un milímetro del socialismo nacional: sólo añaden que este último -que resultó inviable con la rudimentaria tecnología informacional de la primera mitad del siglo XX- resultaría viable con los avances de la digitalización. Lange y otros, en definitiva, asumen al “cálculo económico” como una categoría universal, que debe ser asumida tanto en el capitalismo como en el socialismo.

Pero el “cálculo económico” fundado en el sistema de precios es una categoría históricamente determinada; sólo corresponde a una sociedad de productores privados e independientes, que se relacionan entre sí a través del producto de su trabajo, donde las relaciones sociales asumen un carácter indirecto y la relación entre personas se presenta como una relación entre cosas. Bajo esas condiciones, el “sistema de precios” es el único e incierto faro que ilumina la relación entre los productores.

Como ciencia, la economía política surgió para estudiar esa forma histórica concreta de relación social. En cambio, bajo las relaciones sociales directas, propias de una economía conscientemente regulada, la producción se ordena de acuerdo a las necesidades sociales y se procura los medios técnicos más efectivos de acuerdo a la organización consciente del trabajo. El “cálculo económico” (mercantil, indirecto) es, por lo tanto, una categoría ajena al socialismo. Bajo el socialismo, la categoría de mercancía, como unidad contradictoria de valor de uso y valor de cambio, será históricamente superada. “Al posesionarse la sociedad de los medios de producción cesa la producción de mercancías -señala Engels, otra vez (17) -y con ello el imperio del producto sobre los productores. La anarquía reinante en la producción social deja el puesto a una producción planificada y consciente”. ¿Cuál es la ciencia que regula, entonces, a esa nueva sociedad? Eugene Preobrazhensky, el gran economista y revolucionario soviético, caracterizó en su conocido trabajo sobre “La Nueva Economía” (18) a esa nueva disciplina como “Tecnología Social”, es decir, la organización de las fuerzas técnico-materiales disponibles bajo un plan consciente. Aludía con ello al señalamiento de Marx en la “Contribución de la Crítica a la Economía Política", en el sentido de que “la economía política no es una tecnología”, puesto que estudia “las relaciones de producción de una forma espontánea y no regulada de economía”. (19) En cambio, bajo el socialismo emerge otra ciencia, la “del trabajo organizado y la producción organizada”, donde “no hay ya objetivación de las relaciones humanas” y donde “el fetichismo de la mercancía desaparece con la mercancía”. (20) A diferencia de Lange, Preobrazhensky presentará a esta tecnología social y a la ley del valor no en coexistencia recíproca y permanente, sino en términos antagónicos y conflictivos.

Los límites de Lange en la crítica a Mises parten de un presupuesto similar al de su criticado, que es la perpetuación de las relaciones mercantiles, apenas matizadas por una “cierta” planificación económica (que aplica incluso el capitalismo de los monopolios). Esa asunción del mercado como parte constitutiva del “socialismo” tendrá como correlato otro dislate metodológico: la caracterización de la propia economía como ciencia que trasciende las relaciones sociales capitalistas. Al reafirmar la existencia del "funcionamiento de las leyes económicas en la sociedad socialista”, Lange critica la posición de los “economistas marxistas (que) han sostenido que en la sociedad socialista no funcionan las leyes económicas y que la economía política, como ciencia, deja de tener sentido cuando concluye el capitalismo. Rosa Luxemburgo fue la representante más ilustre de este punto de vista y acuñó la famosa frase según la cual la revolución proletaria es el último acto de la economía política como ciencia”. (21) Lange no podría ser más claro. Esta posición de Lange es desarrollada en su manual de “Economía Política”, donde divide a la economía en dos vertientes, “economía marxista y economía burguesa” (22).

Pero Marx no pretendió crear una cierta corriente económica, sino desenvolver la “crítica de la economía política”. La posición de Lange fue contundentemente enfrentada por el marxista Roman Rosdolsky, en su trabajo dedicado a los Grundisse de El Capital. Rosdolsky explica de este modo el empeño de Lange por prolongar a la ciencia económica como propia de una sociedad socialista: “Lange y otros economistas del 'bloque oriental' saben muy bien, desde luego, que Ia organización económica y social de Ia que son intérpretes y portavoces no puede pretender, en modo alguno, haber superado Ia condición de leyes naturales ni Ia objetivación de los fenómenos económicos, y que, por el contrario, y en interés de su autoconservación debe emplear todos sus recursos para proporcionar, dentro del marco de la planificación estatal centralizada, un margen lo más amplio posible a las fuerzas del mercado. Por eso, a Io que aspiran esos economistas es a una disciplina estrecha y especializada de Ia economía estatal, a una 'contabilidad socialista' que, siguiendo el ejemplo de Ia teoría económica de Occidente, acepte las categorías de Ia mercancía, del dinero, del mercado como hechos eternos de Ia vida económica”. (23)

Kautskysmo tardío

Estas consideraciones permiten explicar por qué Lange se encontraba incapacitado para dar una respuesta cabal a las objeciones de Mises. Los cibercomunistas no superan esta limitación, que suponen podría superarse con la tecnología digital de nuestro tiempo. Al igual que Lange, han asumido la coexistencia de capitalismo y socialismo, al naturalizar al sistema de precios como referencia o “señal” de la planificación socialista. Es significativo que CockShott y Nieto citen nada menos que al "austríaco" Frederick Hayek (1899-1992), cuando éste señala que “es más que una metáfora describir el sistema de precios como una maquinaria que registra los cambios, o como un sistema de telecomunicaciones que permite que los productores individuales observen únicamente el movimiento de unos pocos indicadores”. Esta cita de Hayek de su texto “El uso del conocimiento en la sociedad” (1945) es una clásica mistificación de la economía mercantil, como “maquinaria¨ perfeccionada y eterna de información y cálculo al respecto de la producción social. La conclusión de los cibercomunistas en relación a esa reflexión de Hayek es: “si el mecanismo para la interconexión económica general que representa el sistema de precios funciona 'como un sistema de telecomunicaciones', como 'una máquina', entonces es obvio que puede ser efectivamente reemplazado por una de ellas. Nada impide que otro mecanismo distinto, esta vez automatizado, reemplace al mercantil”. (24) El fetichismo tecnológico aparece aquí en toda su dimensión: la economía mercantil es sucedida no por otra organización social, sino por un dispositivo técnico-material. Pero el “sistema de precios” corresponde a la economía mercantil capitalista. Su empleo, incluso con alguna forma de planificación, sólo demuestra la persistencia de relaciones económicas regidas por el mercado, la propiedad y la moneda. “Naturalizar” esa coexistencia devuelve a los cibercomunistas a Lange y al “socialismo de mercado”.

Notablemente, quien se ha plegado a este fetichismo por las nuevas tecnologías es Matías Maiello, colaborador regular de “La Izquierda Diario”. En un artículo reciente ( 25), Maiello señala que “Cockshott y Maxi Nieto resaltan esta definición (n. de r.:¡la de Hayek!) del sistema de precios como “mecanismo para comunicar información”, es decir, de los precios no como información en sí, sino como medio que la trasmite. Entonces, si el sistema de precios es un sistema de comunicación, es evidente que puede ser reemplazado por otro. La única limitación para lograrlo sería de carácter técnico, relativa a la capacidad de procesamiento de datos necesaria para el volumen de información de una economía a tiempo real. La conclusión de los autores es clara en este punto: los requerimientos computacionales para una genuina planificación socialista a gran escala ya están dados por el desarrollo actual de la tecnología. En el mismo sentido, Daniel Saros sostiene que los argumentos de la Escuela Austríaca en relación al cálculo socialista han sido superados por el desarrollo de la tecnología informática moderna. Nuevamente, nadie podría reprocharle a Mises su crítica a la Revolución de Octubre en tiempo real; esta simplemente habría sido un aborto espontáneo. Las fuerzas productivas del capital no habrían llegado a su madurez. La degeneración del Estado obrero habría estado justificada y la crítica de la IV Internacional, fuera de lugar. De acuerdo a estas caracterizaciones, la obra del austríaco NO ha envejecido, habría sido precursora. Si Milei entendiera los ajustes que habría que hacerle a la doctrina austríaca debido a la digitalización, podría levantar sus pulgares frente a semejantes reflexiones de "izquierda".

La pretensión de que el régimen de precios pueda operar como mero “mecanismo de transmisión de información”, abstraído de las relaciones sociales que le son propias, devuelve a los socialistas digitales a Proudhon y a todos los utopistas que pretendieron “purificar” a los productos del trabajo humano de las condiciones mercantiles. Como señaló Marx en la “Contribución a la crítica de la Economía Política”, “Detrás de las relaciones mercantiles, se agazapa el duro dinero”. Así las cosas, la polémica sobre el cálculo económico y la planificación ha derivado contemporáneamente en una variante de kautskysmo tardío, que lamenta la inadecuación tecnológica que envolvió a la primera revolución triunfante. Esta veleidad intelectual ha encontrado eco en una de las corrientes que en Argentina se reclaman del trotskismo.

Socialismo internacional

Las elucubraciones de Mises sobre el socialismo y la planificación culminan con una caracterización ‘austríaca’ acerca de la revolución socialista internacional. “La cuestión de saber si tal o cual nación está 'madura' para el socialismo no tiene siquiera necesidad de plantearse, según el marxismo. El capitalismo hace que el mundo entero esté maduro para el socialismo y no solamente un país aislado, ni siquiera una industria aislada”. (26) Ya en la conclusión de su libro, agregará que “se puede estar de acuerdo con la declaración de varios autores socialistas o comunistas, en el sentido de que el socialismo en uno o pocos países todavía no es el verdadero socialismo”. Pero, añade, “si el socialismo se aplicara en la mayor parte del mundo traería como resultado el caos más completo” (27). La humanidad no resistiría una organización social sin la vigencia del “cálculo económico”.

Es la conclusión que podía esperarse de Mises, pero reconoce que, para los líderes de Octubre, como ya había señalado Marx, el socialismo sólo puede servir de transición al comunismo como realidad internacional.

Los fundadores del socialismo científico habían asumido que el socialismo sería el resultado de la “abolición del dominio de clases y el fin de la lucha por la existencia individual”. Pero esa superación del “reino de la necesidad”, señala León Trotsky en “La Revolución Traicionada”, no sería inmediata “siquiera sobre la base del capitalismo más avanzado”, que “no podría dar a cada uno lo necesario”, como Marx señala en la Crítica al Programa de Gotha, y “se vería obligado a incitar a que produjera lo más posible”. La persistencia del derecho burgués como norma de reparto, recuerda Trotsky, lleva a Lenin a caracterizar al Estado obrero como un “Estado burgués sin burguesía”. Pero en el marco del aislamiento respecto de la revolución internacional, “el periodo que para Lenin y sus compañeros de armas debía ser una corta 'tregua' se convirtió en toda una época de la historia”. (28)

Los textos de Trotsky sobre la sociedad de transición no se solazan con la recuperación de la producción soviética en relación al período previo a la guerra; lo que desvela al revolucionario es la comparación internacional en el rendimiento del trabajo entre la URSS y el capitalismo internacional. Trotsky admite que esta cuestión - “el rendimiento del trabajo” - fue subestimada en las reflexiones de Lenin luego de la Revolución, pero le encuentra una clara explicación: “el programa se fundaba enteramente y sin reservas sobre una perspectiva de extensión de la revolución internacional” (29). La notoria inferioridad de las condiciones de vida del proletariado ruso respecto al occidental y, en especial, al norteamericano fue señalada por Lenin para caracterizar el carácter “semidirigente” y “semioprimido” de la clase obrera bajo el Estado obrero en Rusia.

En las condiciones descriptas por Trotsky, las relaciones mercantiles y la persistencia de la moneda durante toda una época ponían de manifiesto que la ley del valor -como regulador ciego e inconsciente de la producción social- continuaba actuando a través del peso de la economía privada y, principalmente, del mercado internacional. En efecto: ni el Estado, ni el mercado, ni la moneda desaparecen inmediatamente después de la toma del poder, como sostienen los anarquistas. Deben “extinguirse” en el curso de un periodo histórico determinado.

En los debates políticos y económicos que cruzaron a los principales dirigentes de la Oposición de Izquierda a partir de 1923, Trotsky colocará certeramente la cuestión del vínculo del Estado obrero ruso con el mercado mundial. En este punto, es particularmente instructivo el debate con el ya mencionado Eugene Preobrazhensky. Aunque unía a ambos la crítica al burocratismo del aparato y la necesidad de avanzar en la industrialización soviética, Trotsky y Preobrazhensky diferían en puntos agudos. El autor de “La Nueva Economía” colocaba todo el acento en la llamada “Acumulación socialista primitiva”. Para lograrla, el Estado obrero debía violar la ley del valor en favor de la industria nacionalizada y a expensas de la producción agrícola en manos del campesinado y bajo relaciones mercantiles. Preobrazhensky señalaba que la ley del valor ya resultaba ampliamente violentada en el propio mercado mundial, bajo las condiciones del capitalismo monopolista. Ello habilitaba al Estado obrero a “oponer el monopolio socialista al monopolio capitalista” (30). La acumulación socialista primitiva implicaba también reservar la porción fundamental del producto excedente a la industrialización, a expensas de fuertes sacrificios para la clase obrera y sus condiciones de vida.

León Trotsky abordó la cuestión de la transición soviética en otros términos. Si las relaciones sociales capitalistas se encontraban definitivamente universalizadas, entonces la transición del capitalismo al socialismo debía ser concebida como una batalla a dirimirse en el plano internacional, en primer lugar, con la extensión de la revolución socialista. La convivencia antagónica entre el mercado y la producción consciente, que Preobrazhensky concebía esencialmente al interior del Estado obrero, Trotsky la proyecta al mercado mundial en su conjunto.

En su “Socialismo”, Mises parece captar algunas de estas preocupaciones y debates: señala, por ejemplo, que “el ensayo del bolchevismo ruso para hacer que el socialismo pase de un programa de partido a la vida real no ha permitido que se plantee el problema del cálculo económico, porque las repúblicas soviéticas forman parte de un mundo en el que los precios se fijan en dinero”, y “los altos encargados del poder toman estos precios como base de los cálculos…” (31) Trotsky parece darle la razón, cuando compara obsesivamente al rendimiento del trabajo en el Estado soviético respecto del mercado mundial.

Para Trotsky, sin embargo, ello representaba mucho más que una mera norma de cálculo. Trotsky era consciente de la contradicción existente entre el Estado obrero y el capitalismo mundial y el peligro letal que implicaba la supremacía de este último en términos de rendimiento del trabajo. En un informe ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, señalará que las “revoluciones son la expresión manifiesta de que el mundo en absoluto se encuentra gobernado por la racionalidad económica” y “que la tarea de la revolución socialista es instalar el mundo de la razón en el campo de la vida económica y, claro está, en el de la vida social”. Es decir, oponer la planificación consciente al régimen irracional del mercado. Allí mismo, Trotsky señala que “si la clase obrera europea hubiera conquistado el poder con anterioridad, habría tomado a remolque a nuestro atrasado país”. En las condiciones en que ello no ha ocurrido, señala la necesidad del “conjunto de medidas que aseguran una expansión gradual de las fuerzas productivas sin la colaboración de la Europa Socialista” (32).

En un extraordinario texto posterior (“Adónde va Rusia, ¿hacia el capitalismo o hacia el socialismo?”), Trotsky, en ese momento a cargo del órgano de planificación del Estado obrero, coloca crudamente la tensión con la economía mundial capitalista. “La superioridad económica fundamental de los Estados burgueses consiste en que el capitalismo produce por ahora, todavía, mercancías menos caras y al mismo tiempo mejores que el socialismo” (33). Trotsky señala enseguida el “nivel mucho más elevado en los países que viven según la ley de la inercia de la vieja cultura capitalista que en el país que no hace más que comenzar a aplicar los métodos socialistas con un pasado de incultura como herencia” (34). Sólo en este señalamiento, puede observarse la profundidad de miras históricas de quien problematiza de este modo la encrucijada de la revolución rusa, en oposición a quien -como Mises o alguno de sus detractores socialistas- apenas se detienen en las dificultades instrumentales de la planificación económica.

El texto de Trotsky, enseguida, se detendrá reiteradamente en los “coeficientes de comparación” entre la URSS y la economía mundial. Ese análisis, en su visión, debía ser sistemático y abarcar tanto los aspectos cuantitativos -la cantidad de trabajo empleada- como cualitativos. Si en el pasado reciente el punto de referencia de la economía soviética lo constituía la economía previa a la revolución, ahora “nuestras relaciones con el mercado mundial son suficientes para que nos obliguen a comparar nuestras mercancías con las mercancías extranjeras”. Trotsky sugiere que los técnicos, profesionales o estudiantes que viajan al exterior “conozcan la industria extranjera”. (35) Aun con la distancia que separa a la URSS del mercado mundial capitalista, Trotsky destaca las ventajas de la construcción socialista: la inexistencia de clases parasitarias, suprimidas por la revolución; la enorme capacidad de disposición de medios de producción que permite la supresión de su propiedad privada, junto a la eliminación de “los gastos no productivos del paralelismo económico y la competencia”; el establecimiento del principio del plan y, en oposición a ello, el impacto de las crisis y “convulsiones enfermizas” que sacuden al mercado capitalista internacional. Pero Trotsky le añade a este razonamiento una vuelta de tuerca: el mercado mundial, señala, “no encierra únicamente para nosotros motivos de temor, nos ofrece también grandes posibilidades”, a partir de la absorción de las “conquistas de la técnica científica” y desde luego del comercio internacional. “El Estado soviético se comporta como un propietario privado gigantesco; exporta sus mercancías, importa mercancías extranjeras, utiliza su crédito, compra medios técnicos en el extranjero, finalmente atrae al capital extranjero bajo la forma de sociedades mixtas y de concesiones”. (36) Trotsky enfatiza sobre “la venta de nuestra cosecha al mercado europeo” como la vía para la obtención en el intercambio de “maquinaria agrícola o maquinaria para la producción de maquinaria agrícola”. Sintetizando su planteamiento, señala que “habiendo entrado económicamente en el sistema mundial del reparto del trabajo, estamos sometidos a los efectos de las leyes que dominan el mercado mundial y el trabajo en común y las luchas entre las tendencias capitalistas y socialistas tienen un campo mucho más amplio, lo que comporta mayores posibilidades, pero también mayores dificultades” (37). Para Trotsky, esta compleja trama de relaciones con el mercado mundial “suponen la dictadura del proletariado, y su campo de acción se limita por consiguiente al territorio en que se ejerce esa dictadura” (38). Nuevamente, la encrucijada respecto de las posibilidades y peligros del mercado mundial se dirime en términos políticos, esto es, depende de la capacidad de la clase obrera de ejercer el poder político de la revolución que ella misma ha protagonizado. ¿Qué tiene que ver esta citación de Trotsky con los señalamientos de Mises acerca de la “inviabilidad del cálculo económico” bajo el socialismo? Bajo el período de transición entre el capitalismo y el socialismo, un gobierno de la clase obrera debe servirse del “sistema de precios” del mercado mundial como referencia para la elevación de su propio rendimiento del trabajo y, por lo tanto, para reforzar la condición social y política de la clase obrera en el poder. A diferencia de la burocracia stalinista, que reemplazó al internacionalismo obrero por la “carrera económica y tecnológica” entre la URSS y Occidente, Trotsky vio a la lucha por el rendimiento del trabajo como palanca de la lucha por la revolución internacional. Por la vía de un poder obrero, el “cálculo económico” (capitalista) es colocado al servicio de una producción conscientemente regulada y, por lo tanto, del propio fin del “cálculo económico” como categoría histórica.

Trotsky plantea, en síntesis, una relación dialéctica -antagonismo y colaboración- con el mercado mundial capitalista. El desenlace de esta contradicción debía dirimirse en términos políticos, en la calidad de la dirección política del Estado obrero y su estrategia: la revolución internacional. La bancarrota del Estado obrero no fue instrumental ni organizativa, sino de carácter político y condujo a la renuncia de ese objetivo estratégico.

Razones de una polémica

Cuando se examina con algún cuidado el libro de Mises y la tesis de la "inviabilidad del cálculo económico bajo el socialismo", no son las ideas vulgares de su texto las que sorprenden, sino, por el contrario, su resurrección por parte de los actuales voceros del libertarianismo o la ultraderecha mundial. A través de esta tesis, los seguidores de la escuela austríaca han encontrado una ´razón definitiva´para condenar al socialismo, con independencia de los procesos históricos concretos que condujeron a las grandes revoluciones obreras, de un lado, y a las contrarrevoluciones o restauraciones capitalistas, del otro. En lo que a esa historia refiere, la pretensión de que la organización consciente la producción social resultaría inferior a la sociedad regida por la anarquía mercantil carece de sustento. Como señalamos aquí, el "cáncer" del socialismo no ha sido la planificación, sino el colapso de ella bajo la picota de la burocracia. La degeneración del Estado obrero soviético no ha obedecido a una deficiencia de naturaleza administrativa, ha sido el resultado de una lucha de carácter político.

Es cierto que, en la furia libertaria o austríaca contra el “socialismo”, existe un tiro por elevación contra el intervencionismo económico en los Estados capitalistas. Desde el vamos, el capitalismo monopolista debió dotarse de regulaciones y rescates estatales. Es lo que ocurrió con las primeras leyes antimonopólicas (1890), allí cuando el acaparamiento de mercados o materias primas por un solo capitalista se convertía en un obstáculo para la acumulación de capital considerada en su conjunto. El intervencionismo debió ser más osado para rescatar al capitalismo mundial de la Gran Depresión (1930). El New Deal y el keynesianismo mostraron hasta qué punto el Estado debió salir en concurso del capital en crisis. Naturalmente, los apologistas de este intervencionismo evitan mencionar cuál fue su gran tarea “anticíclica” -la guerra y la posterior reconstrucción económica, después de la guerra y de la liquidación en masa de fuerzas productivas-.

El sucesor de Von Mises en la escuela austríaca, Frederick Hayek, fue el gran antagonista de las ideas keynesianas. Hayek era partidario de que la crisis económica hiciera hasta el final su trabajo de depuración y concentración de capitales, por medio de la deflación y el desempleo en masa. Keynes, riguroso conservador, entendía que la receta austríaca podía pavimentar el camino de la revolución social. Hayek y sus sucesores austríacos o “libertarios” acusaron al keynesianismo de "socializante". Cuarenta años después del New Deal y con el premio Nobel de economía en mano, Hayek asistió a Thatcher en su política de guerra contra la clase obrera inglesa.

La escuela austriaca ha ganado actualidad como doctrina del ajuste, del rescate del capital financiero y del fascismo, a partir de dos crisis crecientes. De una parte, la crisis mundial de 2007-2008. Su desenlace arrojó, por un lado, a una multiplicación de las regulaciones bancarias para impedir la “especulación desmedida”, o sea, un intento de encorsetar a la inmensa masa de capital ficticio que busca su reproducción en la economía mundial. Naturalmente, esa tendencia regulatoria engendró a su contrario, es decir, a “la banca en las sombras”. Así se denomina a la proliferación de fondos internacionales que operan al filo de aquellas regulaciones y que han ganado primacía en los mercados de deuda soberana y en el control accionario de numerosas corporaciones. A la vera de esos fondos, operan los paraísos fiscales -que ya han ganado un lugar al interior de los Estados Unidos- y los mercados de criptomonedas. La segunda crisis marcante fue la pandemia de Covid, donde las medidas sanitarias de los Estados capitalistas fueron abdicando frente a la “libertad del capital”, un reclamo contrabandeado detrás de supuestas exigencias de libertad personal.

La derecha internacional ha encontrado un campo de intervención detrás de estas poderosas manifestaciones de la descomposición capitalista. Bien mirada, la base social del libertarianismo es la fracción capitalista que, en las dos crisis mencionadas, ha reclamado y reclama “libertad de circulación” para sus operaciones a escala planetaria.

Al calor de esa agitación política, ha emergido un súbito interés por la corriente austríaca, a pesar de la vulgaridad de sus posiciones teóricas y del retroceso metodológico que representa en el campo donde más pretende terciar: el de la economía política.

Pero detrás del choque entre intervencionistas y liberales, ha subyacido siempre la amenaza de la clase obrera y de la revolución social, el punto de partida del cual emergieron el marginalismo y la escuela austríaca. La crisis mundial y sus consecuencias en término de polarización social, degradación de la fuerza de trabajo, crisis sanitaria, ambiental, masacres sociales y guerras, ha sido el escenario de rebeliones populares de gran alcance. El libertarianismo, en última instancia, es un llamado de atención al conjunto de la burguesía en relación con la revolución internacional, que procura abrirse paso en medio de un impasse histórico del régimen social capitalista. Como en los años de “La Comuna”, la filosofía económica de la contrarrevolución vuelve a la carga.

Por referencia a esta caracterización, la crítica “socialista” o “marxista” a esta tesis austríaca no ha sido más que otra manifestación de la crisis política que envuelve a la izquierda internacional. Esta izquierda no ha confrontado a Mises con su inconsistencia de fondo, a saber, que el socialismo y “el cálculo económico” -es decir, capitalista- son categorías históricas antagónicas. Por el contrario, procuraron demostrar la convivencia de ese cálculo con el “socialismo”. Fue la cobertura ideológica de quienes hicieron de la propiedad estatizada el mayor botín de la burocracia.

Los críticos de izquierda más recientes de Mises revelan un aspecto todavía más agudo de un desbarranque político. Sostienen, en efecto, que la crítica ´instrumental´ de Mises -la imposibilidad del ´cálculo económico´- habría quedado neutralizada por las herramientas informáticas contemporáneas. Con mayor o menor elocuencia, admiten a Mises retrospectivamente y se integran de ese modo al pelotón que inaugurara la socialdemocracia hace un siglo atrás -el carácter prematuro o extemporáneo de la revolución de Octubre-. Pero cabe preguntarse aquí lo siguiente: si el progreso informático y los avances de la socialización del trabajo han viabilizado a la revolución socialista, ¿no habría que dejar que el capitalismo complete ese desenvolvimiento hasta el final? Otra vez, tendría razón Kautsky: el desarrollo final de la concentración del capital -el “ultraimperialismo”- devendría naturalmente en socialismo.

Es cierto que, bajo el capitalismo en declinación, la socialización del trabajo y la digitalización no han cesado de progresar. Pero también han avanzado con igual o mayor intensidad el choque entre la organización social y el medio natural; el empobrecimiento relativo y en muchos casos absoluto de las masas y, naturalmente, la destrucción masiva de fuerzas productivas bajo la emergencia de las guerras. El choque entre la fuerza productiva del trabajo humano y las relaciones sociales vigentes ha abierto una etapa histórica de “guerras y revoluciones”, no de progreso social indefinido.

La perfidia esencial de Mises consiste en ignorar el carácter históricamente necesario del socialismo y limitarse a presentarlo como una “organización social alternativa”. Los críticos de izquierda a la escuela austríaca no han roto con ese enfoque estratégico. Para ello, han borrado las huellas de las condiciones históricas concretas que condujeron a la revolución de Octubre y su posterior degeneración. Esas condiciones se concentran en una cuestión de carácter estrictamente político: la liquidación del partido y los cuadros que lideraron la revolución de 1917. Al borrar del mapa esta cuestión crucial, se ha corrido de la agenda la tarea estratégica actual de reconstruir una dirección política de la clase obrera, que oponga la revolución socialista a la catástrofe planteada por la crisis capitalista y la guerra. Como ocurría con el kautskysmo, asistimos hoy a una izquierda que se dedica a oponer abstractamente los méritos de una sociedad socialista futura en relación a la economía mercantil, sin detenerse en el “parto”, o sea, en la política y las tareas planteadas para el derrocamiento del capitalismo. Es la forma sofisticada de una adaptación política al Estado que, en términos más llanos, se manifiesta cotidianamente en el parlamentarismo y el electoralismo. Al cabo de este recorrido, hemos llegado al punto que los liberales tardíos y sus críticos de izquierda han buscado desconocer: la crisis de la humanidad, como nunca antes, se concentra y resume en la “crisis de dirección de la clase obrera”.

Marcelo Ramal es dirigente de Política Obrera. Fue legislador de la Ciudad de Buenos, es docente de la Universidad Nacional de Quilmes y de la UBA.

Notas:

1 “El socialismo, análisis económico y sociológico”. Ludwig Von Mises. Edición Unión Editorial, Buenos Aires, 2017.

2 Mises, id., Primera Parte, “Liberalismo y Socialismo”., pág. 59.

3 Mises, id., Cap VI, “Organización de la producción bajo el socialismo”, pág. 138.

4 Mises, id. pág.125

5 Mises, id. pág.125

6 V.Mises, id.pág.139

7 V.Mises, id. pág.139 y 140

8 Mises, id. pág. 140

9 Mises, id.pág. 140

10 Mises,id.pág. 140

11 El Capital, Karl Marx, Tomo I, Libro II, Siglo XXI Editores. Capítulo XII, División del Trabajo y Manufactura. Pág. 433

12 Lange, Oskar, “Economía socialista y planificación económica”, Rodolfo Alonso editor, 1963.

13 “Paul Cockshott y Maxi Nieto , “Cibercomunismo”. Planificación económica, computadoras y democracia”.Ed.Trotta, Madrid 2017. Introducción, pág. 23

14 Id., pág 24.

15 Id., pág. 24

16 Ver, por ejemplo a Kurkovsky Diana, “Cibernética para la economía planificada: el protagonismo de la entropía en la planificación soviética tardía wwww.cibcom,org. West, (2023) y a Ernest Mandel, “Tratado de Economía Marxista”, Serie Popular Era, México 1975. Tomo 3, Capítulo XV.

17 Engels, Federico, “Del socialismo utópico al socialismo científico”, Capítulo III.

18 Preobrazhensky, Evgen. “La nueva economía”, Pasado y Presente, cuadernos 17 y 18. Córdoba.

19 Id., página 63

20 Id., página 70

21 Lange, O. O.C.

22 Lange, Oskar, “Economía Política”, Fondo de Cultura Económica, México 1966. Capítulo 6, pág.260

23 Roldolsky, Roman. “Génesis y Estructura del Capital”. Siglo XXI Editores. México 1978. Capítulo 34, “La economía neomarxista”.

24 “Cibercomunismo”…pág 35.

25 Maiello, Matías, “Apuntes sobre la lucha de Ideologías más allá de la Restauración, “La Izquierda Diario”, 14 enero 2024.

26 Mises, Op.Cit.,pág.229

27 Mises, Op.Cit., pág 573

28 Trotsky León, “La revolución traicionada”, Capítulo 2: “El doble carácter del Estado soviético”.

29 Trotsky, id.

30 Preobrazhensky, op.cit., pág 193

31 Mises, op.cit. pág. 142 y 143

32 Trotsky, León. “Informe sobre la Nueva Política Económica soviética y las perspectivas de la revolución”. En “El debate soviético sobre la ley del Valor”, Comunicación No 25, Madrid 1974.

33 Trotsky León, “A dónde va Rusia, ¿Hacia el capitalismo o hacia el socialismo?”, En Comunicación 25, Madrid 1974. Pág 172.

34 Trotsky, León id.

35 Trotsky, León op.cit, pág 182

36 Trotsky, León, op.cit, pág.191

37 Trotsky, León, op.cit, pág.205

38 Trotsky, León, op.cit, pág. 206

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