Escribe Jorge Altamira
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La guerra en Ucrania ha pegado en los últimos días un giro en el terreno. Los avances acotados en el frente oriental y en las costas del Mar Negro, han sido acompañados por una ofensiva fulminante en el noroeste del país, que pone a Kharkov ante la posibilidad de ser ocupada por el ejército de Rusia. Kharkov es la segunda ciudad más importante de Ucrania y se encuentra a pocos kilómetros de la frontera con Rusia. Para algunos comentaristas la defensa ucraniana ha colapsado. La toma de Kharkov se convertiría en el mayor episodio de toda la guerra. A diferencia de una tentativa similar en 2002, Rusia no se ha lanzado en bloque hacia la ciudad, sino en numerosas unidades separadas. De aquí la interpretación de que el propósito de Putin no sería ocuparla sino crear una zona tapón en su frontera, donde se encuentra Belgorod, reiteradamente atacada por Ucrania. El interés de Rusia no sería Kharkov misma, sino forzar al ejército ucraniano a venir en su defensa, en desmedro de la línea del frente oriental. Para algunos analistas, la toma de Kharkov sería considerada una violación de las “líneas rojas” trazadas por la OTAN, que Putin ha tenido en cuenta a lo largo de la guerra. Lo mismo ha ocurrido con la OTAN, que administró la entrega de recursos militares a Zelensky para mantener una guerra localizada y de desgaste.
Objetivamente, sin embargo, el ejército ucraniano se está desmoronando, en especial debido a la resistencia de la población en condiciones de ir a la guerra a rotar con las tropas que se encuentran en el terreno. En Rusia ocurre lo mismo, aunque la capacidad de reclutamiento es considerablemente mayor; de hecho, están excluidas las levas en las ciudades políticamente importantes. Adicionalmente, Ucrania sufre un desabastecimiento de municiones para artillería, debido a que la OTAN no desarrolló la industria militar para este tipo de guerras. En estas condiciones, la ofensiva sobre Kharkov y aledaños –que permitió un avance de 300 kilómetros al ejército ruso, algo inusual en esta guerra– podría hacer caer “las líneas rojas” en otras regiones. Odesa, una ciudad puerto sobre el Mar Negro, podría correr el destino de Kharkov.
En este escenario, Putin ha relevado al ministro de Defensa, el general Sergei Shoigu, y puesto en su lugar a un economista, Andrei Beloúsov. El objetivo es matar dos pájaros de un tiro: Shoigu es considerado el taparrabos de una enorme operación en cuanto a suministros militares, en tanto Beloúsov tiene el encargo de desarrollar la industria militar de base, integrando la economía a la guerra. La camarilla del general desplazado motivó el año pasado el levantamiento de Serguei Prigozhin, que movilizó tropas que combatían en Ucrania hacia Moscú sin enfrentar resistencia. El régimen de Putin está plagado de disputas de camarillas. A Beloúsov se le exige “innovación” y “competitividad” –un reconocimiento de su atraso tecnológico y una integración de la industria privada a la guerra. El gasto de Defensa se ha duplicado, con motivo de la guerra del 3.5 al 8 por ciento del Producto Bruto. Este replanteo es interpretado como la preparación de Rusia para una guerra prolongada, en el entendimiento de que la OTAN lanzará una contraofensiva de apoyo militar a Ucrania, luego de que los parlamentos de EE.UU. y la UE votaran gigantescas ‘ayudas’ militares y económicas. El Ministerio de Finanzas de Rusia y la presidenta del Banco Central han reaccionado contra la designación de Beloúsov, por temor a que el gasto de guerra desate un proceso inflacionario y la obligación de subir la tasa de interés. Rusia necesita modernizar su base militar, para restringir la dependencia de China. Cada vez más, la guerra de la OTAN y Rusia, por encima de los objetivos geopolíticos, asume el carácter de una lucha de clases contra el imperialismo mundial, de un lado, y contra la oligarquía restauracionista de Rusia, del otro.
El desmoronamiento del ejército ucraniano es la razón principal que invoca Emmanuel Macron, el presidente de Francia, para reclamar que la OTAN se involucre con tropas propias en la guerra. Sería en caso del cruce de una ‘línea roja’ por parte de Putin. Una guerra con líneas rojas es, obviamente, una incongruencia, o sea el pretexto para ampliar la guerra. De lo que se trata exactamente es de instalar tropas en Kiev, la capital de Ucrania, y en el oeste del país, para evitar la debacle del gobierno de Zelensky. En una entrevista reciente, Macron abogó por la instalación de bases nucleares en los países europeos fronterizos con Rusia. En un despliegue de propuestas, invitó a China a un acuerdo con la Unión Europea, en oposición a la guerra comercial y financiera de Estados Unidos contra Pekín, con la condición de que Xi Jing Pin abandone la alianza con Putin. Macron convoca a aumentar los presupuestos de guerra y desarrollar la industria militar. Se trata de una preparación sistemática de la guerra, con matices propios, junto a Alemania y Polonia y la mayor parte de la UE. En caso de un acuerdo de reparto de Ucrania, varias veces discutido durante esta guerra, pone la condición de que se incorpore a la Unión Europea y la OTAN. Más allá, sin embargo, de las genuflexiones verbales de Macron, la OTAN se prepara para un cruce de “líneas rojas” por parte de Putin, mediante el envío de misiles de largo alcance –Himar norteamericano, Taurus alemán– para atacar territorio de Rusia, bajo su estricta supervisión. Al mismo tiempo, refuerza los ejercicios militares interfuerzas –combinado– cuyas hipótesis de guerra es la invasión de Rusia.
Muchísimo de toda la alharaca de Macron tiene que ver con que en junio tendrán lugar las elecciones europeas. En noviembre se vota en Estados Unidos. Ningún gobierno podría afrontarlas enviando tropas a Kiev. La rebelión de los ‘campuses’ universitarios en Europa, Norteamérica y Asia anuncian la reacción popular que provocaría ese involucramiento. La quiebra de los propósitos geopolíticos de los Estados capitalistas en guerra, pasa por el desarrollo de la lucha de clases internacional.
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