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La humanidad se encuentra por tercera vez en la historia en el escenario de una guerra mundial. Al igual que en las ocasiones anteriores, aunque con un arsenal de destrucción masiva considerablemente superior, la guerra en desarrollo representa el estallido de todas las contradicciones acumuladas por el capitalismo imperialista internacional.
El desafío que enfrentan los trabajadores de todos los países es poner fin a la guerra y conquistar, por primera vez en la historia, la paz y la confraternidad entre los pueblos por medio de la destrucción del capitalismo y el establecimiento de una Federación de Repúblicas obreras y socialistas.
La guerra mundial es impulsada por la OTAN, la superestructura política del imperialismo mundial, más Australia y Japón. La OTAN constituye un ministerio de colonias del imperialismo norteamericano, que subordina en grados diferentes a las viejas potencias imperialistas europeas en decadencia y, de otro lado, a las naciones periféricas dependientes de la Unión Europea, en especial las que fueron reintegradas al capitalismo con la colaboración de la burocracia de la ex Unión Soviética. La disolución final del Estado obrero creado por la Revolución de Octubre de 1917 no ha sido ni podía ser una transición histórica pacifica, sino la más violenta y potencialmente más destructiva de toda la historia de la humanidad.
La guerra actual no es una repetición de las del pasado, que tampoco fueron copias de sí mismas. Es una guerra que desata un capitalismo en decadencia, el cual busca evitar el derrumbe del precario equilibrio social y político interno, mediante la imposición de una dominación definitivamente mundial. Es, subsidiariamente a lo anterior, una guerra por nuevos mercados y por la ampliación de los mercados abiertos en naciones como China, que se encontraban fuera del radio del capitalismo mundial. Tomada en su conjunto, es una guerra por una mayor esclavización de la fuerza de trabajo internacional. El ascenso de la ultraderecha y el fascismo, que encuentra su base en las contradicciones explosivas del capitalismo y en el desarrollo de la guerra mundial, devuelve toda su actualidad a la advertencia de la revolucionaria alemana, Rosa Luxemburgo: Socialismo o Barbarie.
No hay mayor falsificación intelectual y política que la que sostiene que la guerra entre la OTAN y Rusia es una guerra por la autodeterminación nacional de Ucrania, o una guerra de la democracia contra el autoritarismo. El saldo de una eventual victoria de la OTAN no sería la liberación de Ucrania, sino la colonización de Rusia, un vasto territorio y una vasta población largamente inexplorada por el capital internacional. Tampoco es una guerra por la defensa de los derechos políticos y sociales de los trabajadores de Rusia, en tanto esta se ha convertido en un Estado de la oligarquía y de las mafias capitalistas que han despojado a los trabajadores de Rusia de las conquistas, derechos y patrimonios consagrados por una revolución socialista. Es una guerra entre dos bloques opresores, aunque se distingan nítidamente el uno del otro por el espacio y la escala de su dominación internacional. Los derechos de Ucrania a la autodeterminación sólo serán alcanzados cuando los trabajadores de Ucrania y Rusia, de Europa y Estados Unidos, impongan el cese de la guerra, lo que sería la derrota de ambos bandos imperialistas, mayores y menores, que abriría situaciones revolucionarias en amplia escala. La "propuesta de paz" de Putin –la anexión de la región del Donbass a Rusia y la partición de Ucrania entre la OTAN y la UE, de un lado, y Rusia del otro- es contrarrevolucionaria y una expresión del carácter imperialista de la guerra de Putin.
Las potencias menores en esta guerra, Rusia, China, los Brics y otros Estados esgrimen como objetivo estratégico el establecimiento de un mundo “multipolar”. Este enfoque defensivo es típico de los Estados más débiles en un conflicto armado. En el mejor de los casos, esta consigna equivaldría a establecer un concierto internacional con las grandes potencias, la OTAN y el imperialismo dominante como tal. No se trata solamente de un objetivo reaccionario, sino por sobre todo ilusorio. En el capitalismo, las ‘colaboraciones’ son parciales y episódicas; dominan, siempre, la rivalidad y la guerra. El desafío a su hegemonía equivale para el imperialismo a una declaración de guerra.
El escenario de la guerra mundial no tiene lugar solamente en Ucrania, Rusia y Europa, ni tampoco solamente en África, donde a escala de todo el continente la OTAN, Rusia y China libran una lucha armada por el control de los fabulosos recursos militares de todo ese ese espacio vasto e inexplorado. El escenario de guerra más importante se desarrolla frente a China. La penetración económica en China, que durante casi medio siglo ha servido como salida, aunque precaria, a la tendencia a la crisis económica y financiera del capitalismo internacional, ha tocado un límite. La crisis capitalista mundial ha ido minando las cadenas de producción internacional que tenían a China como productora de partes industriales y cerrado el período de la globalización y del mundo “plano” del capitalismo. Las contradicciones propias del capitalismo han estallado abiertamente y creado una confrontación mayúscula por los mercados. Estamos ante el mismo proceso que afecta a Rusia, pero a una escala económica, tecnológica, industrial y financiera de muchísima mayor escala. El reconocimiento de la República Popular China, por parte de las potencias imperialistas, como representante nacional e histórico del pueblo chino ha quedado cancelada. La rivalidad de la OTAN y Japón con China se ha trasladado a todos los ámbitos de la economía mundial. China ha ingresado en un período de grandes crisis internas como consecuencia de un derrumbe financiero, de una sobreproducción industrial y de los límites que impone la clase obrera a su utilización como fuerza de trabajo desvalorizada a escala internacional. La burocracia y las patronales de China enfrentan una presión cada vez más insoportable, de un lado, del capitalismo internacional, y del otro de la clase obrera de China (la que ha crecido en forma inédita en número y ritmo en la historia).
La llegada abrupta del capitalismo desarrollado a China ha creado una polarización social extrema. La misma es también el resultado de la destrucción del sistema de protección social del régimen pseudoobrero y burocrático precedente. El desmantelamiento de la llamada globalización, la guerra comercial y financiera y por último la militarización que impone el desarrollo de una guerra mundial someterán a la restauración capitalista en China a tensiones formidables que deberán desembocar en situaciones revolucionarias. Tanto en China como en Rusia y en todos los Estados en que se ha impuesto la restauración del capitalismo, defendemos el derrocamiento de las oligarquías y burocracias dominantes, la autodeterminación de sus naciones y la Unión Soberana de todas sus Repúblicas.
Tomada en su conjunto, la guerra mundial ya ha abierto un período de crisis políticas extremas en todos los países envueltos en ella, desde la quiebra de Macron y Scholz en Francia y Alemania, a la ola de purgas en el alto mando de Rusia por parte de Putin. La inmensa mayoría de la izquierda democratizante europea, en especial el Nuevo Frente Popular, en Francia, se ha convertido en una agencia de la OTAN. El PS francés, integrante del NPF, apoya la guerra del sionismo contra el pueblo palestino. Es la culminación del apoyo brindado en todo momento a la formación del bloque imperialista de la Unión Europea, justificada como una superación de las barreras nacionales, cuando la UE es, esencialmente, una superestructura política y militar del capitalismo.
A pesar de sus significativas peculiaridades históricas, la masacre desatada por el Estado sionista contra el pueblo palestino es un poderoso impulso a la guerra imperialista mundial. Culmina un proceso de expropiaciones y de guerra de décadas, antes y después del establecimiento oficial del Estado sionista. Es la expresión más acabada de la inviabilidad de un Estado colonialista en el mosaico histórico del Medio Oriente que siguió al derrumbe del imperio otomano y al repliegue definitivo del imperialismo anglo-francés. Ha desencadenado una fractura social y política dentro del Estado sionista, que empuja inexorablemente a una expansión de la guerra a los Estados árabes y gran parte de los musulmanes. Israel enfrenta un éxodo de su población, el rechazo de una gran parte de la diáspora judía a su política criminal, la fuga de capitales y un derrumbe financiero que es cubierto por el Tesoro de Estados Unidos. El ejército más poderoso del Medio Oriente y de gran parte del mundo enfrenta una carencia de recursos militares, que lo convierte en una dependencia del Pentágono. Estas fisuras gigantescas lo condenan como Estado e impulsan a su núcleo dirigente a aventuras militares cada vez más explosivas. El ritmo de la crisis bélica en Palestina es incluso mayor al de la guerra europea en Ucrania.
La operación militar de Hamas de octubre de 2023 ha sido condenada por la derecha y la izquierda democratizante como una expresión de terrorismo. En el caso de la izquierda, que apoya al ejército de Ucrania en la guerra de Zelensky y la OTAN, la condena a Hamas se realiza desde una pedantería profesional, que se atribuye qué es o no correcto en las luchas nacionales y de clases, sin haber puesto nunca el cuerpo en esas luchas. Los verdaderos socialistas defienden la lucha de los pueblos oprimidos en forma incondicional, o sea, siempre que respondan a un movimiento de las masas, nacional o social. Sólo a partir de aquí pueden ganar el derecho a ofrecer una política superior. Los 40.000 combatientes de Hamas han aguantado el mayor asalto en la historia contra el pueblo palestino y, según el vocero de la Fuerza de Defensa de Israel, representa una idea que ha enraizado profundamente en el pueblo palestino. Defendemos el inmediato cese del fuego, el retiro del ejército sionista de Gaza y Cisjordania, la liberación de la totalidad de los presos palestinos en cárceles sionistas, el desmantelamiento de los asientos coloniales, el derecho al retorno de los palestinos a su territorio histórico y el establecimiento de una República única, laica y socialista.
La hostilidad de las masas del mundo a la guerra imperialista va en ascenso, en Medio Oriente, Europa y Estados Unidos. Los gobiernos han respondido a las manifestaciones populares mediante el refuerzo del estado policial. Es lo que han hecho el inglés Sunak, el francés Macron, el alemán Scholz o el español Sánchez, todos repudiados por el electorado de sus países.
La guerra de la OTAN en Ucrania, valorada por su capacidad para unir al imperialismo norteamericano y el europeo, ha resultado en su contrario; las contradicciones entre ellos se han acentuado y lo harán más en caso de victoria de Trump. La disputa por un nuevo reparto de mercados encierra la disputa por el propio mercado europeo y por los despojos que ya se han asignado esas potencias para una eventual ‘posguerra’. Las masas sufren la penuria social y energética. Los recursos despojados a trabajadores y a jubilados -sometidos a reformas previsionales reaccionarias- financian la extraordinaria asistencia militar.
Las elecciones europeas han mostrado un ascenso de la ultraderecha sobre el cadáver pútrido del neoliberalismo. Pero al lado de una demagogia nacionalista, esta ultraderecha se ha puesto al servicio de la UE, condicionada por su dependencia del Banco Central Europeo, que tiene la bolsa para el rescate de la deuda pública. La mira ultraderechista está puesta en una campaña por la expulsión de migrantes y la destrucción de derechos ciudadanos. El fascismo europeo todavía tiene que encontrar las formas adecuadas para lograr un éxito. En definitiva, todo depende de la lucha de clases y de una acción histórica independiente de la clase obrera, o sea, de una posición socialista y revolucionaria frente a la guerra. En la medida en que la izquierda democratizante obstaculiza este proceso, apoya a la OTAN y a la UE, o incluso a las masacres del sionismo y el repudio a la lucha nacional palestina, se convierte -y se ha convertido- en enteramente funcional al fascismo todavía sin brújula.
La economía capitalista mundial no ha salido de la crisis histórica de 2007/8. El rescate del Estado ha dado un impulso enorme a la deuda pública y privada. Las condiciones de rentabilidad se han confinado a un nicho de negocios y la acumulación de capital encuentra obstáculos crecientes. La espiral especulativa lleva a crisis de liquidez y financiamiento, con varios episodios de bancarrota. El capitalismo exuda una inviabilidad creciente, que busca resolver con las guerras y la destrucción del clima. La contradicción entre la naturaleza y la organización capitalista del trabajo y la producción amenaza con una crisis civilizatoria. De nuevo, Socialismo o Barbarie.
América Latina se ha convertido en un terreno de la guerra mundial, claro que con características propias. El gran capital la quiere convertir en parte de la cadena de valor y producción, ante la crisis de la globalización y la guerra económica con China. De esto se deriva, casi inmediatamente, la lucha por convertirla en base militar. Es la tarea encomendada al novel 4° Cuerpo de ejército del Pentágono, que se distingue del pasado por el propósito de controlar los ríos interiores de América Latina y extender el patrullaje a todo el sur del continente. La guerra económica y política con China y Rusia está a la orden del día. De allí los golpes de Estado, como el intentado por Bolsonaro y el reciente en Bolivia, y el intento de integrar a Argentina en la cadena de la guerra imperialista. El reciente apoyo a la multiple ley de Bases por parte del Congreso, en especial la delegación de poderes legislativos al gobierno liberticida de Milei, muestra la complicidad de la mayoría de la pseudooposición parlamentaria con la política de guerra del imperialismo.
Milei es, objetiva y subjetivamente, una criatura de la OTAN y del Estado sionista; en un grado mayor, incluso cualitativamente, a lo que fue el gobierno de Menem. Argentina nunca perdió desde entonces el estatus de aliado extra OTAN, concedido bajo el menemato y nunca denunciado por el kirchnerismo bolivariano. La derecha podría consagrar, el mes próximo, en Venezuela, un sosías de Milei, aunque bajo la protección ‘incómoda’ de la fuerza armada corrupta y reaccionaria bolivariana. Los experimentos derechistas, tan fulminantes como fugaces, son expresión de una tendencia de largo plazo vinculada a la guerra mundial y a las crisis revolucionarias.
En el contexto de esta crisis mundial y de la guerra internacional, se desarrolla una crisis terminal en la República de Cuba. La Revolución Cubana, a partir de la destrucción del Estado batistiano y la ruptura radical con el imperialismo norteamericano, produjo un hecho histórico, como es el ingreso de América Latina a la revolución mundial. Abrió la posibilidad de un curso histórico inédito: el empalme de una revolución nacional y de un movimiento nacionalista con la revolución proletaria en los países avanzados. El desarrollo real fue, sin embargo, diferente: una alianza estratégica con la burocracia contrarrevolucionaria del Kremlin, como se manifestó en el apoyo a la ocupación militar de la ex Checoslovaquia por parte de la URSS, en el mismo momento en que se manifestaba un ascenso revolucionario en Europa occidental, con centro en el Mayo francés y el derrocamiento de De Gaulle.
Desde la disolución de la URSS y el establecimiento del “período especial” en Cuba, el régimen castrista y el Estado cubano ingresaron en un larguísimo impasse y la sociedad en su conjunto en una decadencia catastrófica. La alianza con el capital internacional dedicado al negocio del turismo acentuó la desigualdad social e incluso bloqueó una salida alternativa, al agudizar la decadencia de la agricultura de la isla y una dependencia suicida de la importación de alimentos. Cuba no ha podido desenvolver una vía restauradora del capitalismo, al modo de Rusia, China o Vietnam, por la enorme debilidad de su sistema estatal frente a la burguesía cubano-norteamericana instalada a 140 kilómetros de su territorio y más allá. Los intentos recientes de "ajuste" económico no han sido suficientes para atraer capital extranjero ni acumulación interna; la acumulación clandestina de capital no llega a tanto ni tampoco tiene en vista a la economía nacional. El impasse no podría ser más completo. Una crisis de poder, en el escenario internacional de la guerra de la OTAN, podría conducir a golpes de Estado y en todo caso no tendría un desarrollo pacífico, porque desataría todas las fuerzas contrarrevolucionarias e incluso fascistas de la gusanería de Miami. La resistencia de los trabajadores a los ajustes y a la miseria social está acompañada de una gran confusión política. El pseudotrotskismo internacional aporta considerablemente a esta confusión, con la caracterización de que en Cuba persiste un Estado obrero o que el antiimperialismo cubano lo haya establecido en “un solo país”.
El Congreso de Política Obrera advierte, en primerísimo lugar, acerca de la conspiración contrarrevolucionaria que acecha desde Miami (el imperialismo norteamericano) y contra la tendencia de la burocracia gobernante a imponer ajustes antipopulares que comulgan con los planes de la gusanería; llama a los trabajadores latinoamericanos a rechazar la campaña fascista sobre el fracaso del socialismo, una falsedad que tiene el propósito de justificar una contrarrevolución histórica, y convoca a los trabajadores de América Latina a desarrollar luchas crecientes por sus reivindicaciones. Los llama a convertir esas luchas en revolucionarias y a contribuir por esa vía a que los trabajadores de Cuba enfrenten la crisis con una salida propia y con la construcción de un partido obrero, socialista y revolucionario. ¡Por la Unidad Socialista de América Latina!
Las esforzadas acciones de lucha y movilizaciones, en el marco de la guerra y de la crisis, muestran a unas masas cada vez más dispuestas y combativas. Sin embargo, el proletariado no interviene en estas luchas masivas como clase independiente, mostrando una crisis histórica de dirección, que no es episódica, pero que se manifiesta por sobre todo en un período prerrevolucionario. Esa crisis de dirección se traduce en una lucha política implacable del partido revolucionario, de un lado, y los aparatos de la clase obrera y de la izquierda democratizante y conciliación de clases. La superación de esta crisis depende de la calidad de la intervención de la minoría revolucionaria en luchas de clases más agudas y en guerras contrarrevolucionarias. Los ascensos de masas, las iniciativas históricas de la clase obrera y otras manifestaciones revolucionarias no se manifiestan en forma simultánea ni es necesario que ocurra de ese modo. Un aforismo, metodológicamente profundo y correcto, se aplica más que nunca a la situación histórica actual: “Una chispa puede incendiar toda una pradera”.
Adelante, nos vemos en la lucha por la construcción de un partido revolucionario internacional.