Una crisis financiera y política: los liberticidas no logran cuadrar el círculo

Escribe Jorge Altamira

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Se está formando una tormenta”, ni más ni menos, es la síntesis que eligió el editorialista de Clarín Eduardo van der Kooy, para anticipar una crisis financiera, que Luis Caputo, el ministro de Economía, prefiere llamar la segunda etapa de un plan económico. El gobierno, en realidad, ha fracasado en cuadrar el círculo.

El centro de gravedad de la crisis se encuentra en la insustentabilidad de la deuda pública. Caputo quiere pasar todo lo que queda de la deuda del Banco Central con los bancos -unos 20 billones de pesos- al Tesoro sin ofrecer garantías acerca de la capacidad de pago del Tesoro. La venta de 2 billones de esa deuda, por parte del banco Macro, antes de pasarla al Tesoro desató una crisis política cuando Milei la denunció como “golpismo”. Las negociaciones con los bancos para pasar la deuda del Central al Tesoro se encuentran en punto muerto. El tema del pago de la deuda del Central fue largamente discutido por los bancos con los candidatos a las elecciones, desde el mes de junio del año pasado; nunca se logró un acuerdo, lo que llevó a los bancos a promover la candidatura de Massa, que había prometido congelar el impasse. La explosión que se evitó en aquel momento para no destruir el proceso electoral, vuelve al ruedo con mayor carga explosiva. Argentina podría convertirse en una potencia exportadora de petróleo, granos y conocimiento, si ayudan “las fuerzas del cielo”, pero antes deberá pasar por un estallido financiero, con un impacto social impresionante. Es lo que redefinirá el cuadro político en su conjunto

La ‘tormenta’, en realidad, ya ha comenzado: el dólar paralelo cotiza a 1.500 pesos y el ‘riesgo país’ ha subido a 1.550 puntos. El FMI, los exportadores y el conjunto de los bancos y la industria abogan por una nueva devaluación del peso. Los grupos de presión favorables a la dolarización, advierten sobre el impacto que tendría sobre lo precios. Abogan por una política deflacionaria, que tendrá el efecto de una dilación en la reaparición del crédito y una recesión de mayor extensión en el tiempo. Los bandos en pugna no logran cuadrar el círculo: o la alternativa de un nuevo estallido inflacionario, con recesión y despidos, o una depresión económica destructiva del tejido industrial. Conscientes del impasse, voceros de ambos bandos apuestan por una de las dos aventuras.

Caputo ha decidido improvisar una salida que multiplica las proporciones de un estallido. Avisó que comenzaría a vender bonos de la deuda en el mercado de contado con liquidación para contener la suba del dólar; peor, va a salir a comprar dólares en el mercado oficial, 995 pesos, para venderlo en el paralelo 1.450/1.500. En uno y otro caso, el ingreso de dólares por la vía comercial no iría a las reservas, que hoy son negativas. Con la compra a 995 y la venta a 1.500, los 500 pesos de diferencia serían destruídos por el Banco Central para reducir la base monetaria. El equilibrio en el mercado de cambios se establecería por el retiro de los jugadores. Lo que se conoce como la paz en el cementerio. Es claro que el derrotero liberticida no tiene recorrido.

Ambos contendientes buscan obtener financiamiento internacional para sus planes. El FMI no se anota, preocupado por el pago de la deuda contraída por Macri, siempre en 45 mil millones de dólares. Los qataríes, aunque ambicionan compras en la Patagonia, no serían de la partida después que Milei declaró “terrorista” a Hamas, la pupila del emir de Qatar. El FMI reclama una devaluación con la expectativa que ocurra un ingreso de capital golondrina, como luego que juró Macri, pero a condición de una fuerte suba de la tasa de interés para motivar el dinero extranjero y el blanqueo de capitales. El blanqueo está comprometido por la crisis.

En definitiva, la cuestión de la deuda pública no puede ser esquivada. Un refinanciamiento compulsivo voltearía al gobierno en una semana; uno ‘voluntario’ demoraría una salida. En este impasse, el interrogante es si el impacto de una nueva devaluación termina con el gobierno o con parte de él.

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