OPINIÓN

El copete del PTS

Escribe Ceferino Cruz

Tiempo de lectura: 3 minutos

La misma noche en que Milei salió por Cadena Nacional a presentar el presupuesto 2025 (el domingo 15 pasado), La Izquierda Diario (LID, la prensa del PTS) sacó una nota sobre el discurso. Su brevedad (la de la nota), presumiblemente, coincide con una ostensible voluntad de caracterizar rápidamente los dichos del presidente, en la idea de que tal rapidez coincidiría además con una claridad acerca del carácter reaccionario de la política general del gobierno.

En esa especie de copete periodístico un poco largo, LID señala algunas cosas: la sala parlamentaria semivacía, el bajo rating del evento, lo aburrido del discurso, la defensa presidencial del veto y la política central del déficit cero; la ausencia de datos del presupuesto supuestamente presentado, la inclusión de la casta y la repetición de recetas que pavimentaron en su momento, por ejemplo, el camino a la explosión social del 2001.

Más allá del grado de atinencia de un tercio de esos señalamientos, la nota rezuma obviedad: cualquiera que se autoproclame oposición abaraja ese tercio de señalamientos “correctos” o, en una retórica de entrecasa, de lugares comunes. La intención de LID es también ostensible: caer bien a la mayor cantidad posible de lectores y electores.

El mejor ejemplo, el de la “casta”. Rápidamente el kirchnerismo se adelantaría a afirmar que ellos no son la casta. La ambigüedad manifiesta del término por parte del PTS apunta a empalmar con la base kirchnerista. El problema es que esa táctica entraña, en su ambigüedad justamente, un inmediato empalme con las direcciones kirchneristas. Y en un chapoteo semántico no exento de promiscuidad: no hay que olvidar que Javier Milei se lo sopló (se lo quitó) a Miriam Bregman, que a su vez lo copió del Podemos español.

El modo de sacudirse los arbolitos para volver al bosque, la mejor forma de desambiguación, es volver al vocabulario marxista: hay políticos que representan los intereses de la burguesía, y organizaciones que buscan darle una estructura a la defensa de los intereses y las aspiraciones de poder político de los trabajadores. Respecto de los primeros, debemos ver que todo el arco, de uno u otro modo, acompaña el ajuste que luego el liberticida defiende "aburridamente" en sus discursos. Más allá de poses oposicionistas, o bien levantan la manito a favor del veto (cuando hasta el día anterior lo execraban), o bien lo repudian de palabra y de voto pero lo dejan pasar sin mayor escándalo; o bien, incluso, defienden aumentos insignificantes de sueldos y jubilaciones.

De hecho, los sindicatos del espectro peronista (ortodoxos y kirchneristas), luego del circo de la protesta ante diversos ataques liberticidas –cuando es evidentemente grosero que no salgan– siempre se retiran de la plaza a una hora prudente para dar paso a la represión (cuyos palos y gases se ligan la izquierda y los independientes más comprometidos), como correlato del acompañamiento fáctico del ajuste. Justamente, coinciden en esta táctica con el propósito (para este último ataque) del veto, que era mostrar autoridad (ya que, repito, el aumento era una burla) ante acreedores extranjeros y vernáculos.

Todos defienden, con diferencias de matiz, la reforma laboral. En la docencia de la provincia de Buenos Aires, la dirigencia Celeste milita la esencialidad –es decir, la abolición del derecho a huelga del trabajador educativo– mientras dice rechazarla. Lo hacen cuando repudian los paros convocados por la Multicolor y aplauden (y amenazan y asustan con) la represión del descuento kicilofista a los compañeros que adhieren (o quieren adherir).

Y por último, todos defienden la deuda externa (fraudulenta y varias veces pagada), que es la madre de la crisis (y de la confiscación de la burguesía industrial y financiera sobre el ingreso de los trabajadores) argentina, latinoamericana y mundial. En su última "carta" Cristina muestra esas defensas (de la reforma y la deuda, entre otros giros a una derecha desembozada) con un disimulo cada vez más perezoso.

La intención de “caer bien” por supuesto expresa una política democratizante (del FIT-U en general y del PTS en particular), uno de cuyos mayores daños es redireccionar la confianza de los trabajadores a un Parlamento cada vez más evidentemente burgués.

La salida a esa emboscada es la autoconvocatoria y la huelga general.

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