Escribe Marcelo Ramal
El ex “tigre” asiático bordea el colapso político y económico.
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Javier Milei ha enviado una [columna de opinión al diario La Nación donde se calza el traje de economista académico para exaltar a su gobierno. Los recursos a los que apela son remanidos: un amontonamiento de frases y alusiones a economistas vulgares; varias afirmaciones falsas, y la invocación a los “modelos” pretendidamente "exitosos” - en este texto, el de Corea del Sur. Como ocurre con otros casos parecidos, Milei miente, llega tarde y se equivoca.
En el artículo en cuestión, Milei dice que “la eliminación de cuajo tanto del déficit fiscal (Tesoro) como del cuasi fiscal (BCRA) ha permitido cortar con la emisión de dinero” y bajar la inflación. La proeza “se logró sin expropiar activos; sin controles de precios; recomponiendo tarifas y sin fijar el tipo de cambio”. Apela a falacias para justificar a un régimen económico cuyo objetivo excluyente es la valorización de la deuda pública en todas sus formas – en pesos y en dólares, con organismos oficiales y con tenedores privados y fondos financieros. Llama “equilibrio fiscal” a la generación de un gigantesco desequilibrio -la amputación de gastos sociales y la obra pública- y un aumento de la deuda pública por el equivalente a 100 mil millones de dólares, con los intereses correspondientes. Cuando Milei afirma no haber expropiado “activos”, omite que los repotenció con un crecimiento de más del ciento por ciento en valor constante de toda la deuda reestructurada por Guzmán. Pero también omite, por sobre todo, que ha expropiado “ingresos”, salarios y jubilaciones, que perdieron, en un año, el 30% promedio de su poder de compra.
El presidente liberticida se contradice en un mismo renglón, cuando niega el ´control de precios´ y reivindica enseguida los tarifazos, que son los precios de los servicios públicos provistos por monopolios privados. Milei tampoco terminó con la emisión monetaria; hizo algo más siniestro, convirtió la deuda del Banco Central en deuda del Tesoro con los mismos bancos, para cargar su pago sobre los hombros de los contribuyentes; es así que aumentó la deuda pública en la cifra citada. Emitió, además, en forma irrestricta para adquirir los dólares del saldo comercial positivo, que, de otro modo, sin esa compra, hubieran hundido el tipo de cambio y provocado una deflación y una depresión feroces, junto a una cadena de quiebras sin límite. Enseguida se deshizo de esos dólares mediante la venta en los mercados paralelos, para abaratar el giro de utilidades de los capitales extranjeros al exterior y absorber la emisión creada. Es así como se produjo una valorización de la deuda externa, pero sólo en los papeles, porque su valor real será determinado a la hora de pagar los vencimientos. Caputo ya ha dicho que pretende pagar deuda con nueva deuda, incluido un aumento de la deuda con el FMI – de 45 a 54 mil millones de dólares. El superávit fiscal obtenido por medio de estas exacciones solo sirve al pago parcial de intereses y vencimientos de corto plazo, mientras no se produzca una devaluación del peso, pero no cubre, ni de lejos, a la deuda indexada del Tesoro en pesos, que supera el equivalente a 120 mil millones de dólares, ni permite acumular reservas netas. Todo esto ilustra la falacia de Milei de que gobernó “sin fijar el tipo de cambio”. Es el gobierno más intervencionista del último siglo.
No puede sorprender que, sobre este cúmulo de evidencias fraudulentas, Milei se jacte de un “sendero de crecimiento”. Por lo pronto, según el FMI, la economía del primer año de Milei-Caputo caerá un 3,5% respecto del año anterior, un caso mundial único para los años posteriores a la salida de la pandemia. Si se cumple el pronóstico optimista de una “recuperación” del 2,5% para 2025, el producto bruto interno retornaría al nivel del año 2016. Es que el crecimiento del ahorro nacional provocado por la enorme transferencia de ingresos del trabajo al capital está direccionado al pago de la deuda pública y a la especulación en los mercados financieros. Por eso, Milei vuelve a mentir en La Nación al afirmar que aprovechará el superávit fiscal para “reducir la presión impositiva”. Por el contrario, la presión fiscal se ha elevado en medio punto entre 2023 y 2024, y las previsiones del presupuesto 2025 anticipan otro tanto para el año que comienza. Esta mayor carga impositiva recae sobre el salario y el trabajo (retorno del impuesto a las ganancias sobre los salarios) y sería superior si se computaran los impuestazos provinciales y municipales. El capital agroindustrial trina contra las retenciones a la exportación.
A despecho de todo lo anterior, el presidente contrabandea al crecimiento económico en los términos en que lo hacen todos los economistas vulgares: alude al “aumento del producto bruto”, sin distinguir la parte de la riqueza social agregada que paga a la fuerza de trabajo (salarios) del trabajo no retribuido y apropiado por el capital (beneficios); por supuesto, tampoco se detiene en la parte del producto destinada a gastos parasitarios o incluso destructivos, como los pertrechos bélicos o la producción de principios activos para estupefacientes. Puesto a perorar sobre el tema, Milei toma como ejemplo a Corea del Sur, cuya renta, según uno de los autores citados por él, “se duplica cada diez años”; es lo mismo que ha estado repitiendo Kicillof, un fanático de la industrialización “periférica”. Fuera del hecho de que Corea del Sur ha salido del panel de los países en crecimiento para sumirse en una enorme crisis, Milei ha reiterado su rechazo a la industrialización, en beneficio de una economía de gas, litio y, cuestionablemente, soja. El presidente dice lo que le canta porque hablar es gratis. La cita a Corea del Sur quizás obedezca al propósito de Milei de convertir al Atlántico en una plataforma militar de la OTAN.
Después de la guerra civil internacional que cristalizó la división del país, la burguesía surcoreana fue recompensada con enormes subsidios -préstamos blandos y donaciones directas- por su “lealtad hacia Occidente”. A cambio del alineamiento político con el imperialismo, se le permitió al Estado de las chaebols (corporaciones surcoreanas) ejercer un severo intervencionismo económico. Parte de ese estatismo se descargó sobre las organizaciones obreras, para asegurar una explotación feroz de la fuerza de trabajo. Sólo después de la gran crisis asiática de 1997, el FMI se acordó de que en Corea del Sur existía un “capitalismo clientelista”, al cual rescató a cambio de un violento plan de ajuste. En la Corea que admira Milei, más del 50% de la fuerza laboral se encuentra precarizada, a través de las interminables cadenas de subcontratación y tercerización industrial. La jubilación es una pesadilla, pues sólo remunera al trabajador pasivo con el 30% de su salario activo. Las huelgas se encuentran restringidas “al ámbito laboral propio”, o sea que no pueden revestir legalmente un carácter general. A pesar de este régimen de sobreexplotación, las huelgas de masas han recorrido la historia de Corea, con una clase obrera que debió enfrentar a una burocracia sindical superestatizada e incluso infiltrada por la CIA.
Pero en ese país, la “duplicación del PBI” que cita Milei es un dato del pasado: la economía surcoreana fue sacudida por la crisis de 1997 y concluyentemente postrada por la de 2008. Desde entonces, el “crecimiento” que encandila al libertario apenas superó los 2 puntos porcentuales por año. Recientemente, la burguesía surcoreana ha buscado superar este impasse con un Milei propio: el presidente derechista Yoon Suk Yeol, quien colocó como estandarte de su gobierno a la ampliación de la jornada laboral de 52 a 69 horas semanales.
A despecho de esta escalada antiobrera, Corea del Sur no ha podido sustraerse a la crisis mundial. Sus naves insignia industriales -como la producción de semiconductores- se han derrumbado. La declinación económica ha dado lugar al derrumbe político de la experiencia derechista. Milei no ha podido ser más inoportuno, pues se ha colgado del milagro surcoreano en medio de la desintegración política de su par asiático: en estas horas, Yoon, después de un autogolpe fracasado, intenta zafar de la destitución política a través de un recurso muy “argentino”, porque el tribunal constitucional que debería sancionarla se encuentra incompleto de miembros. El impasse surcoreano, por lo tanto, será resuelto, o por el ejército (y la CIA) o las masas.
Pero la invocación de Milei a Surcorea no es gratuita. Yoon intentó declarar la ley marcial acusando a sus opositores de “comunistas”, en momentos en que Corea del Norte se involucraba militarmente junto a Putin en Ucrania. En medio de la guerra internacional, el Milei coreano quiere zafar del impasse económico y político declarándose un soldado incondicional de los Estados Unidos. Es lo que intenta el Yoon argentino, con su adhesión a la OTAN y al Estado sionista.
Milei parangona a Argentina con SurCorea. Pero es una invocación tardía: el experimento liberticida tiene lugar en medio del agravamiento de los antagonismos capitalistas y de la exacerbación de la competencia internacional. Quiere ser un peón disciplinado del imperialismo mundial cuando ese mismo imperialismo hace crujir a sus partes (no tan) menores, como ocurre justamente con Corea.