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La caída de la venta de libros durante 2024 informada por la Cámara Argentina del Libro fue mayor al 20 % respecto de 2023, comenta La Nación, 8-3-25. El mismo diario había informado a fines de 2024 que dicha caída oscilaba, según las distintas declaraciones ofrecidas por las editoriales, entre un 10 a 13 % para los grandes sellos hasta 40 % para los más pequeños. Habida cuenta de que el aumento del precio del papel en esa etapa fue del 150 y hasta del 300 % dependiendo del tipo (obra, para el interior, o ilustración, para la tapa) y que esa suba fue de poco más del 120 % en 2024, tenemos que en total en esos dos años aumentó un 300 % si redondeamos grosso modo. Pero el incremento en el precio del papel es prácticamente mundial. En España, por ejemplo, en 2022 la tonelada pasó de costar 400 euros a 1.200 (El Confidencial Digital, 30-1-2023), hecho que tendría una explicación en que las papeleras prefieren la fabricación del cartón para cajas de empaque destinadas al envío de compras por correo electrónico (estilo MercadoLibre), pero también por “daños colaterales” de la guerra de Ucrania en cuanto a la importación.
Pese al enorme aumento en casi todo el mundo por razones “de mercado” del principal material para la fabricación de libros, que es el papel, en Estados Unidos (“el gigante de la industria editorial en América”) las ventas treparon en 2024 un 6,5% con respecto a 2023, recogiendo para las editoriales unos 14.000 millones de dólares. En España, a su vez, el récord de ventas anual en 2024 fue histórico: 9,8 %. Estamos hablando de todos los géneros literarios: ficción (poesía, relato, cuento, novela) y no ficción (ensayo, religión, ciencias, derecho, etc.). En EE. UU. los libros religiosos le ganaron por lejos a la ficción: un 18,9 % proporcional con respecto a los demás géneros. “El oscurantismo avanza”, podríamos parafrasear, comparando al nombre del partido de Milei con este resultado en el país que gobierna Trump.
¿Cómo se explica, al menos, en principio, que, con iguales o mayores aumentos en el precio del papel que en Argentina, EE. UU. y España disfruten de crecimientos en la adquisición de libros impresos por parte de sus lectores nacionales e internacionales y aquí no? ¿Por qué a esos países “del primer mundo” ni siquiera los afecta negativamente la frecuentación unánime de lectura y compra de textos en formatos virtuales, con respecto a la adquisición del libro impreso? La respuesta es, al parecer, sencilla: el volumen monetario de la venta de libros a nivel mundial sería de unos 140.850 millones de dólares, mientras que el número de compradores sólo alcanzaría a unos 2.140 millones de personas. Vale decir, pese a la terrible crisis del imperialismo capitalista, el nivel adquisitivo de sus masas de trabajadores sigue siendo muy superior al del resto del mundo.
Con un “salario mínimo, vital y móvil” mensual que no supera los $300.000 y que solamente por luchas sindicales algunos trabajadores alcanzan a elevarlo hasta a un millón, cuando el alquiler de una pequeña vivienda representa unos $400.000, prácticamente se puede decir que la clase trabajadora argentina se halla “por debajo de la línea de pobreza”. Con esos números, el libro pasa a ser un objeto de lujo: casi no se hallan por menos $10.000 y “los buenos”, de 30.000 para arriba.
¿Y los escritores? Lo mismo, porque casi ninguno vive de la venta de sus textos literarios. La mayor parte son docentes o empleados/as en cualquier otro rubro laboral. La excepción es de autores y autoras que ocupan las vidrieras atestadas de títulos impuestos por los monopolios editoriales.
Las pequeñas editoriales o, si se prefiere llamarlas así, las “independientes”, o le cobran al/la autor/a para publicarle o lo hacen por su propia cuenta y riesgo, pero con resultados ínfimos con respecto al mercado editorial. Sus ingresos no les permiten exponer en las grandes ferias, ni pagar avisos en los medios de comunicación, ni organizar giras a los escritores, ni ocupar las vidrieras de grandes librerías, etcétera.
Hasta ahora, las asociaciones de escritores en la Argentina (SADE, SEA, UEE) por lo general apenas si han emitido algún comunicado al respecto y han adherido a alguna marcha general de la cultura, en especial, por el cierre y/o desfinanciación de los organismos estatales de cultura. También la UEE lo hace por los jubilados y ésta y la SEA por el 24 de Marzo, pero ambas sostienen una actitud de “té a las 5, o’clock”. Ninguna de ellas convoca a la organización masiva por los derechos de los escritores. Tampoco se han pronunciado explícitamente contra ninguna guerra a nivel mundial o persecución y asesinato de escritores, salvo PEN Club que lo hace internacionalmente, pero no tiene objetivos sindicales. Derechos específicos como derecho de autor, de contrato, jubilación o pensión, tanto como libertad de expresión, solo pueden ser defendidos autoconvocándose, organizándose y articulándose, ya sea desde dentro de las asociaciones existentes, o desde afuera, o formando nuevas asociaciones.