La mega arancelización de Trump es una declaración oficial de guerra en todos los planos

Escribe Jorge Altamira

La contradicción entre los Estados nacionales y las fuerzas productivas internacionales.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Donald Trump anunció el miercoles 2 abril la prometida ronda de aranceles a las importaciones, que ha venido agitando desde la campaña electoral que culminó en noviembre pasado y con inusitado descaro desde que asumió la presidencia de Estados Unidos por segunda vez. La dosis de las medidas es caballar, además de manifiestamente arbitraria e indiscriminada. La reacción de las Bolsas y de los mercados monetarios fue contundentemente a la baja. Una mayoría abrumadora de analistas pronostica un aumento de la inflación y una recesión económica.

Los criterios aplicados para determinar el monto de los aranceles son, a todas luces, desatinados –un cuchillo de asador en una sala de cirugía. A cada país le fue asignado un índice, difícilmente ponderado, que combina el monto del déficit comercial que produce a Estados Unidos con el nivel de las importaciones provenientes de ese país. A la Unión Europea le aplica un arancel general del 20% por encima del vigente; a China, que ya está afectada por un impuesto a las importaciones del 20%, le añade un 34%, lo que resulta en un gravamen absurdo del 54%. Estados Unidos ha registrado, en 2024, un déficit comercial total de 920 mil millones de dólares, y con China, la UE y Vietnam, respectivamente, de 292 mil millones, 241 mil millones y 123 mil millones. A Suiza, que apenas ha logrado un excedente comercial de 39 mil millones de dólares, la ha castigado con una tarifa extraordinaria del 32 por ciento. Estos aranceles generales no discriminan entre productos importados, de modo que las bananas, que EEUU no produce, son penadas con el nuevo gravamen aplicado a los países que las exportan. Estos dislates, muy mal comprendidos por los adversarios del magnate, ha hecho las delicias de los opositores internacionales

La arbitrariedad aparente del método tiene, sin embargo, su lógica. Trump quiere negociar los términos del comercio internacional desde una posición de superfuerza. Todo dependerá, de ahora en más, de la respuesta que reciba. Si, como anuncian la UE y China, habrá represalias, la guerra comercial ya desatada ingresará en una fase explosiva. Trump ha denominado a esta catarata de aranceles “tarifas recíprocas”, pero que apuntan contra el régimen económico del resto de los países. Es así que reclama la eliminación del IVA para las mercancías que exporta Estados Unidos y el acceso irrestricto al mercado de obras públicas del resto de los países, a los que califica como aranceles a la importación extranjera. Trump quiere hacer valer la diferencia entre el IVA que cobran sus competidores y el impuesto a las ventas, menos oneroso, que cobra Estados Unidos. Pero exige que se elimine el “compre nacional” en el exterior. Lo mantiene en EEUU, donde es monopolizado por los locales. Trump finge ignorar que Estados Unidos ha sido, hasta el momento, el principal proveedor de material bélico a la Unión Europea o a Japón. Las llamadas “tarifas recíprocas” son una reivindicación de las grandes tecnológicas norteamericanas. Durante años han recurrido a la evasión en gran escala de impuestos en Europa, para reclamar su abolición. En estos días, por ejemplo, se ha anunciado que la recaudación impositiva de Irlanda pegó un gran salto, como consecuencia de que pudo cobrar impuestos en litigio a Apple y que ha incorporado a todas las tecnológicas estadounidenses a su sistema impositivo. Milei dijo alguna vez, recientemente, que su ejemplo a seguir era Irlanda, que no aplicaba impuestos a esos pulpos, pero ya no más.

Esta megarancelización del comercio internacional ha sido justificada por Trump por la necesidad de reindustrializar Estados Unidos, mediante la protección de la competencia extranjera y la repatriación de capitales y la convocatoria a invertir en Estados Unidos, para quien quiera acceder a su mercado interno. Es lo que había impulsado Biden con el Tax Reduction Act -una suerte de RIGI norteamericano- al que se podían acoger los capitales extranjeros sólo si invertían en Estados Unidos. Esto quiere decir que estamos en lo que se llama “una política de Estado”, o sea compartido entre republicanos y demócratas, y no ante “un loco suelto en Washington”. Pero Trump es perfectamente consciente de que, si levanta un muro comercial contra China y penaliza su economía, China puede replicar mediante la venta en masa de los títulos de la deuda pública norteamericana –y fundir el dólar. La política del capitalismo ha entrado en modo guerra, en todos los sentidos de la palabra. Estados Unidos tiene una elasticidad superior al resto de los países para sustituir importaciones, de modo que la guerra arancelaria apunta a la quiebra de los competidores internacionales que tienen menos posibilidades de sustitución. Incluso China tiene una elasticidad de sustitución inferior a Estados Unidos, debido que la productividad del trabajo es un tercio de la norteamericana. China y la asociación del BRICS deberán librar una guerra comercial contra EEUU en todas las áreas del comercio mundial, para replicar a esta arancelización sin límites de Trump –con una intensidad sin precedentes. Para ello exprimirá, como nunca antes, mediante ajustes fiscales y mayor precariedad laboral, la energía de la fuerza de trabajo. La guerra comercial agudizará los antagonismos de clase frente a un capital acicateado a ‘bajar costos’.

Trump no se ha achicado en lo más mínimo en cuanto a expresar con crudeza sus intenciones. Le dio la bienvenida a una recesión en Estados Unidos y en el resto del mundo, porque ofrecería la oportunidad de deshacerse de las empresas tecnológicamente retrasadas o vetustas, y dar paso a una automatización masiva de la economía –el negocio que abre la Inteligencia Artificial. Se trata de aumentar la tasa de explotación para elevar la tasa de ganancia. De nuevo, en esta política hay un método. La barbarie social no es un accidente ni una consecuencia no querida del capital: es la expansión final de su código genético.

La economía mundial ha entrado, hace tiempo, en una fase de desequilibrios crecientes. Representa una agudización sin precedentes de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas, que es de carácter internacional, y los Estados nacionales, que se resuelve, una y otra vez, aunque con dimensión histórica mayor, con crisis económicas en gran escala y con la guerra militar. El desbalance macroeconómico es enorme: déficits comerciales y fiscales nunca vistos en el pasado. Estados Unidos no solamente registra un déficit comercial próximo al billón de dólares al año –su déficit fiscal, 1,8 billones, es igualmente enorme, ni hablar de una deuda pública de 34 billones de dólares, el 120% de su PBI, y en ascenso. La economía académica ha venido discutiendo el asunto desde hace al menos una década, como un desequilibrio del ahorro mundial, que pone a China como un ahorrista serial, con elevados superávits comerciales, y a Estados Unidos como un des-ahorrador crónico y elevados déficits. La solución preconizada era simple: aumentar el consumo personal y el gasto social en China y proceder a un ajuste fiscal y social en Estados Unidos. Los anuncios de Trump demuestran que esos desequilibrios no se eliminarán sino mediante métodos excepcionales –la guerra económica y la guerra ‘tout court’. Pero el debate académico es engañoso, fundamentalmente, porque nadie objetó la tendencia a este desequilibrio cuando la restauración capitalista en China elevó fuertemente la tasa de ganancia capitalista. Naturalmente en China, hacia donde los capitales fueron en masa, y, de un modo no uniforme, a nivel mundial. La academia descubre el desequilibrio macroeconómico cuando el crecimiento de China se convierte en estancamiento y la rentabilidad capitalista decrece en forma manifiesta. Se desarrolla manifiestamente una crisis de sobreproducción. El costo del rescate de la bancarrota mundial de 2007/8, ha hecho una irrupción final en estos días, cuando la guerra comercial resulta menos costosa que los subsidios y rescates estatales. El imperialismo norteamericano ha tomado la batuta, en estas condiciones, no sin un gran conflicto interno, para reorganizar la economía y la política mundiales, mediante métodos políticamente violentos.

La mega guerra arancelaria anunciada por Trump pone al dólar ante un desafío ‘existencial’. La cotización del oro, activo de refugio, ha alcanzado máximos historicos por encima de los 3.100 dólares. Pero gran parte de las inversiones en oro son ficticias, porque consisten en papeles nominados en oro en los fondos financieros. Es una falsa salida a la desvalorización del dólar, ni qué decir si pierde su primacía como divisa de reserva bancaria. Trump ha advertido que esa eventualidad desataría un causal de guerra (´casus belli¨) para Estados Unidos. Pero esa eventualidad está menos distante desde el anuncio arancelario del miercoles 2.

Suscribite al canal de WhatsApp de Política Obrera