Escribe Patricia Urones
Otro escenario de la guerra mundial.
Tiempo de lectura: 4 minutos
En la madrugada del miércoles, el ejército indio bombardeó seis localidades de Pakistán: Bahawalpur, Shakargarh y Muridke, en la provincia de Punjab; y Muzaffarabad, Kotli y Bagh, en la Cachemira administrada por Pakistán. Las seis localidades se encuentran en el límite fronterizo entre ambos países. El bombardeo, codificado por India como “Operación Sindoor”, tuvo como objetivo, según el Ministerio de Defensa indio, “atacar infraestructura terrorista”, en referencia a bases logísticas de grupos sindicados como responsables del atentado en Pahalgam, en la Cachemira india, el 22 de abril de este año, que terminó con la vida de 26 turistas hindúes. India responsabilizó de este atentado a un grupo militante islamista asociado a Lashkar-e-Taiba, quien se lo había autoadjudicado en un principio, aunque después se desdijo, argumentando que sus redes habían sido hackeadas. Al momento del bombardeo, India no tenía pruebas concretas que implicaran a estos grupos en el ataque (The Economist, 19/04 y 7/05). Como producto del ataque murieron cerca de cuarenta personas, 31 civiles pakistaníes y ocho soldados indios.
El atentado se produjo en el marco de divisiones entre los agrupamientos separatistas de Cachemira. Luego de que Modi derogara, en 2019, el artículo 370 de la Constitución de la India, que otorgaba un estatus de semiautonomía a la región, se inició un proceso de militarización acelerado de parte de la India acompañado de un reforzamiento del aparato represivo. El año pasado, Amnistía Internacional había denunciado reiteradas acciones de censura y criminalización de opositores políticos, a quienes se acusaba de incitar al terrorismo por criticar al gobierno central y pedir la autonomía de la región. En octubre de 2024, en la celebración de elecciones parlamentarias locales de Cachemira, los medios europeos señalaron una novedad: el ingreso en la competencia electoral de reconocidos dirigentes separatistas. El ingreso de estos dirigentes a las elecciones parlamentarias nacionales es síntoma de un giro político, en la medida en la que se acepta la integración de la región a la organización federal del Estado, con reconocimiento del poder central de la India.
La disputa por el control de la totalidad de Cachemira se vuelve cada vez más violenta. El partido del primer ministro de la India, Narendra Modi, el Bharatiya Janata Party, de cuño nacionalista religioso, mostró desde el inicio su intención de recuperar la región, actualmente habitada mayoritariamente por musulmanes. El método de agitación del divisionismo religioso, tanto por parte de Modi como por las organizaciones islámicas y el gobierno pakistaní, tienen su origen en el Estado colonial británico, que azuzaba estas diferencias nacionales dentro de la India para debilitar la lucha por la independencia. Este divisionismo se mantuvo en un segundo plano mientras las masas se plegaron al proyecto de la India independiente. El Partido del Congreso, que lideró la lucha por la independencia de Gran Bretaña, se encuentra en franco retroceso y el chauvinismo y el fundamentalismo religioso volvieron a resurgir. En realidad, el discurso religioso opera como taparrabos de una disputa bien terrenal. En la región nacen todos los ríos que desembocan en la gran cuenca del Indo, y es muy apetecible desde el punto de vista de la explotación turística. China también reclama una parte del territorio. A 24 horas del atentado del 22 de abril, Modi se retiró del tratado hidrográfico con Pakistán que, fundamentalmente, establecía un reparto del agua de la cuenca del Indo.
El Tratado de Aguas del Indo, firmado en 1960 por Jawaharlal Nehru y Ayub Khan, establecía un reparto en el uso del agua de la cuenca, dando a India el control de los “Ríos Orientales” (Beas, Ravi y Sutlej) y a Pakistán el de los “Ríos Occidentales” (Indo,Chenab y Jhelum). Muchos académicos que estudiaron este reparto se lamentaron de que la división política entre India y Pakistán no haya seguido criterios geográficos sino étnicos. Lo cierto es que ni unos ni otros son criterios racionales de división política. Ni en India todos los habitantes son hindúes ni tampoco en Pakistán todos sus habitantes son musulmanes. El reparto otorgó un 70% de las aguas para Pakistán, mientras a India le fue adjudicado el restante 30%. El Indo, que atraviesa Pakistán de norte a sur, como una columna vertebral, riega casi un millón de hectáreas cultivables. Los ríos que el tratado otorgó a la administración india están en la naciente de la cuenca. Si India decidiera regular el paso del agua en exclusivo beneficio propio, esto incidiría en el caudal total. Las autoridades pakistaníes han advertido que se trataba de un “interés nacional vital”.
El Indo también es una ruta estratégica que une la meseta tibetana con el Océano Indico. Es sabido que la meseta esconde reservas de minerales estratégicos que aún se encuentran sin explorar. Las inversiones pertenecientes al programa de la Franja y La Ruta de La Seda, de parte de China, para la construcción de carreteras, vías férreas y represas en Pakistán, han sido numerosas. Entre ambos países se han desarrollado importantes intereses comerciales. Mientras bloqueó el comercio directo con China, Trump ha reducido los aranceles para las mercancías indias, incluso cuando no son más que una reelaboración de las chinas. India está en el medio de la cadena de suministro entre China y Estados Unidos: importa de la primera, y exporta a la segunda.
India y Pakistán poseen armas nucleares –más de 200 ojivas cada uno. En el pasado, India era un cliente militar de la ex URSS. Los dos pasos dados por el Primer Ministro Modi van en el sentido de un enfrentamiento abierto con Pakistán. En el conflicto operan los intereses tanto de Estados Unidos como de China, aunque ni uno ni otro quieren desatar una guerra en este escenario, ni en este momento.