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El retorno de los dólares financieros y paralelos al umbral de los 1.200 pesos en la jornada de este viernes volvió a colocar sobre el tapete las cuestiones explosivas que encierra el planteamiento económico de Caputo y de Milei. La suba del dólar ha sido porcentualmente pequeña. Pero bastó para mover la precaria estantería del plan oficial. Por lo pronto, en los portales financieros se arribó a la conclusión de que esa mini depreciación “arruinó el carry trade”, porque superó al rendimiento mensual que hoy obtienen los especuladores con las colocaciones en pesos. Naturalmente, el desaliento por esas inversiones especulativas en moneda local refuerza posteriormente la tendencia a la compra de dólares.
La razón de la breve, pero significativa, “disparada” del dólar debe buscarse en lo ocurrido con la colocación del bono “BONTE 30”, que se emitió en pesos, pero fue colocado a compradores externos a cambio de dólares. La emisión de ese bono forma parte de los intentos que improvisa el gobierno para reunir reservas, cuando los dólares no aparecen por ningún lado. A 15 días del compromiso firmado con el FMI para reunir 4.500 millones de dólares de reservas, el Banco Central continúa en rojo y drenando dólares. La cosecha gruesa “pasa de largo”, y los dólares aportados por el agro están muy por debajo de lo esperado. Mientras tanto, continúa aumentando la salida de divisas por importaciones, turismo y pago de deuda pública y privada.
En este cuadro, el gobierno emitió el Bonte, anunciando, con bombos y platillos, la “primera colocación de deuda” en el mercado internacional después de años de sequía. Los operadores financieros, sin embargo, vieron otra cosa: para colocar el bono, el gobierno debió ofrecer una tasa de interés de casi el 30 % anual. Si se considera que el gobierno apuesta a una deflación que empuje el aumento de precios al 1 % mensual, estamos hablando de una renta en “moneda dura” cercana al 15 % -una tasa de default-. Bien mirada, la prueba piloto de emisión de deuda resultó un fiasco, pues expuso la inviabilidad de continuar atrayendo divisas por la vía de nuevas emisiones de deuda, o incluso de refinanciar a los grandes vencimientos que dejaron el “megacanje” de Guzmán y el binomio Fernández, en 2020. Fue esta percepción de los especuladores la que empujó la demanda de dólares, al día siguiente de la salida del Bonte.
Para desalentar la suba de dólares en lo inmediato, el gobierno alimenta otra bomba de tiempo: la intervención creciente en el mercado de dólares a futuro. Vende dólares a cambio de pesos, en contratos a ser cancelados a una fecha determinada. Si la paridad se disparara para esa fecha, el gobierno debería emitir una cifra cuantiosa de pesos para cumplir con sus compromisos. Una devaluación a término, en este cuadro, tendría las características de un colapso económico.
Ante la evidencia de que el gobierno no podría cumplir con la acumulación de reservas pactada con el FMI, el gobierno negocia en estas horas una postergación de la fecha comprometida para ello. La postergación evitaría la figura del incumplimiento, que reforzaría la inquietud que ya circula entre los medios financieros. Algunos economistas del gobierno o cercanos a él han difundido la versión de que la acumulación de reservas carece de importancia porque finalmente existe una cierta flotación del dólar y el gobierno no estaría obligado a vender dólares ante una cierta demanda de la divisa. Pero la cotización avanza al techo de esa banda -1.400 pesos- el plan deflacionario vuela por los aires, al igual que los reclamos salariales que ya se están multiplicando. El gobierno quiere evitar esa deriva al costo de un parasitismo extraordinario: le ofrece a los especuladores rendimientos mensuales del 2 % en moneda dura. Mientras tanto, pretende que los trabajadores acepten paritarias del 1 % mensual, después de una pérdida en el poder de compra de los salarios de entre el 20 y el 50 % en el último año y medio.
En medio de estas contradicciones, el gobierno apuesta a sostener la confianza de los especuladores por la vía de redoblar la “motosierra” -es decir, la garantía de que remunerará a la espiral de la deuda pública con ajustes cada vez más intensos sobre el gasto sanitario, educativo o previsional-. Pero la voz de alerta no proviene solamente de los especuladores: la han levantado con firmeza los residentes del Garrahan, los profesionales en discapacidad, los choferes y la docencia autoconvocada. Este es el cuadro de conjunto. Los trabajadores que salen a luchar deben saber que el edificio liberticida, que se viste de “equilibrio monetario y fiscal”, es un muñeco con pies de barro.
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