Nota de tapa de Política Obrera N°129 edición impresa.
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Milei volvió de Estados Unidos con el título oficial, otorgado por Trump, de agente del imperialismo norteamericano.
Fue distinguido, junto al criminal de guerra Benjamín Netanyahu, como un “activo estratégico internacional” de Estados Unidos. Trump está advertido de que el fracaso de Milei tendría una consecuencia negativa para el terrorismo político que intenta imponer en Estados Unidos.
Tanta pompa sólo muestra la debilidad histórica en que se encuentra la que fuera otrora la potencia hegemónica del capital financiero internacional.
Pero como Trump y Bessent condicionaron la “ayuda” al resultado de las elecciones del próximo 26 de octubre, estamos ante un acto de extorsión política internacional contra el electorado argentino.
La “ayuda” consistiría en un eventual “intercambio de monedas” (swap), por 20.000 millones de dólares. Y en una eventual compra de títulos de la deuda argentina en dólares, para pagar los vencimientos de enero del año que viene.
Pero el ‘swap’ sólo lo puede autorizar la Reserva Federal, que se encuentra en un conflicto mortal con Bessent y Trump por el desencadenamiento de la guerra arancelaria contra el resto del mundo; no es dinero en efectivo, sino una transferencia de divisas que sólo puede ser activada en determinadas condiciones.
No hay nada por aquí, ni nada por allá. La Casa Blanca ha montado un operativo publicitario extorsivo para influir en el resultado de las urnas, sin imaginar siquiera que puede tener un impacto negativo para sus propósitos.
Los ‘posteos’ del acuerdo han desatado una disputa en EE. UU., que podría convertirse en crisis. Ocurre que la deuda norteamericana (38 billones de dólares) ha alcanzado el tope permitido por el Congreso.
Argentina ya tiene un intercambio similar con China: es probable que el Tesoro yanqui condicione su préstamo a reducir o eliminar progresivamente este otro “swap”. La “ayuda” a Argentina se juega en la arena de la guerra internacional. Por eso, Milei se exhibirá en la ONU como peón de la OTAN, Netanhayu y el genocidio palestino.
Trump, además, exige trato prioritario para la explotación de tierras raras, el uranio y, naturalmente, los hidrocarburos de Vaca Muerta.
El “rescate” convertiría a Argentina en un protectorado yanqui.
Pero los buenos oficios del imperialismo van para largo: en la cuestión crucial de la deuda, el comunicado del Tesoro alude a “estudios” y negociaciones” que terminarán de concretarse “después de las elecciones”.
O sea que, de acá al 26 de octubre, Trump espera arreglar a los liberticidas con un “espaldarazo” político.
No quiere ni puede arrojar dólares al agujero negro de un régimen económico y político en estado terminal.
Las palmadas de Trump y Bessent podrán tranquilizar el ánimo de los especuladores durante algunas jornadas, pero no frenan el derrumbe industrial y comercial, ni los despidos y suspensiones. Mucho menos a la escalada de la carestía, fogoneada por la devaluación ya producida y por la exención de retenciones para las exportadoras de granos.
Para después de las elecciones, los rescatistas del Tesoro y el gran capital ya establecieron su salida: comienza con una nueva devaluación, con consecuencias devastadoras para los salarios y jubilaciones.
Si el resultado electoral descalificara a los Milei y Caputo para pilotear ese zarpazo, los viejos y nuevos socios de Milei -como Pullaro, Sáenz, Llayora y los gobernadores peronistas- se anotan para apuntalarlo. Una “junta de salvación”, no de los trabajadores, sino del programa de Trump y el FMI. Y de la tierra arrasada que deja la “motosierra” de Milei.
¿Puede ser esa una salida para los obreros de las siderúrgicas, de ILVA o para los trabajadores del Garrahan? ¿Puede serlo para los universitarios, las familias con discapacitados o los jubilados?
En esta crisis terminal, los trabajadores debemos disputar nuestra salida, con una lucha y un programa.
Preparemos la huelga general contra el gobierno liberticida y contra las salidas ajustadoras y evaluatorias de cara a su derrumbe.
